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Opinión

14 de Octubre de 2012

Eric Hobsbawm, el intelectual que desmitificó al marxismo

Fue de los primeros libros que me compré con convicción. Corrían fines de los años 90 y estaba tan orgulloso: mi primer “Manifiesto Comunista”, adquirido como consecuencia del dinero obtenido de mi trabajo burgués. Tapa dura, edición de lujo y bilingüe. La editorial: Crítica. Nada que ver con esas ediciones de hojas de papel de […]

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Fue de los primeros libros que me compré con convicción. Corrían fines de los años 90 y estaba tan orgulloso: mi primer “Manifiesto Comunista”, adquirido como consecuencia del dinero obtenido de mi trabajo burgués. Tapa dura, edición de lujo y bilingüe. La editorial: Crítica. Nada que ver con esas ediciones de hojas de papel de mala calidad, traducidas del ruso, de editoriales soviéticas, introducidas de manera clandestina al país o bien que sobrevivieron a la purga de la dictadura militar[1].

La edición incluía los prólogos a las ediciones alemanas de 1872, 1883 y 1890, a la edición rusa de 1882, a la edición inglesa de 1888, a la edición polaca de 1892 y a la edición italiana de 1893, todas escritas por Marx y Engels o sólo por éste último (Marx murió en 1883). Además de todo lo anterior, se agregaba la única página original conservada del proyecto original de Marx para el Manifiesto del Partido (que expresa al inicio algo que me llamó siempre la atención: “Manuscrito de la Sra. de Marx”).

Una joyita.

¿Porque cuento todo esto? Simplemente porque además de todo lo que les he señalado, venía con una notable introducción de un hombre a quien yo no conocía. Un profesor, no de una universidad en Cuba, la Unión Soviética, la RDA u otro país de la órbita soviética, sino un docente universitario nada más y nada menos que británico: Eric Hobsbawm. La Editorial Crítica parecía que se había empeñado en esta edición, realizada para conmemorar el 150 aniversario de la publicación de esta obra y Hobsbawm, profesor emérito de historia social y económica del Birbeck College, Universidad de Londres, pretendía recordarnos que el Manifiesto tiene “todavía mucho que decir al mundo en vísperas del siglo XXI”.

Del tenor de lo que expresaba, quedaba claro que no se trataba de un académico veterano que escribía prisionero de sus dogmas políticos o de sus traumas personales e históricos. No era un fanático que pretendía, como muchos que he conocido, levantar mesiánicamente a Marx y hacer del Manifiesto una creación dogmática y religiosa (algo así como una Biblia Laica), imponiendo al mismo tiempo a Stalin y Lenin como sus arcángeles, y a Moscú como una suerte de “Vaticano comunista”.

Hobsbawm, por el contrario, recordaba que se trata de un documento escrito para un momento concreto de la historia, que “envejeció casi inmediatamente”, quedando incluso obsoletas las tácticas que recomendaba, al mismo tiempo que se publicaba la obra. El lenguaje era otro y representaba una etapa inmadura todavía del pensamiento marxista. Sin embargo, la agudeza de la visión de sus creadores, en orden a concebir -entre otros aspectos- un capitalismo desarrollándose a largo plazo y masivamente globalizado, lo hace una obra indispensable, aunque también con muchos errores.

En contra de los que lo critican por no haber denunciado los excesos del comunismo soviético, en este breve texto indicaba que “es verdad que la experiencia soviética del siglo XX nos ha enseñado que quizá sea mejor no hacer lo que se debe en condiciones históricas que prácticamente hacen el éxito imposible”, pero eso no significa que nos contentemos con hacer una lectura del marxismo respecto de “lo que nos dice la historia que ocurrirá”, sino que también respecto “de lo que se debe hacer”, en consideración a una época, un lugar y una cultura.

Comparto, aún hoy, lo que Hobsbawm me permitió descubrir hace más de 10 años: el marxismo debe entenderse conforme a una realidad histórica determinada, como una obra de hombres sujeta a errores, cuya interpretación debe efectuarse conforme a la realidad periférica en la que nos desenvolvemos. Estamos fuera de Europa y lejos del medio que tuvieron en consideración Marx y sus sucesores.

Su obra creo que debe tomarse como una contribución, pero no aislada, sino que junto con muchas otras experiencias (nosotros tuvimos una muy dura y sangrienta, cuya falta de solución nos ha impedido salir de la transición), para entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. Reitero, pese a las críticas a Hobsbawm (incluso las realizadas por Tony Judt[2]), este autor no puede quedar circunscrito a libros como “La Era de la Revolución”, “La Era del capital”, La Era del imperio” e “Historia del siglo XX”. Su obra es sencillamente monumental.

