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Mundo

15 de Octubre de 2012

Vida, ascenso y muerte del líder de Los Zetas

Por Humberto Padgett para El Tiempo El Verdugo’ quedó satisfecho. Su tumba en el panteón de San Francisco era una réplica a escala de la iglesia cuya remodelación recién había pagado de su propio bolsillo. La placa negra y dorada en el templo no rehúye el origen de ese dinero del diablo puesto al servicio […]

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Por Humberto Padgett para El Tiempo

El Verdugo’ quedó satisfecho. Su tumba en el panteón de San Francisco era una réplica a escala de la iglesia cuya remodelación recién había pagado de su propio bolsillo. La placa negra y dorada en el templo no rehúye el origen de ese dinero del diablo puesto al servicio de Dios: “Centro de Evangelización. Catequesis Juan Pablo II. Donada por Heriberto Lazcano Lazcano”.

Ahora, su mausoleo, una capilla mortuoria alzada entre modestos entierros, reluce blanca y con acabados de madera y dos cruces emergentes de nubes en la loma del cementerio de la colonia Tezontle de Pachuca, a hora y media de la Ciudad de México.

Lazcano no nació ahí, sino en un pueblo cercano llamado Apan. Si existen dudas sobre su muerte, también las hay sobre su nacimiento, aunque la reconocida por el Ejército mexicano y mayor consenso es la de la Navidad de 1974.

La pobreza de sus padres los mordió hasta soltarlos en la capital del estado de Hidalgo. Heriberto creció en El Tezontle jugando fútbol con un chavalo de nombre Lucio y apodo Lucky. Embobados, los muchachos admiraban la reciedumbre de la soldadesca asentada muy cerca de su casa, en la base de una región militar.

Apenas pasaron los 17 años de edad, Heriberto y el Lucky se enrolaron en el Ejército el 5 de junio de 1991. Dos años después, el 5 de julio de 1993, Lazcano fue ascendido a cabo de infantería.

Tenía por apodo ‘Laz’, ‘Lazca’ y ‘el Muñeco’, aunque estaba a pocos años de dedicarse a la cacería del ‘Señor de los Cielos’ y ganar el sobrenombre que mejor lo definiría: ‘el Verdugo’, una vez que su jefe inmediato en la deserción militar, Arturo Guzmán Decena, fuera muerto, y su primer jefe en el mundo narco, Osiel Cárdenas Guillén, fuera extraditado.

* * *

¿Qué hacía especiales al cabo Lazcano y a los otros 28 militares que en el origen abrazaron al narco? Su entrenamiento impartido por agencias estadounidenses, las mismas que forjaron a los kaibiles guatemaltecos y a los talibanes afganos.

El futuro jefe del narco atravesó las asignaturas de Fuerzas Especiales, Operaciones de Intervención, Contraterrorismo, Francotirador, Protección de Funcionarios, Seguridad Integral y Guerra Anfibia. Era un hombre especializado en tareas de inteligencia y contrainteligencia.

Una máquina de matar
Lazcano recibió adiestramiento de combate en jungla, submarino, montaña, alta montaña, desierto y urbano. Estaba capacitado para actuar en vehículos aéreos, acuáticos y terrestres de asalto. Aprendió a utilizar diferentes armas antitanque, explosivos, fusiles de combate y precisión, subfusiles y lanzagranadas.

Tuvo como primera misión de importancia el envío de él y su tropa, en 1994, a la zona insurgente indígena de Chiapas, en la frontera sur de México. Luego fue desplegado a la frontera norte como parte de un programa de refuerzo al combate del narcotráfico autorizado por el presidente Ernesto Zedillo.

* * *

Lazcano es el villano del peculiar eastern que convirtió al Golfo de México en una película de clara estética gore. Los zetas decapitan y mutilan y exhiben los despojos.

La Internet mexicana es una red de los horrores: videos de enemigos a quienes se les desprende la cabeza en vida con un cuchillo comando mientras sus gritos se ahogan en su propia sangre, adversarios colgados de puentes peatonales, traidores desaparecidos en barriles metálicos incendiados con 200 litros de diésel para sólo dejar cenizas. Entierros de hombres vivos.

En la estructura miliciana de Lazcano, sólo él pudo ordenar el incendio del Casino Royale en la ciudad norteña de Monterrey, antes insignia de la bonanza empresarial. Cincuenta y dos personas murieron, porque sus anfitriones se negaron a pagarle impuestos.

