Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

13 de Septiembre de 2012

“Postulé al premio nacional para marcar territorio, como los perros”

En el 84 se encerró en el zoológico de Santiago como una “protesta ecológica”, mientras Nicanor Parra daba declaraciones a la tele. Poeta de la generación del 60, se ha movido en los límites de la poesía y el periodismo. Este año postuló al Premio Nacional de Literatura por segunda vez, sabiendo que no era […]

Arolas Miranda
Arolas Miranda
Por

En el 84 se encerró en el zoológico de Santiago como una “protesta ecológica”, mientras Nicanor Parra daba declaraciones a la tele. Poeta de la generación del 60, se ha movido en los límites de la poesía y el periodismo. Este año postuló al Premio Nacional de Literatura por segunda vez, sabiendo que no era favorito, “fue una reivindicación, una humorada”, dice.

Por Arolas Uribe • Foto: Cristóbal Olivares

En marzo del 84, Alipio Vera informaba en las noticias de TVN que llegaba un nuevo espécimen al zoológico de Santiago: el hombre. “Esto es un espejo de la realidad” decía Nicanor Parra dando declaraciones a la tele, mientras al otro lado Enrique Lihn gritaba como loco “el hombre es el único animal que usa lentes oscuros, el hombre es el único animal que posa para las cámaras”. Con un letrero que aclaraba “Nombre científico: Homo Sapiens. Hábitat: esparcido por todo el orbe” y usando un traje de dos piezas, ese nuevo animal era Hernán Miranda.

En esa época, el poeta y periodista Hernán Miranda -que este año por segunda vez se postuló y no ganó el Premio Nacional de Literatura- trabajaba en La Tercera y su “protesta ecológica” -como la bautizó para convencer al director del zoológico- fue sólo una de otras tantas pautas extrañas: estuvo un día haciéndose pasar por argentino en una playa chilena, colocó animitas con su nombre para ver si la gente le prendía velas -y sí, le prendieron- y lanzó una carrera falsa como diputado para el plebiscito del 89. “‘Un poeta al parlamento’ era mi eslogan”, recuerda tomándolo muy en serio.

Lo extraordinario ha estado siempre presente en la vida de Miranda. Cuando estudiaba Castellano, su hermano era fotógrafo en El Siglo, entonces Miranda se la pasaba metido en el diario. Un día lo mandaron al hospital San Juan de Dios a cubrir un tema que nadie quería: la Violeta Parra recién operada de la vesícula. Le tomó una foto. “Ella estaba verde”, recuerda. Se alegró montones con la visita y le dijo “compañero, para agradecerle, déjeme tocarle una canción”.

Al rastrear en la vida de Miranda, aparecen otras historias dignas del Semanario de lo Insólito. Sus padres, de origen popular campesino, se conocieron en los campos de las afueras de Santiago. El padre, alcohólico y errático, “estaba muy locateli”. En uno de sus comunes desbordes en un cabaré, se peleó y baleó a un policía. En el tiroteo, también recibió un disparo, una bala que nunca sacaron de su cuerpo y que lo acompañó de por vida en el esternón. Fue a la cárcel y en cuanto salió, la familia escapó a Quillota para dejar el pasado atrás. Ahí nació Miranda. “Al tiempo, volvimos a vivir a Santiago, cerca de la casa de orates de avenida La Paz. Mi mamá quería a mi padre cerca del hospital psiquiátrico”.

Por ese padre borracho que se podía farrear en una noche de tomatera lo que había trabajado en seis meses, la infancia de Miranda fue angustiosa. Se cambió mucho de barrio y de colegio, pero gracias a esa “educación sistemática desordenada”, como él la llama, es que conoció a profesores clave en su vida. “A los once años tuve un profesor periodista, él vio en mí dotes literarios y me motivó: creamos un diario en el curso que se llamaba ‘Sucede’ y me nombró a mí director. A los 15, tuve otro profesor, muy viejo, cuya única obsesión era que sus alumnos fueran poetas. En una clase dijo ‘escriban un soneto’. Y qué, un soneto es súper complicado: catorce versos, endecasílabos, con rima consonante, en fin, difícil. Yo fui el único que lo logró hacer. Entonces él me dijo: tú vas a ser poeta”.

FREDDY TABERNA

Hernán Miranda se convirtió en poeta, en uno talentoso, reconocido por sus pares, pero de bajo perfil y demasiado modesto. Miembro de la generación del 60, ha ganado otros premios importantes, como el Casa de las Américas con “La Moneda y otros poemas” en el año 76 y el Altazor de Poesía en el 2011 con “Viajes Inconclusos”. En ese libro aparece “Balada de Freddy Taberna”, poema dedicado a un dirigente estudiantil fusilado en dictadura en el que puede leerse. “Cuando el supremo instante es el que llega / él avanzará entonando con voz plena / La Internacional entre la soldadesca / Cantará mientras las balas lo atraviesan / Y cantando irá como en cámara lenta / Cayendo y cantando aún en la goyesca / etapa inicial ritual de la leyenda”. Miranda tardó 30 años en terminar el poema, porque la idea lo perseguía, pero no le resultaba escribirla. Hasta que un día lo logró. “Me da una satisfacción muy grande haber escrito ese poema y haber ganado el Altazor con el libro donde aparece. Alguien tenía que escribirle a Freddy Taberna. Ya puedo morir en paz”.

