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Opinión

13 de Septiembre de 2012

El yerno de mi contador…

Una de las hijas de mi contador se emparejó con un cocinero (para qué vamos a decirle chef), lo que mejoró ostensiblemente la performance gastronómica de la familia, centrada en el simple asado carnívoro del jefe de hogar o en la cocina tradicional de la señora Laurita. Mi contador me hizo el comentario mientras adquiríamos […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Una de las hijas de mi contador se emparejó con un cocinero (para qué vamos a decirle chef), lo que mejoró ostensiblemente la performance gastronómica de la familia, centrada en el simple asado carnívoro del jefe de hogar o en la cocina tradicional de la señora Laurita. Mi contador me hizo el comentario mientras adquiríamos algunos mariscos y unos medallones de pulpo en las pescaderías del barrio, precisamente para probar al susodicho y sus dotes en una reunión familiar de las que suelo participar. Mi contador no dejaba de frotarse las manos a propósito del enamorado de su hija. Este sí que valía la pena, comentaba, no como esos poetas o artistas que son tan complicados y llenos de dobleces, cuestión que quedó ratificada cuando el yerno cocinero compareció como tal.

Yo lo tanteé un poco estableciendo con él una breve plática indagatoria de su experticia. Me relató sucintamente lo que iba a hacer con los mariscos. Yo cooperé con mi Opinel francesa para asegurar la calidad de los cortes. Sin duda faltaba ese momento que marcara un antes y un después, ese que nos distanciara de las carnes rojas y nos hiciera ingresar en el mundo no sólo de las carnes blancas, sino en el de una forma creativa de trabajar las verduras ampliando el rango o radio de su consumo o de su tratamiento. El desafío ahora era mantener a la hija enamorada en la ruta cocinero afectiva, en mi opinión había que dosificar el asunto, es decir, no cargarle la mano en demasía a la vertiente gastronómica que se abría, porque podía tener un efecto contraproducente.

El mejoramiento cualitativo en la elección del objeto amoroso de la hija de mi contador va en indirecta relación a la opción amorosa del hijo mayor de mi contador, que según algunos relatos no del todo confirmados estaría saliendo con una cuica santiaguina. Le comento a mi contador que habría que diseñar alguna operación político gastronómica o encuentro familiar formalizando esta relación para que pueda hacer sistema con la otra, y que si su nuera es cuica o flayte da un poco lo mismo porque Chile es un país de contrastes. Lo importante es que hacía tiempo que no veía tan entusiasmado a mi contador con la posibilidad de que la familia esté determinada por un rito gastronómico muy bien elaborado, entendiendo que el suyo propio necesitaba renovación, lo que implicaba movimientos tácticos de los que yo no podía restarme como colaborador o posibilitador. Eso él lo entendía muy bien, porque mi contador es amplio de cabeza y nunca pierde la perspectiva estratégica.

Yo hasta ese momento lo veía preocupado de armar operaciones políticas o de asesorar proyectos insolubles o de hacer de garante de situaciones contractuales delicadas. Además, padecía con angustia la falta de alternativa política a propósito de la basura electoral, él por primera vez en su vida cívica no asistirá a cumplir con ese deber ciudadano por rechazo estructural a la oferta política. Ahora lo veo radiante porque la alternativa a la decadencia país es la propuesta irrenunciable de la calidad de vida afectiva de nuestra población y del vecindario. Porque de la oferta gastronómica del yerno podremos usufructuar varios de los que por ahí pululamos, desde el flaco Zúñiga al Germán Osses y señora, desde el maestro Armando al Gato Muga, que de repente aparece. Yo, frente a este escenario, sólo puedo levantar mi copa de sauvignon blanc para que la situación revolucionaria se produzca, porque uno podrá manejar algunas movidas en el tablero pero gran parte de lo que efectivamente acontece depende de variables inmanejadas. Salud por eso.

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