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Opinión

23 de Noviembre de 2012

Alberto Manguel, escritor: “Hablar de capitalismo moral es una contradicción en los términos”

Es autor de más de una veintena de antologías y ensayos donde el tópico principal es el libro y los lectores. Estuvo la semana pasada en el Festival Puerto de Ideas y conversó con The Clinic sobre lectura y subversión.

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
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Foto: Alejandro Olivares

“Para mí la biblioteca sí fue un hogar”, dice Alberto Manguel, 64 años, escritor, editor, antólogo y traductor nacido en Argentina pero nacionalizado canadiense. La carrera diplomática de su padre hizo que, a partir de sus tres meses de vida, Manguel iniciará una serie de innumerables traslados con su familia. El permanente cambio de país, de casa, de lengua, hizo que la biblioteca fuera lo más constante en su vida.

-Para mí el centro fijo eran los libros, poder volver al mismo libro y encontrar que estaba el dato preciso en la misma página, una suerte de seguridad -dice.

De ahí su idea de la biblioteca como hogar del lector, forjadora de su identidad. Según Manguel, es posible trazar una suerte de retrato del lector a partir de la biblioteca que tiene.

La identidad de Manguel, en particular, está marcada y definida por la lectura. En la adolescencia conoció a Borges, que ya llevaba una década ciego y, estando ya anciana su madre y eterna secretaria, le pedía a la gente que por favor le leyera. Manguel comenzó a visitarlo todas las noches durante varios años para leerle.

Para Manguel, lector desde los cuatro años, la experiencia fue determinante.

-Tener a alguien como Borges, que ya tenía prefijo de clásico en Argentina, que tenía una inteligencia avasalladora, que no tenía ningún respeto por las reglas oficiales, la literatura oficial y los cánones, todo eso era enormemente vibrante para mí.

Entonces tomó la determinación de hacerse escritor y desarrollarse como ensayista-lector con textos como “Una historia de la lectura”, “Leer imágenes” y “En el bosque del espejo”. El 2006 publicó una selección de la enorme obra de 1621 de Robert Burton, “Anatomía de la melancolía”, una de las decenas de antologías y traducciones que ha publicado.

-Una de las tareas de un lector es la de antólogo. A partir de las lecturas que uno hace elige ciertos hitos y pasajes. Burton es un autor de una importancia muy grande, es una suerte de Quevedo más erudito y desgraciadamente poco conocido. El nombre de la obra es conocido entre el público de lengua inglesa, pero nadie lo lee, y mucho menos en castellano -explica sobre su labor.

En sus reflexiones, Manguel intenta preguntarse y definir la actividad que considera principal, la que lo define. Para escribir “Historia de la lectura” encontró ciertas características comunes en los lectores, como la de traductor -de idioma y de la misma lectura hacia la propia experiencia-, la acumulación en forma de biblioteca mental que se va seleccionando, reorganizando según el estado de ánimo, el conocimiento y el tiempo, y la labor de editor.

-Son todas funciones creativas y de intervención en la obra que estamos leyendo y sobre las cuales el autor no tiene ningún poder. El autor desaparece en el momento de poner punto final a la obra, el autor muere. El lector da nueva vida a la obra.

¿Cuál sería el hogar del lector hoy en día?
-Sigue siendo la biblioteca. No ha cambiado la relación del lector con su colección de libros, aunque esta colección esté en Kindle. Lo que ha cambiado es el símbolo de la biblioteca en una sociedad, pero como ha cambiado todo en nuestra sociedad.

¿En qué sentido?
-Los banqueros del renacimiento no decían que la actividad financiera mercantil fuera más importante que el saber intelectual o el sentimiento artístico. Hoy, en cambio, está la derecha desvergonzada, que no se avergüenza de decir que la ambición financiera, el egoísmo, la codicia, son valores. Hoy con mucho orgullo alguien podría decir “a mí lo que me interesa es el dinero, a mí no me importa nada los beneficios de mis vecinos, por mí que se mueran todos con tal de que yo tenga mis ganancias”. Hemos construido esta suerte de máquina informal que rige las necesidades y donde la instrucción es producir ganancias financieras a pesar de todo, de nuestra propia vida incluso. Nunca habíamos estado en una situación como la de hoy. El valor simbólico de centro de una sociedad que tenía antes una biblioteca, el rol del lector, ha sido desplazado, o desechado, y se ha puesto en el centro la institución financiera. El centro de la ciudad hoy es el banco.