A Miranda, las temáticas sociales y políticas le tocan la fibra. “Soy un hombre de izquierda, siempre lo he sido”. Un poco influenciado por sus padres, que tenían afinidad por el partido socialista, militó en esas juventudes, “pero después me pasé a las comunistas”. A los quince años apedreó su primera micro, en una protesta del uno de mayo. Fue su despertar político. Desde entonces, marcha cada día del trabajador. En la universidad, antes de Castellano y Periodismo, entró a Derecho en la Chile, pero no pensando en los estudios, “no le hice ningún empeño, sólo quería hacerle la guerra al gobierno de derecha de Alessandri”. En dictadura, estuvo en Argentina, exiliado, porque el Golpe le tocó de cerca: integró el comando de prensa de la campaña de la UP, después trabajó en La Moneda -“en una fiesta presidencial le regalé personalmente mi primer libro a Allende”- y luego se sumó al frustrado proyecto de televisión de la UTE, allí le tocó el 11 de septiembre.

Asilado en Buenos Aires, no se quedó tranquilo, trabajó como periodista en la agencia rusa TASS, denunciando los crímenes de Pinochet. El año 81 volvió definitivamente a Chile. Entró a trabajar a La Tercera, en parte por consejo de un amigo. “Él me dijo: ‘mucha gente se mete en organismos y diarios de resistencia, pero tú ya has hecho un trabajo duro en el exilio, es probable que te tengan fichado. Trata de irte a algo oficialista’”. Así lo hizo y, como siempre, lo curioso lo acompañó. La editora estaba medio emparentada con los dueños del diario, pero odiaba a los milicos. “Entonces publicamos reportajes de crítica social, de Neruda, de curas en las poblaciones e invenciones como mi encierro en el zoológico”. Esos azares, que forman parte de la vida poética de Miranda, enriquecieron mucho su carrera de reportero, pero en ese doble juego de periodista y poeta, su veta literaria salió perdiendo. “Al trabajar tanto como obrero del periodismo, hubo años en que no publiqué nada de poesía, preocupado del día a día, de la hora de cierre”. Y pese al poco tiempo, Miranda ha sacado casi veinte libros y sigue pensando en proyectos nuevos.

MEZQUINO GALARDÓN

Como consecuencia de ese periodismo “de trinchera” y al ser un poeta quitado de bulla, Miranda se convirtió en un jubilado del barrio sur de Santiago. Vive en una pequeña casa pareada en Puente Alto, rodeado de libros y con un perro custodiando su entrada. A veces lo visitan los alumnos que tuvo cuando hizo clases de periodismo en la Usach. Otras veces, su hija. Sus días los pasa en el Círculo de Periodistas o colaborando con esporádicos certámenes y tertulias literarias.

En estos años, algo ingratos, se ha dado cuenta de que hay dos tipos de poetas: los que dan la pelea política, “viven al salto de la mata y se mueren sin merecido reconocimiento”, una clase en la que se encasilla a él, a Enrique Lihn y a Alfonso Alcalde, “buen poeta y narrador que tuvo una vida muy desgraciada y terminó suicidándose”. El otro tipo de poetas son los que están donde calienta el sol, “que viven más protegidos que los jesuitas: con buen sueldo, buena casa, buenos premios, que tienen posiciones académicas y escriben en diarios poderosos”, una categoría que dice que aplica para Óscar Hahn, el nuevo Premio Nacional de Literatura. “Hahn es una mezcla de talento y sentido de la ubicación. Con una obra literaria, académica y crítica muy destacada, tenía todo a su favor para ganar. De todos los postulantes era el mejor posicionado”. Por eso cree que el premio está bien dado, lo que reclama son los pocos espacios para difundir la poesía nacional. “Hay una deuda que saldar con los poetas chilenos, no se ha podido premiar a todos los que lo merecen, como Jorge Teillier, Vicente Huidobro o Alfonso Alcalde, grandes ausentes en este mezquino galardón que no siempre ha sido justiciero”.

A Miranda le cuesta verse con el premio nacional en las manos, pero igual se postuló y se seguirá postulando “como una forma de marcar territorio, como los perros”. Además, el tiempo le juega en contra. “Desde el punto de vista lógico, si por tradición a los poetas se nos premia cada cuatro años, ¿qué posibilidades tengo? Si me postulo la próxima vez tendré 74 años, luego 78, y si es que estoy vivo. Por eso digo que hay algo de afirmación, de crítica y de humorada en mis postulaciones”. Para él, son una autogestión, para resaltar su nombre y su obra en la poesía chilena. “Nicanor Parra me envió un mensaje hace diez o quince años atrás, con Catalina Rojas, viuda de Roberto Parra, ‘dígale a Hernán que se mueva’. Eso hice, me moví y postulé, como una reivindicación. Aunque quizá algo tardía”, dice.

BAR ABIERTO. ANTOLOGÍA
Hernán Miranda
Selección y prólogo de Adán Méndez
Ediciones Tácitas, 2005, 129 páginas

VIAJES INCONCLUSOS
Hernán Miranda
Ediciones Tácitas
2010, 78 páginas

Notas relacionadas