En “Cómo cambiar el mundo” (2011), celebraba la liberación del marxismo de su identificación pública con el leninismo. Sostenía, como testamento político, que el capitalismo globalizado de los años 90 es muy similar al que tenía en vista Marx en el “Manifiesto Comunista” y que los socialismos del siglo XX se habían alejado de Marx, aunque éste nunca perdió importancia por “su visión del capitalismo como una modalidad históricamente temporal de la economía humana y su análisis del modus operandi de éste, siempre en expansión y concentración, generando crisis y autotransformándose”.

Agregaba que “sin embargo, hay una serie de características esenciales del análisis de Marx que siguen siendo válidas y relevantes. La primera, obviamente, es el análisis de la irresistible dinámica global del desarrollo económico capitalista y su capacidad de destruir todo lo anterior, incluyendo también aquellos aspectos de la herencia del pasado humano de los que se benefició el capitalismo, como por ejemplo las estructuras familiares. La segunda es el análisis del mecanismo de crecimiento capitalista mediante la generación de contradicciones internas: interminables arrebatos de tensiones y resoluciones temporales, crecimiento abocado a la crisis y al cambio, todos produciendo concentración económica en una economía cada vez más globalizada…. La tercera característica es mejor ponerla en palabras de sir John Hicks, galardonado con el premio Nobel de Economía. “La mayoría de aquellos que desean establecer un curso general de la historia”, escribió, “utilizarían las categorías marxistas o una versión modificada de las mismas, puesto que hay pocas versiones alternativas disponibles”.

Además de esta obra, rescato “Los ecos de la Marsellesa”, que nos conduce hacia una interpretación de la revolución francesa desde la perspectiva de las consecuencias del hecho en la historia del hombre y de cómo, a partir de un acontecimiento de suyo sangriento, se transformó el mundo hasta nuestros días.

Uf, es tanto: “Bandidos”, “Sobre la historia”, “Guerra y Paz en el Siglo XXI”. Pero para no aburrirlos más, sólo un último trabajo que me marcó: “Revolucionarios” (Crítica, 2000), que trata sobre la revolución como instrumento de cambio social, pero no como panacea, sino desde un prisma objetivo, sobre todo tomando en consideración las consecuencias de las acciones violentas. En “El diálogo sobre el marxismo” ejecuta una dura autocrítica a aquellos que, como él, defendieron la ortodoxia comunista, y que tuvieron que abrir los ojos luego de las desilusionantes consecuencias de la aplicación del modelo soviético, y la cantidad de sangre derramada como consecuencia del mismo.

En fin, la semana pasada se nos fue el viejo Hobswaum, que constituyó uno de los referentes intelectuales (junto con Tony Judt, que murió el año 2010) más importantes de la época actual. Se trataba de un humano (demasiado humano), que trabajó sobre las obras de otros hombres, pero partiendo de la base de lo que son: el trabajo de hombres, realizados por, para y en una época determinada y conforme a otras circunstancias, que debemos tener en cuenta para entender e interpretar todas sus acciones y aplicar lo que pensaban en nuestros tiempos, no a rajatabla o de manera mesiánica o dogmática, sino que ajustándola a nuestras culturas, a nuestras historias, a nuestras necesidades y realidades históricas.

Para ser marxista no hay que tener al mismo Marx deificado, ni sus obras como escritos sagrados, ni tampoco se requiere abrazar todas las causas perdidas ni enrolarse para cualquier batalla. No es necesario justificar o ejecutar todo tipo de violencia ni atacar a otros seres humanos para impulsar o defender algún objetivo, por muy legítimo que este sea. Sí nos permite, junto con otras herramientas, comprender lo que vivimos como un proceso, y no sólo para entenderlo, sino que también para transformarlo.

Sobre el autor: Andrés Cruz Carrasco es abogado, magíster en Filosofía Moral y autor del libro “Obediencia y desobediencia civil”.
[1] Sí señores: Dictadura. No soy de los que para no pelearse con otros la denominan -ahora que se benefician del sistema- con un eufemístico “Régimen militar”.

[2] Su obra “Algo va mal” me parece sencillamente imprescindible para la configuración de una nueva izquierda democrática, junto con el “Catocomunismo” de Gianni Vattimo.

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