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Opinión

13 de Noviembre de 2012

Diálogo de sordos en Argentina

¿Cuánta gente salió a las calles manifestar contra el gobierno el 8 de noviembre (8N)? La respuesta, como todo en Argentina, depende de a quien se le pregunte. Las autoridades hablan de 70 mil, la policía de Buenos Aires, controlada por el opositor Mauricio Macri, dijo que fueron 500 mil. Las redes sociales que convocaron […]

Olivia Sohr desde Buenos Aires
Olivia Sohr desde Buenos Aires
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¿Cuánta gente salió a las calles manifestar contra el gobierno el 8 de noviembre (8N)? La respuesta, como todo en Argentina, depende de a quien se le pregunte. Las autoridades hablan de 70 mil, la policía de Buenos Aires, controlada por el opositor Mauricio Macri, dijo que fueron 500 mil. Las redes sociales que convocaron a la protesta hablan de un millón en la capital y otras ciudades.

Las discrepancias en la apreciación sobre lo que ocurre en el país abarca un número creciente de campos. Uno clave para todos los asalariados es la tasa real de la inflación. Mientras las consultoras privadas la estiman en más del 20%, el instituto de estadísticas, el INDEC, la ubica en el 10%. “Quiero que el INDEC me mida la cintura”, decía la pancarta de una señora con sobrepeso.

Algo similar ocurre con la seguridad. Nilda Garré, ministra de Seguridad, reconoció sentir “culpa” por la angustia que genera la inseguridad, cuando Argentina no es un país violento. El oficialismo habló muchas veces de “sensación de inseguridad”, para explicar que no se trata de un problema real, puesto que la delincuencia es baja, sino de una “sensación” atizada por los medios.

También varían, como era de esperar, las percepciones sobre los niveles de corrupción.

Lo que no está en discusión es que la protesta del 8N fue masiva y constituye un fenómeno político insoslayable. El gobierno, a diferencia del pasado no se precipitó a descalificar a los participantes como gente adinerada, “bien vestida” preocupada por la restricción a la compra de dólares (sólo se pueden comprar en casos de viajes) o a la que “le importa más lo que pasa en Miami que en Argentina”, como había dicho el jefe de gabinete, Juan Manuel Abal Medina, de la marcha anterior, el 13 de septiembre.

Esta vez no hubo críticas directas a los manifestantes, aunque tampoco hubo un reconocimiento de sus reivindicaciones. Como el espectro era tan amplio las autoridades optaron por dejar que se diluyeran. Algunas demandas son coyunturales y apuntan a mejoras económicas. Pero otras, como el cerrado rechazo a una reforma constitucional que permitiría una segunda reelección de CFK, son de claro corte político.

Algunos ministros y voceros del gobierno han aludido a la protesta, aunque en su mayoría la descartaron por estimar que trata de demandas muy vagas. CFK dio la tónica en un discurso en el que habló de dos hechos importantes en la semana: las elecciones en EE.UU. y el cambio de presidente en China. Aludió a la protesta hablando de un “formidable aparato cultural que se ha extendido y ha actuado sobre todos los argentinos, para que tuvieran una idea distorsionada de su propio país”. Y llamó a la oposición a “generar ideas, proyectos y propuestas”, aclarando que son otros los que tiene que hacerse cargo de esos pedidos y formar un proyecto político en torno a ellos. En este proyecto no tienen cabida.

Hasta ahora el gobierno ha ninguneado a los manifestantes y se desentendió públicamente de sus reclamos. Pero el hecho de que se refieran a ellos, aunque sea para descalificarlos, es muestra de su preocupación. Eso no quiere decir que vaya a cambiar el rumbo. Este no es un gobierno proclive a las autocríticas públicas, o a dar marcha atrás.

El problema es que aunque el gobierno no escuche, hay pocas opciones disponibles. La oposición hoy no es capaz de traducir los reclamos en un proyecto político. Desde la derecha de Macri, a la izquierda socialista de Hermes Binner, todos dicen haber escuchado el mensaje. Pero la relación no es reciproca, la mayoría de los manifestantes no se siente representada por ningún político.

El ánimo del “Que se vayan todos” del 2001 aterroriza a los políticos. Si la oposición no logra canalizar los reclamos, por mixtos y difusos que sean, el peligro es que reine el clima de la anti-política.

Por el momento, sin una crisis como la de principios de los 2000, la situación no es seria. Un oficialismo que se mantiene hegemónico a falta de opciones no es el 2001, no hay pedidos de “que se vayan todos”. Hay un gobierno fuerte, con mayoría en el Congreso y la legitimidad del 54% ganado hace un año. Pero si sigue sin escuchar los reclamos, el resultado se reflejará en las elecciones parlamentarias del próximo año.

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