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Opinión

9 de Noviembre de 2012

El Late y Kenita Larraín: Una mierda buena onda

La farándula siempre ha sido el reducto hediondo de la actualidad nacional. Es el periodismo basura, con personajes que vienen de la alcantarilla. Algo que entretiene en la misma proporción en que genera críticas, como si disfrutar con ello fuera una muestra no tanto de mala, sino que de baja educación. “Esto no es un […]

Romina Reyes
Romina Reyes
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La farándula siempre ha sido el reducto hediondo de la actualidad nacional. Es el periodismo basura, con personajes que vienen de la alcantarilla. Algo que entretiene en la misma proporción en que genera críticas, como si disfrutar con ello fuera una muestra no tanto de mala, sino que de baja educación.

“Esto no es un programa de farándula”, dijo Fabrizio Copano mientras Kenita Larraín abandonaba el estudio de su programa donde, según dijo, fue humillada y maltratada psicológicamente. El Late, el programa al que se refería Copano, puede que no sea un programa de farándula. Nació como un sketch en El Club de la Comedia y desde ahí saltó como un proyecto de late show, un género que varios han intentado en Chile y que sólo se ha logrado afirmar en el cable o en iniciativas más bien autogestionadas, como la del otro miembro de la familia Copano.

El programa dirigido por Pedro Ruminot funciona con una pauta que es dictada por el humor. El mismo Ruminot trabaja como Productor Ejecutivo y se encarga de buscar a los invitados, los que según dice, han respondido a una suerte de experimento. Kenita Larraín fue el resultado de una escasez de gente –por trabas de los canales, Chilevisión no puede invitar a gente ni de Canal 13 ni de La Red a menos que haya canjes de por medio- y la posibilidad de hacer chistes con ella a partir del trabajo de guionistas.

Los chistes que fueron editados por la dirección y que no se alcanzaron a ver en la última edición de El Late resumen el chiste en el cual Kenita se ha convertido. Una especie de prostituta que molesta tanto por meterse con nuestros héroes nacionales (de Iván Zamorano para abajo) como por no contar los detalles de esos encuentros. Como si su castigo por ser promiscua fuera el contar los detalles de su promiscuidad para que nosotros, los dueños de la moral, pudiéramos juzgar con mayor conocimiento los crímenes de la rubia.

Más allá de talla, hay un conservadurismo oculto en ese juicio público que recae sobre otras modelos tipo Vale Roth. Hay gente ofendida por los millones que cobran cuando quieren hablar, pero no hay escándalo público por otras inmoralidades como las tasas de interés que tienen las tarjetas de créditos que están en todas las billeteras. Lamentablemente, sus acciones tampoco responden a una performance de género que una pueda alzar como bandera de lucha emancipatoria. Pero el punto es que la talla que al final no se vio en El Late es la talla fácil. ¿Cuál es el heroísmo de reírse de Kenita Larraín?

La irreverencia de Copano pierde potencialidad cuando recae sobre aquellos que son más fáciles de humillar. Daría lo mismo lo de Kenita si hubiésemos visto –o pudiéramos ver- ese mismo atrevimiento de parte del animador y su equipo de guionistas para interpelar a Ricardo Lagos por terminar de privatizar el país. O a los precandidatos presidenciales. O si viéramos cómo le saca en cara a Don Francisco que sacó su fama con los toques de queda. No sobre si se tiró o no a toda la selección (cosa que en mi opinión debería dar absolutamente lo mismo porque el poto es de cada uno).

Al final, las lágrimas de Kenita quedarán en el archivo de las glorias nacionales. Porque la polémica no es realmente una polémica, sino un lloriqueo. Cuando estemos ante un hecho que marque pauta, habremos encontrado la verdadera irreverencia.

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