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Cultura

20 de Agosto de 2012

Morrissey: el rockstar de los mininos

Por Viviana Stoltz Ni por los derechos de las minorías, ni por la legalización de algún vicio privado, ni por algún activista encarcelado en el Tercer Mundo. Las últimas batallas públicas de Steven Patrick Morrissey guardan relación con algo mucho más pagano, casi una compañía invisible para el resto de los mortales y una preocupación […]

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Por Viviana Stoltz

Ni por los derechos de las minorías, ni por la legalización de algún vicio privado, ni por algún activista encarcelado en el Tercer Mundo. Las últimas batallas públicas de Steven Patrick Morrissey guardan relación con algo mucho más pagano, casi una compañía invisible para el resto de los mortales y una preocupación de segunda para cualquier estrella sensible con los verdaderos problemas del mundo global: los gatos. Mientras Madonna ha hecho propia la vocería de los movimientos homosexuales, Björk no pierde tribuna para disparar contra la prensa amarilla y Prince ya cuenta más de una década pisoteando a la industria del disco, el ex The Smiths ha llevado hasta el extremo más virulento su compromiso con los felinos de cualquier pelaje.

“Los chinos son una subespecie”, declaró a The Guardian hace un tiempo, irritado por el trato que la cocina de oriente les da a los gatos, ofreciéndolos como carne fresca en mercados y puestos callejeros. El dardo le valió acusaciones de racismo y ataques de vuelta por parte de un par de paladines de la tolerancia. “Muchas veces he vuelto de mis giras y he encontrado a algunos de mis gatos muertos. Hubiera preferido que los fallecidos fueran humanos”, se atrevió a imaginar en 2010, recalcando una y otra vez que su amor minino es directamente proporcional a su desprecio por el prójimo.

Aunque cada uno de sus arrebatos detonó una polvareda, en sus huestes más acérrimas el asunto apenas provocó cosquillas. Sus palabras sólo extendían su histórica defensa de la vida animal y su opción por el veganismo, militancia que ha asumido desde los once años, que ha propagado desde su cuna artística y que ha convertido en trozo esencial de su personaje. Pero en vez de abanderizarse con las ballenas que sucumben en los océanos o con los últimos integrantes de una familia de tortugas que rasguña la extinción en las Galápagos, Mozz lo ha hecho con uno de los seres vivos más reconocibles por cualquier mortal. Si: se trata de una causa de espíritu cotidiano y doméstico, pero que también se asocia a un animal que el mito configura como enigmático e intrigante, carácter que el propio Morrissey ha explotado como cantante.

Como una suerte de sincronía, sus fotos junto a la pléyade de felinos con que aún habita –algunas publicaciones hablan de más de una docena- se han difundido durante décadas, desde los mismos días en que decidió bautizar a uno de sus discos al frente de The Smiths con la categórica sentencia Meat is murder (La carne es un asesinato). De hecho, durante este año, se volvieron a mostrar las mismas secuencias tras su asociación con la organización ambientalista PETA para una campaña que llama a esterilizar a las mascotas, como una forma de frenar la reproducción de crías que pueden terminar en la calle o asesinadas por otras manos, preocupación que ya planteaba en su álbum Southpaw Grammar (1995).

En su último paso por Chile –para cantar en el Festival de Viña y el Movistar Arena- fue publicitado con una notable imagen de un gato atigrado montado sobre su cabeza. Los promotores de su visita organizaron un concurso donde incitaban a sus fans a replicar el mismo retrato, lo que originó casi un centenar de imágenes de jóvenes en la misma maniobra, intentando que sus mascotas se situaran mansos sobre sus cabellos, sin pie para algún arañazo o mordisco, logro complejo en un animal poco habituado a la sumisión.

Y eso es lo que quizás más conecta al cantante con los felinos. Saber que ahí hay una especie que, tal como él, no se deja domesticar y opta por una existencia libre, lejos de la zalamería humana y los arrumacos condescendientes. Identificarse con un mamífero que ha trascendido culturas completas, pero siempre bajo cierto halo rebelde e indescifrable. Una célebre entrevista del británico con la publicación LA Weekly lo comprueba de manera absoluta: “Yo tenía un gato que estaba muy viejo y sufría de artritis. Ni siquiera podía ir al baño correctamente, ya que yo tenía que ayudarlo. Así que, en un momento, tuve que decidir su muerte e inyectarle una sustancia para que falleciera. Mientras lo abrazaba y estaba conmigo, él estaba muy feliz de despedirse del mundo de esa manera. Y cuando se insertó la aguja… uf, lloré durante horas, horas y horas. Fue una desesperación absoluta. Es como si una parte de mí se hubiera ido para siempre”.

No cabe duda que cada gato tiene un trozo de la leyenda que Morrissey ha tejido en torno a sí mismo. Y ahí la diferencia es clara: mientras los perros se han alzado como los compañeros leales, obedientes y queridos por todos, los gatos se sacuden de la obviedad para estar siempre más cerca de lo incorrecto. Y en esa dicotomía, Morrissey siempre ha sabido con que bando aliarse.

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#gatos#Morrisey#rock

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