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Poder

29 de Octubre de 2012

La caída de Labbé, el último pinochetista

Es fácil imaginar la lista de los peores momentos en la vida de Labbé: en 1972, dan de baja a su papá, Alberto Labbé por negarse a rendir honores a Fidel Castro. El 5 de octubre de 1988, el triunfo del No que marcó el final de los suyos en La Moneda. El 11 de diciembre de 1993 perdió en su intento por llegar al Parlamento. El 16 de octubre de 1998 con la detención de Pinochet en Londres. Es más fácil decir que lo de ayer supera con creces el dolor de los otros episodios.

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En otras circunstancias esta sería una casualidad: Cristián Labbé, el último pinochetista asumido, el último militar camuflado con corbata, salió de la trinchera que lo albergó por 16 años con el mismo porcentaje que despidió a Augusto Pinochet de La Moneda en 1988: un flaco 44% de los votos.

En su caso, no había forma de desconocer los resultados ni de convocar a una junta de militares para ver la posibilidad de quizás, tal vez, por ahí, sacar las tropas a la calle y adios con el cuentito de la democracia. Entonces su último recurso fue postergar un poco el reconocimiento de la derrota. Cuando el poder escasea, se ejerce en pequeñas cuotas y eso Labbé lo sabe y lo demostró cuando ordenó no recoger la basura a la embajada de España por la detención de Pinochet.

Es fácil imaginar la lista de los peores momentos en la vida de Labbé: en 1972, dan de baja a su papá, Alberto Labbé por negarse a rendir honores a Fidel Castro. El 5 de octubre de 1988, el triunfo del No que marcó el final de los suyos en La Moneda. El 11 de diciembre de 1993 perdió en su intento por llegar al Parlamento. El 16 de octubre de 1998 con la detención de Pinochet en Londres. Es más fácil decir que lo de ayer supera con creces el dolor de los otros episodios.

Lo primero que el coronel Labbé escuchó al bajarse del auto gris que ayer lo dejó en la puerta del Campus Oriente de la Universidad Católica fue “Asesino conchetumadre. ¿Ya se te olvidaron los campesinos que mataste en el sur? Torturador”. Eran las once de la mañana y un grupo de siete personas lo acusaba de crímenes cometidos durante la dictadura. En el recorrido hasta su mesa de votación el tumulto creció sumando adherentes, detractores, periodistas, curiosos, empleados de la municipalidad de Providencia y militares que trataban de abrirle camino por los pasillos del alma mater de Jaime Guzmán.

El coronel se veía nervioso. Su hijo José, concejal de la UDI en Ñuñoa, se veía nervioso. Su esposa, Bárbara Coombs, se veía al borde del colapso. Y casi: una de las mujeres que venía con la cantaleta de “asesino, asesino” la golpeó en el rostro, su hijastro Cristián solo atinó a decir “sin tocar, sin tocar” mientras la primera dama de Providencia se sobaba la cara y decía “loca, loca, loca” a la mujer que la agredió. Nadie celebró el golpe.

Semanas atrás el militar partió la campaña disparando: no pueden querer cambiar a un gerente por una dueña de casa dijo en una entrevista matinal y la bala le estalló en la cara: distintos sectores de la comuna estaban calientes con el manejo autoritario del conflicto estudiantil y con temas puntuales relacionados con la dictadura como el homenaje a Miguel Krassnoff. Por eso el ninguneo del coronel a Josefa Errázuriz causó más rechazo que el que hubiera generado una más de sus salidas de madre.

Entonces Labbé entendió que su peor enemigo era él mismo y optó por acuartelarse, no dar entrevistas -sus últimas dos apariciones mediáticas fueron la Radio UC y la revista Datoavisos- no hacer campaña puerta a puerta, no hacer actos masivos y limitar sus apariciones en público para evitar que le sucediera precisamente lo que vivió ayer: gritos, escupitajos y golpes antes y después de votar en la mesa 152.