Únicamente ‘el Lazca’ pudo autorizar el reclutamiento forzado de 72 migrantes centroamericanos quienes, luego de su negativa a servir como mulas o sicarios, fueron ejecutados.

Igual ocurrió con más de 180 mexicanos en su paso hacia Estados Unidos por el mismo pueblo tamaulipeco, San Fernando, súbitamente convertido en la fosa clandestina más grande del mundo. Las versiones entre los policías, contadas de boca en boca, dan cuenta de los últimos minutos: los inocentes fueron forzados a pelear por sus vidas entre ellos mismos con cuchillos y marros.

Las mafias mexicanas tienen la cicatriz dejada por Lazcano: todas mutilan, todas levantan, todas cobran derecho de piso a personas indefensas.

Al término de la administración de Felipe Calderón, México cerrará en 60.000 la lista de muertos del narco, según cifras oficiales del gobierno mexicano; 150.000, de acuerdo con declaraciones recientes del secretario de Defensa de Estados Unidos.

Varios de esos miles en el genocidio son responsabilidad de ‘el Verdugo’, a quien, a diferencia de su exjefe Osiel Cárdenas Guillén no lo embriagaba el whiskey, sino la sangre. Lazcano alimentaba un tigre y un león enjaulados en una de sus fincas con la carne viva de sus enemigos.
* * *

‘El Lazca’ se les peló -como en México se le dice a escapar- una y otra vez a sus enemigos, policías o narcotraficantes.

Lazcano, a diferencia de Osiel, el hombre que lo hizo narcotraficante en estricto sentido, guardaba prevenciones no por el miedo, sino por la estrategia bien calculada. El gobierno mexicano se quedó a nada de atraparlo cuatro veces. Ya en dos ocasiones anteriores hubo quien pregonó su muerte.

Él intuía la clave de La carta oculta, de Edgar Allan Poe: vestía pantalones de mezclilla, zapatos deportivos, gorra de béisbol. Se mezclaba entre la gente. Tomaba buses. Utilizaba equipos electrónicos para debilitar la señal de los móviles a su alrededor. Pero, en las ciudades de su propiedad, era cubierto por comitivas de 30 furgonetas, cada una con una “estaca”, célula de 4 pistoleros.

Sólo se le veía relajado cuando volvía a su barrio, El Tezontle. Visitaba su iglesia, se persignaba y se paraba ante su propia tumba.

El domingo 7 de octubre subió a una camioneta blanca en el pueblo de Progreso, Coahuila, casi un caserío de polvo con un estadio desvencijado cerca de Estados Unidos. Lazcano iba con un amigo, quizá dos. Nada es claro todavía. Querían ver el juego de béisbol. Tomar cerveza.

Estacionaron su vehículo y se sentaron en el graderío despintado. Abajo, en la furgoneta, quedaban a la vista las armas. En este descuido se le fue la vida al capo. Alguien avisó a las autoridades y el Ejército, por rutina, en la ignorancia del dueño de las armas pretendió el arresto. Pero Lazcano sí que entendía el final de esa situación y los enfrentó.

Corrió por su fusil, uno de los suyos lanzó una granada. Los dos cayeron muertos y el supuesto tercero habría huido entre la maleza.

Horas después, un grupo de sicarios, tal vez bajo las órdenes de Treviño, el nuevo rey Zeta, robaron los cadáveres. Sólo por esto, la Marina, la casualidad, el gobierno mexicano logró matarlo.

Ayer, la iglesia de El Tezontle celebró su primera misa con la muerte de su benefactor de fondo. La tumba, visitada por Heriberto en vida, ahora que ese hombre está muerto, ha quedado vacía: hasta muerto se les peló ‘el Verdugo’.

El segundo más buscado de México

Era uno de los narcotraficantes más poderosos y sanguinarios de México. No en vano era el líder de los Zetas, un grupo criminal dedicado al tráfico de drogas, pero también al asesinato, secuestro y cobro de extorsión. Era su ejército privado.

Era tal la importancia de Lazcano en el tráfico de drogas que Estados Unidos ofrecía cinco millones de dólares de recompensa por quien ayudara a su captura. Era el segundo criminal más buscado de su país.

Según una acusación formal en el 2009 de una corte estadounidense, Lazcano enviaba cargamentos de cocaína y marihuana desde Colombia y Venezuela a Guatemala y a México para luego llevarla a EE. UU.

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