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Opinión

2 de Octubre de 2012

¿Cuánto vale una mujer?

Por Ángeles Espinoza para Blogs de El País de España Texto íntegro españolizado O planteado de otro modo, ¿son 50 millones de euros un halago o un insulto? Tal es la cantidad que Cecil Chao, un millonario de Hong Kong, ha ofrecido al hombre que logre conquistar el corazón de su hija lesbiana, según contaba […]

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Por Ángeles Espinoza para Blogs de El País de España

Texto íntegro españolizado

O planteado de otro modo, ¿son 50 millones de euros un halago o un insulto? Tal es la cantidad que Cecil Chao, un millonario de Hong Kong, ha ofrecido al hombre que logre conquistar el corazón de su hija lesbiana, según contaba la semana pasada mi compañero José Reinoso. Más allá del razonamiento que revela, la oferta, que Gigi Chao parece haberse tomado con filosofía, enraíza en la vieja tradición de la dote, aún muy extendida por ejemplo en India. Sin embargo, en China o en los países de mayoría musulmana es al revés. Los hombres tienen que pagar a sus futuras esposas, o a las familias de éstas, para casarse. En cualquier caso, son sistemas perversos que cosifican a las mujeres.

Las feministas pueden llevar un siglo luchando por la igualdad de mujeres y hombres, pero la realidad se presenta tozuda. Por mucho que se proclame que un ser humano no tiene precio, un vistazo a la prensa mundial descubre que las esposas se cotizan según el mercado.

El concepto de la dote, el dinero o los bienes que una mujer lleva al matrimonio, se funda en la concepción de ésta como miembro no productivo de la familia, que a partir de los esponsales va a trasladarse a la casa del marido, convirtiéndose así en una carga. Una buena dote la haría así más atractiva. Aunque en Occidente esa visión hace ya tiempo que quedó superada, todavía se encuentran vestigios en sectores tradicionales en los que la novia sigue aportando el ajuar.

En India, donde persiste esa práctica, sus defensores aseguran que es un medio para que la mujer reciba una parte de la herencia paterna. Sin embargo, no es ella quien la recibe sino su marido. Los periódicos locales dan cuenta de las dificultades económicas que la costumbre plantea tanto a los padres con varias hijas como a quienes carecen de recursos. Además, el retraso o la discrepancia en el pago prometido se citan con frecuencia entre las razones de la violencia contra las mujeres en el seno de su familia política.

Que las esposas tienen precio de mercado parece claro cuando se da un salto a la vecina China, donde la política de un solo hijo y la preferencia por los varones ha dejado al país escaso de mujeres. Allí en lugar de ser los padres de las chicas los que pagan para casarlas, son los pretendientes los que tienen que aflojar la cartera hasta extremos que agobian a muchas familias. Artículos periodísticos hablan de novias que cuestan 100.000 yuanes (unos 12.000 euros) en un país que el salario de un obrero apenas llega a los 1.000 yuanes mensuales.

En la tradición islámica, el mahr, o donación nupcial, es una obligación para el hombre con el objetivo de garantizar la supervivencia de la mujer si él muere o la divorcia. Se trata de una figura muy parecida a la donatio propter nuptias que el código de Justiniano introdujo en el derecho romano como compensación a la dote, y que aún se refleja en la entrega de las arras durante las bodas cristianas. Pero las buenas intenciones de la ley, se pierden a veces en su puesta en práctica. Un repaso a la situación actual saca a la luz que entre los más pobres, el mahr convierte a la mujer en una mercancía, mientras que entre los ricos se ha desbordado hasta suponer un obstáculo para la boda.

En las zonas rurales de Níger, Yemen o Afganistán, las niñas constituyen así una forma de obtener dinero ante una mala cosecha. Una hija que se entrega en matrimonio es una boca menos que alimentar y el mahr permite dar de comer al resto de la familia. En el caso más extremo, Fariba Nawa ha documentado en su libro Opium Nation (Harper Perennial, 2012) el uso de niñas-novia para pagar deudas de droga en el campo afgano.

“Las familias usan el matrimonio infantil como una alternativa, una estrategia de supervivencia ante la inseguridad alimentaria”, ha declarado Djanabou Mahonde, el responsable de protección infantil de Unicef en Níger.

En los acomodados países petroleros de la península Arábiga, se atribuye a la elevada dotación del mahr exigida por algunas familias el retraso en la edad de la boda y el aumento de los matrimonios de locales con extranjeras. Sin duda también influyen otros factores como la creciente educación de las mujeres autóctonas o el que éstas tengan más difícil casarse con forasteros. No obstante, el asunto parece lo suficientemente grave como para que las autoridades hayan tomado cartas en el asunto. En Dubái, por ejemplo, se ha fijado un mahr máximo de 50.000 dirhams (unos 1.100 euros), bajo multa de 500.000 dirhams o incluso pena de cárcel.

“Un encuesta online revela que 38% de quienes respondieron culpan del retraso en el matrimonio al excesivo coste del mahr, 32% a los padres, 7% a las chicas que se orientan hacia una carrera, y 5% a las costumbres y tradiciones que obligan a casarse entre parientes o miembros de una misma tribu”, aseguraba recientemente un miembro del Consejo Nacional Federal, la cámara consultiva de EAU.
Aunque las autoridades emiratíes insisten en que no hay estadísticas fiables, desde los medios de comunicación se promueve el ejemplo de familias que renuncian al pago nupcial o lo convierten en algo simbólico. Les preocupa sobre todo que la búsqueda de novias fuera del país termine afectando a la identidad y la cultura nacionales.

El pasado mayo, el responsable de los tribunales de Dubái rindió tributo a una pareja que fijó el mahr en 1 dirham, la cifra más baja registrada en 2011. El asunto recibió una gran cobertura en la prensa de Emiratos. De igual modo, ahora se ha hecho eco del caso de un ciudadano del vecino Arabia Saudí que sólo ha pedido 2 riales (40 céntimos de euro) por su hija, cuando lo habitual en ese país ronda los 30.000 riales para una familia de clase media, si bien alcanza cientos de miles entre las más acaudaladas.

Son pequeños pasos que intentan adaptarse a la realidad de una nueva generación de mujeres cada vez mejor preparadas y más independientes a pesar de las limitaciones legales. Falta ahora que la sociedad las valore por ellas mismas, no por su estado civil o la familia de la que proceden. Ahora bien, que un padre te valore en 50 millones de euros tampoco está demostrado que perjudique a la autoestima.

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