Allí, en la mesa en que había votado desde 1996 con éxito en la mayoría de los casos, el ex guardaespaldas de Pinochet perdió por 146 votos contra 68. Providencia dejaba de ser su casa desde donde podía, por ejemplo, ordenar el cierre del instituto Chileno-Británico de cultura o decir, cómodo desde su sillón, que la homosexualidad es una opción para ejercer a puerta cerrada.

Después del bochorno, el alcalde y los suyos almorzaron en familia. Aunque la mañana fue tensa, aún no se podía hablar de un día de mierda. Todavía había tiempo para eso. Las malas noticias llegaron pasaditas las seis de la tarde: una tras otra, las mesas daban resultados negativos para el coronel. Labbé no podía creer lo que escuchaba: la presidenta de las juntas vecinales, la ex presidenta de la Junta Vecinal 10 de Providencia, una ama de casa sin militancia política, lograba lo que militantes de la DC, el PPD y el PS no habían podido.

Ni siquiera Juan González, el rostro del pinochetismo y organizador del homenaje al difunto dictador fue a votar por el coronel: los 42.334 votos que obtuvo en 2008 se redujeron a 28.585 y el gerente desempleado tendrá que pasar a ser dueño de casa.

Antes de las seis de la tarde, en el comando de Labbé -en la esquina de Holanda con Eliodoro Yáñez- la esposa del coronel contestaba el teléfono con voz de tragedia y al lugar empapelado con el rostro del militar y sus obras en Providencia comenzaban a llegar familiares, empleados y amigos a dar el pésame al muerto.

Llanto. Desolación. Un empleado encargado de la limpieza de la municipalidad se preguntaba si mantendría su trabajo.

Y como al caído caerle, los automovilistas que pasaban por la esquina festejaban la despedida con bocinazos y uno que otro entusiasta sacaba la cabeza por la ventana para personalizar el saludo: “Chao facho culiao”.

Aunque para su hijo la derrota no tuvo que ver con el rol de Labbé en la dictadura como hombre de confianza de Pinochet al punto de ser su escolta y último vocero, todos los insultos hacia el comando iban acompañados del colgandejo: facho, milico, asesino.

Eran las siete de la noche y los bocinazos desconocían que a esa altura de Cristián Labbé solo se sabía lo que decía José Labbé: El alcalde estará acá en un rato más. En política nadie está muerto hasta el último minuto. Hay gente que se acuesta perdiendo y se despierta ganando. Aunque trataba de ser entusiasta, en la cara se le veía el muerto.

Una hora después, su papá entraba al comando por el estacionamiento. Flashes y luces para ver el rostro de la derrota, la caída del último pinochetista -los tapados no cuentan-, el ceño de uno que se sentía muy seguro en su cargo: ahí estaba, derrotado dentro de una chaqueta azul y su peinado lamido de vaca, saludando con una sonrisa de otro rostro.

En su caso, la contienda no solo se trataba de un alcalde de derecha frente a una propuesta nueva: su contendora llegó a la candidatura después de una primaria y con el respaldo del partido de Giorgio Jackson, es vista como el botón de muestra de que los movimientos sociales pueden acceder a espacios de poder.

Tras su llegada al comando, el alcalde saliente se perdió detrás de la reja y por primera vez en la noche se oyeron aplausos y vivas. Viva el muerto que ya se va. La conferencia de prensa que vino después fue una mezcla de pataletas y últimos cartuchos: resulta que los culpables de la derrota del coronel son los periodistas. Resulta que la guerra sucia tiene la culpa. Resulta que Labbé nunca felicitará a Errázuriz “porque yo soy así”.

Y resulta, que el coronel, futuro cesante, tiene alma de predicador:

“Ha vencido el odio, la intolerancia, la falta de respeto. (…) Creo que aquí venció de nuevo la serpiente del paraíso”.

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