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Cultura

31 de Agosto de 2012

Así fue el almuercito de Borges y Sábato con Videla

“Disposición final” (Sudamericana) es un libro -descarnado, impensable en Chile con militares tan cobardes- donde el argentino Ceferino Reato recoge las entrevistas que le hizo en la cárcel, en 2011 y 2012, al ex dictador Jorge Rafael Videla, quien habla de la desaparición de personas como un sistema y no como “excesos”. Este es el relato del almuerzo de Videla con escritores, en el que hubo un pusilánime intento de salvar al escritor Haroldo Conti, desparecido hasta hoy. Borges termina con cagadera.

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Los militares esperaban que el Premio Nobel fuera para el escritor Jorge Luis Borges, candidato anual a ese galardón, no tanto por la obra del genial escritor sino porque lo consideraban un amigo del Proceso. El 13 de octubre de 1980, Videla y sus colaboradores fueron sorprendidos en plena reunión de gabinete por una noticia urgente que llegaba desde Oslo.

—Señor Presidente, la Argentina ha sido destinataria del Premio Nobel de la Paz —le dijo a Videla al oído un edecán.
—¿Quién es?
—Nadie lo conoce, un tal Pérez Esquivel.
—Señores, han otorgado el Premio Nobel de la Paz a un argentino, un tal Pérez Esquivel, pero me dicen que nadie lo conoce —levantó la voz Videla.
—Yo voy a averiguar de qué se trata todo esto —saltó el ministro del Interior, general Albano Harguindeguy, y abandonó la sala casi a la carrera.

Volvió a los diez minutos y dio un breve informe. Todos juzgaron que Pérez Esquivel no merecía el galardón que tanto se le negaba a Borges, claro que en otro campo. “Eran los vicios que había”, afirma Videla.

—Era un dirigente de los derechos humanos, de izquierda; eran los vicios que había: la ideología pesaba por sobre la capacidad intelectual. Fue ciertamente un golpe para el Proceso, dentro y fuera del país. Nosotros teníamos la esperanza de un Nobel para Borges, pero el pobre Borges había quedado quemado al concurrir a un almuerzo conmigo.

Pérez Esquivel, 49 años, escultor, casado, tres hijos, no era conocido a nivel masivo, aunque había fundado el Servicio de Paz y Justicia y recibido ya algunos premios internacionales por “su tarea en favor de la defensa de los derechos humanos en América latina a través de métodos no violentos”.

Católico progresista, había estado preso durante la dictadura, entre abril de 1977 y julio de 1978. Una de las personas que más se alegró fue la subsecretaria de Estado para los Derechos Humanos de Estados Unidos, Patricia Derian, una aguerrida crítica del régimen militar. En Washington, Derian interpretó que el galardón era “un mensaje” para Argentina y para todos los países que violaban los derechos humanos, y sostuvo que las gestiones de su gobierno habían contribuido en su momento a la liberación de Pérez Esquivel.

El almuerzo entre Videla y Borges al que se refiere el ex dictador tuvo lugar el miércoles 19 de mayo de 1976, casi dos meses después del golpe, en la Casa Rosada. La mesa fue compartida también por Ernesto Sábato, el titular de la Sociedad Argentina de Escritores, Horacio Ratti, y el sacerdote Leonardo Castellani.

“¡Ave, César, vencedor de los peronistas!”, lo saludó Borges agitando uno de sus brazos, a la manera del Imperio Romano, recuerda Videla.
El secretario general de la Presidencia, general José Villarreal, había planificado una serie de almuerzos de Videla con figuras de diversos sectores, y era el turno de los escritores. Videla cuenta cómo fueron la convocatoria y el almuerzo.

—Sólo invitamos a cuatro escritores y los cuatro aceptaron. Fue un almuerzo encantador desde el punto de vista de la actitud de Borges y Sábato, que desarrollaron un diálogo muy rico entre ellos. Una discusión sobre literatura que ocupó prácticamente todo el almuerzo, un diálogo técnico. No se habló nada de política.

Los diarios de la época contaron que la comida duró casi dos horas, y que a la derecha de Videla se sentó Castellani, a la izquierda Sábato y enfrente Borges. Ratti y Villarreal completaron la mesa. Un mozo les sirvió budín de verduras con salsa blanca, ravioles y ensalada de frutas con crema o dulce de leche. Y vino tinto Bianchi 1887 y San Felipe blanco.

Videla todavía saborea los elogios de los invitados luego del almuerzo.

—Los periodistas, que estaban esperando, entrevistaron a los escritores. Fueron todas loas para mí, tantas que me pongo colorado cuando ahora leo los recortes de los diarios del día siguiente. Yo prácticamente no hablé, pero ellos dijeron que era inteligente, preparado, culto. Realmente, no había tenido tiempo de expresar todo eso.

Sábato declaró que Videla lo “impresionó como un hombre culto, modesto, inteligente”; Castellani lo consideró “un hombre honesto, sereno, humilde, preocupado seriamente por conocer la realidad argentina en su totalidad”, y Borges dijo que le agradeció “personalmente” por el golpe de Estado, “que salvó al país de la ignominia”. Años después, tanto Borges como Sábato asumieron públicamente posiciones contrarias a la dictadura.

Aquel almuerzo hizo tanto ruido, que con el paso del tiempo surgieron distintas versiones sobre lo hablado en la Casa Rosada. Videla asegura que ninguno de los invitados sacó el tema de las víctimas de su gobierno durante la comida.

—Luego del almuerzo, el padre Castellani me llevó a un costado, me dio un papelito y me dijo: “General, le recomiendo la situación de esta persona, un escritor. Es una persona de mi conocimiento, que no ha hecho nada malo”. Yo recibí el papelito, no recuerdo ahora el nombre; tomé nota del pedido y luego llamé por teléfono y di instrucciones para que, en la medida de lo posible, revisaran la situación de este detenido. No fue un pedido genérico sino por una persona determinada. No hubo ningún otro pedido por detenidos.

El escritor detenido era Haroldo Conti, que había sido secuestrado en su casa en la madrugada del 5 de mayo por un grupo armado, presuntamente del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. Conti, autor de la novela Mascaró, el cazador americano, entre otras obras, sigue desaparecido.

En un reportaje con la revista Crisis en julio de 1976, Castellani dio la misma versión de Videla: “Yo traté de aprovechar la situación por lo menos con una inquietud que llevaba en mi corazón de cristiano. Días atrás me había visitado una persona que, con lágrimas en los ojos, sumida en la desesperación, me suplicó que intercediera por la vida del escritor Haroldo Conti. Yo no sabía de él más que era un escritor prestigioso y que había sido seminarista en su juventud. Pero, de cualquier manera, no me importaba eso, pues así se hubiera tratado de cualquier persona, mi obligación moral era hacerme eco de quien pedía por alguien cuyo destino es incierto en estos momentos. Anoté su nombre en un papel y se lo entregué a Videla, quien lo recogió respetuosamente y aseguró que la paz iba a volver muy pronto al país”.

Castellani contó que luego del almuerzo Borges invitó a sus colegas a tomar un café a su departamento, y se marchó rápidamente. Cuando Sábato, Ratti y el sacerdote escritor lograron zafar del asedio periodístico fueron a verlo donde vivía y se llevaron una sorpresa: “Una persona que nos abrió la puerta dijo que Borges no podía atendernos porque estaba en cama con fuertes dolores de estómago. En fin, son cosas que pasan”.

DISPOSICIÓN FINAL
La confesión de Videla sobre los desaparecidos
Ceferino Reato
Editorial Sudamericana, 2012, 315 páginas

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