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Opinión

10 de Noviembre de 2012

Una nueva contra-revolución industrial

Por Juan Camilo Cárdenas Buena parte de la revolución industrial que multiplicó los niveles de productividad de la mano de obra y aumentó los ingresos de quienes pudieron montarse en ella, se basó en aprovechar las economías de escala de maquinas que lograban multiplicar lo que una hora de trabajo humano lograba producir. En general […]

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Por Juan Camilo Cárdenas

Buena parte de la revolución industrial que multiplicó los niveles de productividad de la mano de obra y aumentó los ingresos de quienes pudieron montarse en ella, se basó en aprovechar las economías de escala de maquinas que lograban multiplicar lo que una hora de trabajo humano lograba producir. En general eran máquinas grandes y costosas. Pero cada tractor, cada caldera, cada máquina de vapor valió la pena.

Hoy se está dando una contra-revolución industrial basada en exactamente lo opuesto. En lugar de las economías de escala al interior de una firma que masivamente producía -gracias a la especialización- volúmenes importantes de unos cuantos bienes, hoy se están produciendo una serie de artefactos para el uso cotidiano a pequeña escala, bajo costo y en volúmenes muy pequeños.

A través de un proceso mas bien silencioso, que fluye en buena parte a través de internet y fuera de los medios convencionales de publicidad, y por razones que serán obvias en un instante, cientos de miles de personas están en un día cualquiera de estos fabricando su propio computador, editando e imprimiendo las copias de su propio libro de poemas o recetas, alterando su cámara fotográfica o su celular, o construyendo para su casa su propio calentador solar.

No me refiero al caso del artista Thomas Thwaites que quizo fabricar desde ceros una tostadora, que podría haber comprado por menos de diez dólares, con el fin de hacer una exploración de los materiales y procesos que se necesitan para su fabricación, y que lo llevaron a extraer las rocas minerales y fabricar con sus manos cada uno de los metales que se necesitaban. El proceso de Thwaites tiene otros propósitos y resultó en la tostadora mas cara de la historia y una de las experiencias mas enriquecedoras para comprender como funciona una sociedad de consumo hoy.

La historia de la contra-revolución industrial s otra. Hace poco mi hijo me invitó a una feria fascinante, Makers Faire, donde docenas de inventores se reunieron para compartir como convertían materiales a la mano en artefactos o herramientas para resolver problemas concretos. Por ejemplo, vimos un sensor de calidad del aire que usted fabrica y coloca en el techo de su casa, conecta a su red de internet y genera datos que con otros vecinos permitiría un monitoreo de la calidad ambiental de su barrio sin tener que esperar a que alguna agencia del gobierno haga la medición. Allí vimos impresoras en tercera dimensión donde usted “imprime” los artefactos que usted diseñó para su casa. Sus utensilios de la cocina, lámparas, adornos, joyas. Es más, si quiere Usted puede fabricar su propia impresora en 3D.

En una librería independiente de Boston tienen un nuevo personaje, Paige M. Gutenborg. Allí cualquier autor llega con su manuscrito y con la ayuda de Paige, podrá editar, imprimir y encuadernar las copias que quiera de su manuscrito sin necesidad de un mínimo que justifique los costos, porque ese autor con la ayuda de tecnología, logró reducir todos esos costos fijos y centrarse en ése costo mínimo por copia del libro. La obsolescencia de las editoriales, al menos como las conocemos. Amazon está entrando en este negocio también.

En estas conversaciones familiares he comenzado a aprender del mundo de Arduino, un movimiento que tiene de industria, de negocio, de culto y de moda que incluso podría ser pasajera. Por ahora es una realidad y promete revolucionar la fabricación de artículos electrónicos. Con piezas que se compran a precios decentes y manuales que se encuentran abiertos y gratis en la red, hoy hay cientos de comunidades en el mundo intercambiando ideas para innovar con Arduino. No están detrás de una patente, no están contratados por el departamento de R&D de empresa alguna, muchos lo hacen en su tiempo libre y producen algo. Es mas, no hay dos unidades iguales, cada nuevo fabricante al cacharrear, mejora algo y lo comparte con los demás.

Por ejemplo, hoy están construyendo sensores caseros para medir la radiación nuclear alrededor de la tragedia de Fukushima. A través de una red de usuarios de estos sensores llamada SafeCast , los usuarios-inventores-fabricantes miden y comparten información que se convierte en una alternativa a las mediciones oficiales del gobierno después de la tragedia. El gobierno tiene ahora el balón en su cancha. El balón de la credibilidad y la transparencia.

En su nuevo libro, “Makers”, Chris Anderson, dice que el movimiento de los hacedores, o como los prefiero llamar, cacharreros, puede ser una nueva revolución industrial. En este mundo de cacharreros no hay patentes ni secretos industriales. El secreto es compartirlo. La competencia y el mercado están en producir las materias primas y liberar la generación de ideas.

Ese mundo de innovación y de libre acceso que ahora toma fuerza en el mundo industrializado, sin embargo, ha tenido su contra parte en el mundo en desarrollo. Miles de talleres siguen hoy adaptando repuestos de unas maquinas a otras. El mundo en desarrollo está lleno de “sietes de agosto” y microtalleres de electrónicos donde le trabajan a lo obsoleto o a lo casi desechable. África ya ha comenzado a realizar sus propias ferias de cacharreros.

Hace poco recibí esta foto de mi colega, Ruth Meinzen-Dick quien visitando India se encontró con este inventor que con un sencillo cable y dos polos sueltos al final, mide que tan bajo está el nivel de agua en el pozo de su comunidad. Un bombillo se prende cuando los dos cables sueltos entran en contacto a través del agua y todos en la comunidad observan la profundidad del pozo en la medida del cable.

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