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Opinión

7 de Noviembre de 2012

¿Para quién serán los archivos de Foucault?

No está claro a quién pertenece el legado material de un pensador. En el caso del filósofo francés, un tira y afloje institucional abre la posibilidad de que sus manuscritos y grabaciones acaben en manos gringas.

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Vía El Malpensante

No exageremos: tal vez no sea el primer asunto que tenga que abordar el nuevo ministro de Cultura francés, pero probablemente será el segundo. De lo contrario, el caso se eternizará en los arcanos de las distintas administraciones, que se irán pasando la pelota, y podremos decir adiós a los archivos del filósofo Michel Foucault. Y es que no debemos hacernos ilusiones sobre el efecto de una orden del Journal Officiel que recientemente clasificaba como “Tesoro Nacional” los 37.000 folletos, manuscritos y textos mecanografiados que abarcan un período de cuarenta años: si en treinta meses no se alcanza un acuerdo entre el vendedor y el Estado, las bibliotecas estatales de distintas universidades de Estados Unidos (Berkeley, Chicago, Yale), orgullosas de su Centro Michel Foucault, que tanto contribuyó al desarrollo de la obra del filósofo, van a competir por el privilegio de su adquisición. ¿Mensaje recibido, señor ministro?

Este escenario-catástrofe dice menos de la ciencia ficción que de la clasificación de los Archivos Foucault, la cual se hizo inicialmente de forma preventiva para impedir que salieran del país en silencio. El sociólogo Daniel Defert, que compartió la vida del filósofo y heredó sus bienes, ha decidido, a los 75 años y después de una operación de corazón, separarse del legado, por lo que solicitó un permiso de exportación que encendió la pólvora: “La familia de Michel Foucault y yo esperamos que estos archivos se queden en Francia, considerando que la publicación de sus cursos no está completa. En todo caso, si no es posible, no tengo ninguna reticencia a priori contra los Estados Unidos, que tanto hicieron por él”, dice. Pero, ¿qué daría al traste con el acuerdo? Dos cosas que podrían reducirse a una: que la suma coincida con el precio de mercado (nadie quiere correr el riesgo de aventurar una cantidad pero, para ser más precisos, digamos que es mucho, es decir, mucho más de lo que costó adquirir los manuscritos de las Memorias de Casanova o los archivos de Guy Debord) y una vieja rivalidad entre dos instituciones culturales, cada una con sus propios motivos… y el mismo Ministerio (que no es de deportes y artes marciales). A mi derecha (por así decirlo, nunca se es demasiado cuidadoso), la bnf (Bibliothèque Nationale de France) argumenta con razón que no pretende dejar de lado el siglo xx, como demuestra la adquisición de los fondos de Guy Debord; que ya tiene dos manuscritos de Michel Foucault (dos versiones de la Historia de la sexualidad y una primera versión de La arqueología del saber), recibidos en dación cuando Defert tuvo que abonar un importante impuesto de sucesiones, y que, como recuerda Bruno Racine, presidente de la bnf, “si hay un autor que tenga un espacio en nuestra casa, ese es Michel Foucault: tenía su lugar asignado en la Sala Labrouste, pasaba los días tomando notas, esas que son una parte del fondo, de modo que hay un vínculo casi orgánico entre él y la Biblioteca, ¡de la que incluso soñaba con ser administrador general!”.

A mi izquierda (por decirlo así, pues la cosa es incierta), el Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine (Imec). Nathalie Léger, la directora adjunta, defiende que su fondo de Foucault (textos mecanografiados con anotaciones, libros, una importante fonoteca) es “el único centro de investigación en el mundo dedicado a esta obra: desde 1997 atrae a muchos investigadores de todas partes, además de haber organizado numerosas exposiciones, publicaciones, conferencias”.

Esto en cuanto a las fuerzas presentes en el debate. A pesar de los medios, el prestigio y la antigüedad de la primera son más importantes que los del segundo, aunque no está claro cuál es el outsider y cuál el challenger. El hecho es que en la actualidad las dos instituciones están negociando con el abogado y con el experto en manuscritos, delegados por Defert para que lo representen. “Ambos son legítimos, hay que proceder según las reglas de la concurrencia”, dijo. El 11 de junio, el tradicional dîner des mécènes se llevará a cabo en el prestigioso Salón de los Globos de la bnf. Bajo la dirección del banquero Jean-Claude Meyer, se apelará a la generosidad de varias fundaciones (Louis Roederer, Pierre Bergé, Total, Lagardère, L’Oréal, Getty, Louis Vuitton y otros foucaultianos de choque) para adquirir los fondos de Foucault. Por el momento no hay desayuno, ni nada parecido, previsto en el Imec, que tratará de recaudar fondos entre los mecenas cercanos a su consejo de administración. Pero de una manera u otra, todos estarán ocupados detrás de bambalinas tratando de ganar. Se dice incluso que ambas partes están dispuestas a cooperar (exposición, digitalización, etc.), sin olvidar el resentimiento acumulado entre ellas desde hace años, revivido recientemente con el traslado de los papeles de Roland Barthes a la bnf después de haber sido debidamente “trabajados” en el Imec, lo que dejó un sabor amargo en la Abbaye d’Ardenne. Ambas coinciden en que lo más importante es que los archivos de Foucault no salgan de Francia, que no se dispersen y permanezcan a disposición de los investigadores aquí o allá. Aunque cada una está convencida de que sería mejor aquí que allá.

A este respecto, acaba de aparecer un ensayo muy original titulado Une parole inquiète (Ellug, editorial de la Universidad Stendhal de Grenoble). Guillaume Bellon, investigador en el Institut des Textes et Manuscrits Modernes (Item), propone la unión entre Barthes y Foucault estudiando sus cursos en el Collège de France con un enfoque genético, el del laboratorio del trabajo en curso. Para mostrar mejor la fragilidad del discurso docente, pasa a través del tamiz todos los documentos con los que guarda alguna relación, tales como notas manuscritas o grabaciones sonoras, y entonces se pregunta sobre la responsabilidad ética con la cual se decide la publicación (en edición impresa, comunicación en una biblioteca) de lo que fue concebido como un archivo privado: La voluntad de saber, El poder psiquiátrico, El coraje de la verdad, etc. (Foucault); Lo neutro y La preparación de la novela (Barthes). De Michelet a Lacan, el problema se ha planteado a menudo, pero se vuelve particularmente grave en el caso de estos dos intelectuales. Su palabra magistral, con todo lo que puede haber de intimidador en la altura de esta prestigiosa tribuna, no es solo algo que “inquieta”, como se indica en el ensayo, sino algo que obliga, pues se trata de mantener un discurso en un templo del conocimiento cuyo lema es “Docet omnia” (enseñarlo todo). Lean o hablen, Foucault y Barthes, con o sin notas nos hacen entrar en su laboratorio, en su fábrica, en su taller de pensamiento, donde el curso oral dialoga con el trabajo por escrito, antes de resultar en un texto que finalmente va a adquirir la condición de libro.

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