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Cultura

16 de Octubre de 2012

Cae y se levanta

La cuarta novela de Álvaro Bisama alterna momentos de enorme lucidez con otros donde el empleo desmedido de metáforas –y metonimias y metalepsis– da por resultado una textura arenosa y cargada, tendiente a la hipérbole. En esos momentos donde a una metáfora sigue otra, “Ruido” es un relato espeso, inverosímil y errático, en el que […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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La cuarta novela de Álvaro Bisama alterna momentos de enorme lucidez con otros donde el empleo desmedido de metáforas –y metonimias y metalepsis– da por resultado una textura arenosa y cargada, tendiente a la hipérbole. En esos momentos donde a una metáfora sigue otra, “Ruido” es un relato espeso, inverosímil y errático, en el que esa Villa Alemana onírica y ominosa y hasta carnavalesca se hace confusa y, sobre todo, impersonal, esquemática, plana e incolora.

La sensación de que la novela excede algo así como el número, arbitrario por cierto, de metáforas admisibles, se da en las primeras páginas de la novela. En esas veinte o treinta páginas prevalece un tono de tragedia con tufo a apocalipsis que, casi por familiaridad, adormece.
“Ruido” es, en pocas palabras, la historia de un pueblo que muta por efecto de la aparición de un hombre que cree ver, en la altura de un cerro (como suele ocurrir en la tradición judeocristiana), a la Virgen. Es también la historia de un escritor, un novelista (que no se nombra) que recuerda para sí mismo, y para su tribu, el efecto del profeta sobre el pueblo y sus vidas.

La aparición del vidente define la identidad del pueblo. Hasta ahí la Villa Alemana de Bisama era una colección de oficios y espacios de honesta monotonía: el almacén de la plaza y su dependiente, el profesor del liceo, el cura, hombres y mujeres a la espera de un evento que desarme el ritmo de sus vidas. El vidente es el ruido. El vidente es distinto. El vidente convierte el recuerdo de un pueblo aburrido en el recuerdo de un pueblo donde pasaban cosas; cosas raras, como la visita de Pinochet y de su mujer, de mujeres de milicos devotas de milagros y novedad que perciben en el vidente un trastorno a la lasitud de su rutina. El vidente es, en definitiva, el símbolo de una ciudad moderna. Sobre esa contradicción Bisama es elocuente. Ve, con razón, cómo un elemento esotérico, y charlatán, insufla energía en un pueblo cansado. El vidente es un profeta que da inicio a la modernidad.
Además del exceso de metáforas, “Ruido” tiembla un poco con sus cambios de narrador (de tercera a primera y de primera a tercera persona).

El nosotros de Bisama es, por supuesto, el grupo de ex habitantes de Villa Alemana que pudo emanciparse y ver, desde la distancia, la realidad de su pueblo, de sus infancias y adolescencias, y la fortuna de haberse largado de allí. Cuando un escritor usa esa persona, echa atrás la máquina del tiempo, presumiendo tener la autoridad para interpretar el sentido colectivo de sus pares. No es verdaderamente un problema, pero es sorprendente que un escritor tan identificado con lo híper moderno como Bisama haga un gesto tan propio del realismo. Al mismo tiempo, con un cambio de narrador debiera haber un cambio en los modismos y mecanismos de la prosa, y esto no ocurre.

“Ruido” es una novela ambiciosa que deja al lector algo tibio. La desmesura, una prosa algo vanidosa, demasiado consciente de lo que está diciendo, provoca desconfianza, da la impresión de falta de sinceridad. El proyecto Bisama tiene ese riesgo: su prosa funambulesca siempre se encuentra a un paso de caer. En “Ruido”, cae y se levanta, cae y se levanta.

RUIDO
Álvaro Bisama
Alfagura
2012, 170 páginas

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