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Opinión

9 de Octubre de 2012

Trueque, imágenes y fe

Foto: Cristóbal Olivares Algo similar a esa fantasía de subvertir o revertir el tiempo presente en muchas películas norteamericanas es el anhelo de restarse edad pero conservar la sabiduría y experiencia que han otorgado los años. Es como cuando uno de los amantes se manda una cagada y quiere hacer retroceder el tiempo. Algo similar […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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Foto: Cristóbal Olivares

Algo similar a esa fantasía de subvertir o revertir el tiempo presente en muchas películas norteamericanas es el anhelo de restarse edad pero conservar la sabiduría y experiencia que han otorgado los años. Es como cuando uno de los amantes se manda una cagada y quiere hacer retroceder el tiempo. Algo similar es la petición cristiana de que suceda un milagro, la sanación de un enfermo por ejemplo. Hay algo de ciencia ficción o de fantasía en pedirle a Santa Rita de Casia, por ejemplo, que realice un milagro.

La fe es de alguna manera ciencia ficción. Soy un frecuentador de templos, sé cuáles albergan a los más fervientes, a los más terminales. En la iglesia de Punta Arenas por ejemplo hay una serie de vagabundos que fingen rezar porque la particularidad de esa iglesia es que tiene unas enormes estufas. Son mendigos, sólo se nota si uno los mira bien porque andan con parkas de marca y cosas térmicas. Se avergüenzan cuando uno se da cuenta y fingen rezar. Y uno finge que no se dio cuenta. Y ambas miradas se dan cuenta en un perdón cómplice mientras afuera se caga nevando y en algún bar está un poeta con chistera sacado de la película La eternidad y un día de Theo Angelopolus o de los cuentos de Óscar Barrientos.

Mi única relación con algo medianamente patriótico fue ver las maravillosas imágenes de Andacollo, la película de Nieves Yankovic y Di Lauro. De todas las mandas –trueques–, la que se ofrece en rima y cantando. El poema.

Siempre me meto a la iglesia que está en Estado con Huérfanos, que es una de las más activas, a mirar esos rostros de una devoción envidiable y a toda prueba: un anciano moribundo que baja de un auto a rezar, los oficinistas rezando con ropa de trabajo completamente entregados, mujeres con ropa de gerente o de secretaria apretando las manos, un obrero con el casco en la mano, alguna pareja con una guagua, y la clásica pareja tomada de la mano y con los ojos cerrados rezando ya quisiera yo saber por qué cosa.

Me he dedicado a mirarlos sin que la mirada interrumpa, desde hace tiempo me he dedicado a desarrollar una técnica estrábica de filmación, a inventar historias a partir de lo que piden. La idea de trueque me ha rondado en este último tiempo, pensando en el intercambio de láminas de álbum, estampitas literalmente, como las que veo a la salida de la iglesia. Y un amigo me cuenta que en sus oraciones o diálogos con lo que él concibe como Dios, él le propone un trueque en el que le pide cambiar su depresión por una cara llena de arrugas y el pelo blanco. Ese es el negocio que mi amigo propone. La manda es un trueque.

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