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Opinión

12 de Noviembre de 2012

Emancípamelo

Duró muy poco rato. La sensación de triunfo o la derrota posible de la derecha. Una señora gana en un municipio modélico a nivel de ordenamiento urbano, siempre regido por la oligarquía asentada en Santiago, obvio. Varias mujeres parecen triunfar en otras comunas santiaguinas, lo que también nos debiera llenar de optimismo, pero no. Un […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Duró muy poco rato. La sensación de triunfo o la derrota posible de la derecha. Una señora gana en un municipio modélico a nivel de ordenamiento urbano, siempre regido por la oligarquía asentada en Santiago, obvio. Varias mujeres parecen triunfar en otras comunas santiaguinas, lo que también nos debiera llenar de optimismo, pero no. Un simple examen, no exento de resentimiento endémico, nos dice que la ciudadanía está ausente, aunque quizás en la señora de apellido vinoso haya algo de empoderamiento ciudadano, como le llaman ahora (para los ricos, eso sí). Lo comentábamos, obviamente, con mi contador. Para él los perros socialistas y algunos de sus socios van a usar la plataforma municipal para proyectar a la mujer que los debiera devolver a La Moneda. Ahí está el negocio. ¿Será posible que un Escalona o un Girardi vuelvan a protagonizar la escena política conduciendo un programa perverso de reacomodo dirigencial, llenándonos nuevamente de operadores macabros que deben estar ávidos de volver a las oficinas de donde los desalojaron, preparando un nuevo alojamiento, con otro diseño más acorde a las demandas del perraje, pero sin desordenar el naipe que ya está tirado? En cambio, en las comunas pobres, nos llenan de caudillos picantes que hacen de las municipalidades unos feudos de tercera categoría.

En este contexto político discursivo, este fin de semana largo estábamos ensayando una nueva forma de cocinar los mariscos, en concreto choritos y almejas, tirándolos directamente a la parrilla, en su concha, de manera que cada uno se servía directamente utilizando un pebrecito o limón, según fuera el gusto. Aproveché la ocasión para comentarle a mi contador la venida, hace unas semanitas, del filósofo Jacques Rancière, todo un rock star de la filosofía contemporánea. Yo no asistí a ninguna de sus conferencias porque me hubiera sentido ridículo, de alguna manera se reproduciría la micro farándula crítica con los respectivos fans vitoreándolo y pidiéndole autógrafos, comenté. Alguien me recomendó que le regalara una de mis novelas en que ocupo una de sus frases como epígrafe anticipatorio, pero me dio vergüenza.

Una amiga mía que en alguna ocasión fue alumna, situación en que estudiamos algo del filósofo, me hizo el relato, más o menos pormenorizado, de su venida. Mi contador me advirtió que no quería escucharme decir que en nuestras rascas elecciones municipales había un efecto Rancière que las determinó, preocupado de los análisis facilistas que reivindican la abstención capitalizándola para los llamados movimientos sociales, de los que mi contador sospecha, a pesar de no haber votado. Él siempre desconfió de los franceses en política y en filosofía, me recordó a Debray y la nefasta influencia de los pensadores franceses en los diseños políticos determinados por el mayo 68, cuya marca histórica indeleble es la toma de la Católica, que sólo había servido para la instalación de un cuiquerío que terminaría definiendo las rutas de la política chilena cuando corrieron aires emancipadores, dijo.

Le cuento que mi alumna me contó que al GAM llegaron los pacos porque el pendejerío universitario que supuestamente lo lee sintió que la institución académica no democratizó al gurú. Mi alumna me comentó que el tópico interdisciplinario entre estética, política y práctica crítica se mantuvo, pero que la escena que los tatitas académicos impusieron era de un conservadurismo imposible de contrarrestar por el peso institucional de estas prácticas, mientras el estudiante callejero vociferaba para trasladar el aula al pavimento movilizador.

“Emancipación”, dicen que gritaba el pendejerío universitario que pretendía ingresar a una de las escenas ofertadas que no estuvo exenta de especulación por cupos de ingreso. Mi contador me dice que una situación como la que torpemente le relato, narración de segunda mano, tiende a reproducir el viejo tópico de consagrar lo que se intenta deponer. Por eso estamos como estamos, concluye, porque cualquier lucecita, ya sea un resultado electoral o la venida de un intelectual clave, termina siendo un paso inseguro por una calle sin salida y bien oscura.

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