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Cultura

18 de Agosto de 2012

El secreto del bar favorito de Ernest Hemingway en Cuba

Por BBCMundo El escritor Ernest Hemingway recomendaba tomar los mojitos en la Bodeguita del Medio, así que intentamos averiguar por qué. Reynaldo Linéa, el barman, resultó ser asiduo lector de BBC Mundo y nos reveló el origen de la hierbabuena que utilizan. Resulta que viene de una cooperativa agropecuaria urbana que produce solo alimentos orgánicos. […]

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Por BBCMundo

El escritor Ernest Hemingway recomendaba tomar los mojitos en la Bodeguita del Medio, así que intentamos averiguar por qué. Reynaldo Linéa, el barman, resultó ser asiduo lector de BBC Mundo y nos reveló el origen de la hierbabuena que utilizan.

Resulta que viene de una cooperativa agropecuaria urbana que produce solo alimentos orgánicos. Siempre está muy fresca porque la cercanía de la finca les permite comprarla diariamente, como quien dice va desde el surco al mojito sin escalas.

“La hierbabuena siempre fue deficitaria, al grado que los ministros de agricultura y turismo habían firmado un acuerdo para garantizar el abastecimiento a la Bodeguita del Medio”, nos explicó Reynaldo, quien lleva 22 años tras la barra.

Las reformas económicas permiten ahora que el famoso restaurante compre directamente a los productores pagando en divisas. Unos tiene la hierbabuena de primer calidad y los otros obtienen moneda dura para seguir desarrollando la cooperativa.

Del buró al surco

La finca está ubicada en Alamar, a 15 minutos de la bodeguita, así que fuimos directamente a conversar con los productores. Al llegar encontramos un punto de venta de verduras, especies y plantas para los vecinos a precios menores que en los agromercados.

Miguel Salcines es un técnico agrónomo que trabajó muchos años en el Ministerio de la Agricultura, uno de los pocos que, durante la crisis de los 90, optó por dejar las oficinas y dedicarse a producir alimentos. Con 3 o 4 personas más y utilizando terrenos baldíos fundó la cooperativa.

“Fue un reto, somos un país de monocultivo en grandes latifundios que no tenía en cuenta a la agricultura de menor escala”, dice Miguel pero agrega que inmediatamente se convirtieron en una fuente de empleo para la comunidad, fundamentalmente “entre las mujeres y las personas de la tercera edad”.
La escasez de alimentos durante la crisis de los años 90 obligó a los más reacios a probar los vegetales de la cooperativa y “poco a poco la gente los incorporó a su dieta. Así contribuimos a crear hábitos de consumo diferentes que aún hoy se mantienen”.

En la finca trabajan 160 personas, su “principal fortaleza son los recursos humanos y su preparación, tenemos 22 profesionales universitarios, más de 40 técnicos de nivel medio y el resto están entre 9 y 12 grado. El promedio de edad ronda los 50 años”, nos explica Miguel.

El mayor de ellos es José Luis Roche, un abuelo de 81 años que lleva 70 en la agricultura y que “para conversar un ratico con los compañeros” llega cada día a las seis de la mañana, una hora antes de lo estipulado. Nos asegura que “trabajar es bueno para la salud, lo que es malo es sentarse”.

A sus 24 años Roxana Fleites está a cargo de un laboratorio biológico ubicado en un ranchón de techo de palmas en medio de la cooperativa. Dice que no utilizan químicos: “reproducimos insectos beneficiosos y pichones de cotorras que se comen las plagas”, señala.

Lograron ser autosustentables en base a un sistema orgánico de producción, exento de químicos, en el que se combinan ciclos naturales, crían vacas, usan sus excrementos para producir humus de lombriz que aplican a la tierra como fertilizante natural.

Campesinos y accionistas

Miguel nos asegura que el trabajo en la cooperativa que preside es más humano que en la gran agricultura. “El horario laboral es menor, trabajamos seis horas en verano y siete en invierno, hacemos préstamos sin intereses a nuestros asociados, tenemos almuerzo y cena gratuitos”, explica.
“Las políticas comerciales buscaban proteger a la población contra la especulación de los alimentos pero crean mucha rigidez en los precios y eso no estimula la producción. Somos del criterio de que el país debe subsidiar a la gente y no a los productos”

A pesar de todo les costaba retener a los asociados. Crearon entonces un sistema de pago en el que se combinan salario y acciones, estas últimas entregadas a partir “del capital de trabajo” acumulado por cada cooperativista. “El 50% de las ganancias se reparten entre los accionistas”, dice Miguel.
Los primeros tres meses se labora en calidad de empleado y, si la asamblea aprueba su incorporación a la cooperativa, empieza a acumular capital en los surcos. El primer año recibe una acción y sigue aumentando hasta que al décimo se consiguen seis acciones.

El salario básico mensual de un cooperativista es de 350 a 700 pesos, pero sumado a las acciones llegan hasta los 2000 pesos, unos US$80. Además, “a diferencia de otras cooperativas, nosotros no retenemos las utilidades por meses, las pagamos junto con el salario cada 15 días”.

Miguel Salcines nos explica que recibieron apoyo de ONG europeas, de los centros de investigación de Cuba y de los gobiernos locales, pero chocan con las trabas burocráticas que frenan el desarrollo agrícola del país desde hace décadas.

“Las políticas comerciales buscaban proteger a la población contra la especulación de los alimentos pero crean mucha rigidez en los precios y eso no estimula la producción. Somos del criterio de que el país debe subsidiar a la gente y no a los productos”, opina.

“El sistema de compra de medios y recursos -explica- es de una complejidad extrema, a través de otra empresa, de otros organismos, con contrataciones y un maremágnum de papeles y documentos que no le da la inmediatez necesaria cuando, por ejemplo, se nos rompe un camión”.

“También rechazan que hagamos otras actividades al margen de las agropecuarias, por ejemplo que podamos tener un restaurante, un taller o una cafetería. Y eso nos mata el capital que tenemos para invertir como cooperativa porque lo que no crece, perece”, sentencia.

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