La lectura, dentro del capitalismo, no tiene valor.
-El acto intelectual no tiene valor, al contrario. Lo que la sociedad necesita para sobrevivir es el consumidor. El consumidor no puede ser un intelectual. Casi se podría definir al consumidor como lo contrario de un intelectual, es decir, como la persona que no razona y que compra aquello que la propaganda comercial le dice que tiene que comprar. Simbólicamente, la razón por la cual Cristo echa a los mercaderes del templo es porque dentro de la casa del espíritu el capitalismo no tiene lugar. Ahora han inventado cosas como capitalismo moral y empresas con actitudes morales: eso no existe, es como hablar de un vegetariano que defiende a la carne, es una contradicción en los términos. Esta sociedad no sólo no valora lo intelectual sino que debe denigrarlo, debe empobrecerlo. Es un sistema que, justamente para alejarse del intelectual, toma elementos de la realidad cotidiana, la de las víctimas, de los pobres, y los fetichiza, los convierte en algo comercial.

A propósito, en Chile este año se ha dado el debate sobre el impuesto a los libros, que los grava desde 1976. ¿Cómo se explica simbólicamente que una sociedad grave la compra de un libro de esa forma?
-Durante un buen tiempo hubo en Francia cuatro productos que estaban tasados como excepciones, productos esenciales para la vida que no tenían las mismas tasas que los otros productos: el pan, la leche, el vino y el libro de bolsillo. No es solamente el hecho de que se tase el libro, es el hecho de que simbólicamente se coloca al libro al nivel de una botella de perfume, un sillón, un par de zapatos. Es lo mismo que con la educación. Una sociedad que se forma para el beneficio de quienes van a ser sus ciudadanos tiene ciertas obligaciones, como brindar protección física, cuidar su salud, darles una casa, hacer que coman, y por sobre todo tiene que hacer que sus ciudadanos sean educados en las reglas de esa sociedad, y al mismo tiempo, con la capacidad de mejorar esas reglas. Respetar las reglas de la sociedad, y dentro de ese respeto cambiarlas. Eso es una prerrogativa esencial. No puede ser un lujo por el cual pagamos. El aire que respiramos, el agua que bebemos, la educación que recibimos, son esenciales para que la sociedad sobreviva.

Y la lectura se obstruye porque da poder…
-La lectura da mucho poder. La lectura ofrece, permite el cuestionamiento. El cuestionamiento es lo que hace que nuestro pensamiento avance. No es a través de las respuestas, sino a través de las preguntas, que sabemos más. El lector se adiestra en pensar y en una sociedad verdaderamente libre se alienta eso.

En una sociedad como esta, un lector es casi un revolucionario.
-Todo lector es subversivo. La lectura es una actividad subversiva porque exige que el lector subvierta el texto. El único texto que no es subvertido es el catequismo, porque tiene las preguntas y las respuestas y no hay nada más para el lector.

ARGENTINA

Usted nació en Argentina pero se denomina canadiense.
-Yo me fui de Argentina cuando tenía 3 meses. Volví a los ocho años y estudié en Argentina, y me fui de nuevo a los veinte. Esos años de estudio fueron esenciales para mí. Después viajé mucho y por fin llegué a Canadá, donde me encontré con una sociedad en la cual yo sentía que estaba la posibilidad del ciudadano de actuar dentro de las leyes, pero cambiando las leyes. Eso no me había ocurrido nunca, ni en Argentina, ni en Francia, ni en Italia, ni en la Polinesia Francesa, los lugares donde viví.

¿Qué le parece la situación de Argentina hoy?
-No sé, porque no he vivido en Argentina hace mucho tiempo y analizar una situación política contemporánea es demasiado complejo desde afuera. De todos modos, se ve su política económica como positiva, también la intervención en los derechos humanos, el hecho de que los torturadores sean juzgados. Todo eso es esencial, ningún país puede avanzar imponiendo el silencio. Por otra parte, la autoridad es una autoridad vanidosa, codiciosa, que acaudala riquezas propias.

Y sobre el kirchnerismo, ¿qué piensa?
-No se entiende. Un periodista francés preguntó a Perón en su primer gobierno qué era el peronismo. Y Perón le dijo: “En Argentina un 30% es conservador, 30% liberal, 10% socialista y 30% de los otros. Y todos son peronistas”. Es una definición que no lleva a nada. Entonces, ser kirchnerista se refiere, hoy, a aquellos que reivindicaron los derechos de las minorías sexuales, los que promovieron los derechos de los jubilados, los que promovieron los derechos de las víctimas de las dictaduras o los que acaudalaron riquezas en la Patagonia, los que imponen la censura en los periódicos. No sé quiénes son los kirchneristas.

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