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Opinión

27 de Septiembre de 2012

Por amor a Dios

Durante el medioevo, fueron los musulmanes los encargados de rescatar y conservar buena parte de la cultura clásica. En Bagdad, durante la época del Califato Abasí, fundaron Bayt al-Hikmah, o Casa de la Sabiduría. Ahí tradujeron al árabe textos chinos y griegos, entre los de otras varias lenguas, y los intelectuales perseguidos que huían de […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Durante el medioevo, fueron los musulmanes los encargados de rescatar y conservar buena parte de la cultura clásica. En Bagdad, durante la época del Califato Abasí, fundaron Bayt al-Hikmah, o Casa de la Sabiduría. Ahí tradujeron al árabe textos chinos y griegos, entre los de otras varias lenguas, y los intelectuales perseguidos que huían de Bizancio encontraron acogida. El cristianismo jugaba por esos años el rol que ellos juegan hoy día, y que algunos católicos añoran. Bagdad era entonces la ciudad más rica del mundo. Mientras permanecieron en España, cultivaron la convivencia pacífica y amistosa con todos los credos. Sus telas y turbantes eran entonces la vestimenta de la cordura. Para Abdelwahab Meddeb (1946), autor de “La enfermedad del Islam”, el islamismo es una infección que “asola el cuerpo entero de una de las comunidades religiosas más importantes y numerosas del planeta, pero una dolencia que no puede explicarse sin recurrir a una historia, que partiendo de su fundación en el siglo VII, conoce momentos como el Bagdad de los abbasíes, la convulsión de las cruzadas o el nacimiento del wahabismo en el XVIII”.

Para el mismo autor, la incomprensión y el recelo de occidente también los habrían aislado y empujado al integrismo. Hablamos de una religión con cerca 1600 millones de feligreses, una fe llena de diferencias internas, tantas como es imaginable en semejante cantidad de individuos. Sólo que hay veces en que la religión aplasta a las personas, y la defensa de un principio, una creencia o un concepto puede llegar a justificar tantas muertes como sea necesario. Salman Rushdie, pocos días atrás, defendió el no haberse retractado ni pedido excusas por escribir sus Versos Satánicos. Esa valentía le costó años de encierro y persecución, luego que el Ayatolah Jomeini pidiera su cabeza. De recular, hubiera entregado el alma.

La película sobre Mahoma –“La Inocencia de los Musulmanes”- que causó la ira de los fanáticos y que ya ha cobrado decenas de vidas y centenares de heridos, es lisa y llanamente una porquería. Desconoce cualquier tipo de sutileza y valor artístico, y, no obstante, es igualmente defendible su existencia que la del texto literario de Rushdie. Ban Ki Moon y Hillary Clinton, sin embargo, rechazaron el filme por considerarlo una provocación innecesaria. Es cierto, tienen el deber de aplacar turbas que en Egipto, Yemen, Líbano, Irán e Irak han causado la destrucción de sedes diplomáticas y agresiones brutales a sus funcionarios. En Libia asesinaron al embajador norteamericano. Obviamente, los ha movido el miedo, al que algunos podrían llamar responsabilidad. La pregunta que dejan latiendo, en todo caso, es hasta dónde es prudente ceder ante la intolerancia. En qué momento se entrega el alma. Una mala película burlesca jamás puede justificar semejante barbarie. ¿Qué más considerarán mañana “provocación”? El lunes, en la radio Zero entrevistamos a Fuad Musa, presidente del Centro de Cultura Islámica de Chile.

Condenó todos los crímenes como excesos de unos “cabezas calientes” frente a los excesos de los creadores y financistas del filme –otros “cabezas calientes”- sionistas, según este caballero, dejando la situación en un empate inaceptable. Sostuvo que la ironía era una ofensa y que debe enseñarse la libertad de expresión con respeto. (Saliéndose del tema, dio un dato para mí desconocido: si una mujer no está recibiendo el placer sexual que merece, ella puede presentarle sus reclamos a la autoridad religiosa correspondiente por el mal desempeño de su marido). “Por amor a Dios”, repetía todo el tiempo. Más tarde, tenía comprometida una entrevista con The Clinic, pero al revisar los contenidos de nuestro sitio online, decidió cancelarla. Supo ver con toda nitidez que no le llevaríamos el amén, ni por amor a Dios, ni a nada que se le parezca.

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