La voz de Gonzalo Millán no se apaga

A más de seis años de su muerte, Gonzalo Millán vuelve al ruedo, esta vez con una selección de frases suyas extraídas por Guido Arroyo de las entrevistas que dio a lo largo de su vida. Un libro que, como dice el contratapista Jaime Pinos, está hecho “para tener valor de uso… Un recorrido por los materiales de que está hecha una de las obras más relevantes de la poesía chilena contemporánea”. Acá, nuestra propia selección de lo seleccionado en el libro.
El éxito da susto. No tengo vocación de pavo real.

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Los profesores me preguntaban: ¿Qué estábamos viendo, Millán? Y yo no tenía ni la más mínima idea: ni siquiera sabía si estaba en el colegio.

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Durante toda la UP yo hacía karate, artes marciales. Y empecé a hacer yoga, me interesaba muchísimo el budismo zen. Iba a una concentración, pero leía a Master Eckhart o cosas del Bhagavad-Gita.

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Me defino más bien como un solista que ha tocado en muchas orquestas; no me quiero identificar sólo con una (respecto a las generaciones).

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Los poetas somos unos leprosos.

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Uno necesita desidentificarse de los roles burgueses que le fueron impuestos. En ese sentido hay que buscar formas de descentrar el sujeto, salirse del guión, desescribirse, desnaturalizarse.

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El anagrama es una pieza clave del idioma, allí hay recursos que analizados sicológicamente son muy ricos. El seudónimo, el alias, la chapa, todas son posibilidades de cambiar la identidad, de descubrirse, de desmarcarse.

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Yo veo al ego como una especie de tumor que uno tiene, una especie de cáncer psíquico que se ha apoderado de un territorio que no le pertenece, un dictador.

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Somos seres distraídos, las cosas nos pasan, las sensaciones nos roban la conciencia; las posiciones, los afectos.

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En muchos casos es más potente un cartel de publicidad que la vida humana que transcurre bajo ella.

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Una pareja, aunque se ame, probablemente termine en el fracaso desde el momento en que la sociedad está planteando una existencia basada en la posesión de cosas materiales. Si los dos integrantes de la pareja no miran las cosas de otra manera, están condenados a naufragar.

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Desde hace algunos años soy absolutamente anti-música. No soporto la música, aunque me veo forzado a escucharla.

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No inventemos otro pueblo imaginario para nuestras novelas, no necesitamos más Macondos, basta con Quillota.

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El ritmo de vida que fija Chile es tan intenso, ganarse la vida es tan exigente; entonces el problema es cómo tener tiempo para el ocio, para dedicarse a la poesía.

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La nostalgia se abandona por autodefensa. Es un órgano que hay que extirpar por la vía de la necesidad de la sobrevivencia.

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Lo peor de todo es que uno sigue escribiendo como si lo hiciera para lectores chilenos.

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El aporte de la poesía moderna se da al no estar tan interesada en la belleza, sino en una suerte de verdad, aunque esa verdad sea espantosa.

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Hay cosas de Pound que no me agradan. Él y Eliot son los norteamericanos que menos me gustan. Su nostalgia por la cultura europea es muy yanki, ese afán por engancharse a la fuerza a la tradición de los trovadores y los griegos. Yo prefiero a William Carlos Williams, que se reía de esos dos gallos, uno monárquico y el otro fascista, mientras él era un médico de pueblo que advertía un ritmo en el habla norteamericana que era la base de la poesía nacional.

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En términos escriturales, trabajo con un doble simbólico: el autobiográfico y el objetual, uno donde soy sujeto y otro como objeto.

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¡La metáfora no me interesa en lo absoluto! La literatura me parece atractiva mientras sea lo más parda posible en términos de utilización retórica.

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Escribir con rima, escribir sonetos, todas esas patillas no me interesan. Me parecen un rodeo fácil. Es como envasar contenidos nuevos en papel de regalo de gusto dudoso.

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La repetición es el nuevo principio creativo.

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Decir Chile, país de poetas, es una coartada que me gustaría deshacer porque sirve a los comerciantes y empresarios para decir Somos un país cultural cuando les importa un carajo la cultura. Les importa ganar plata y eso es cada vez más predominante.

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Juan Luis Martínez no tiene influencia en mi poesía… No le atribuyo este carácter que se le da hoy, retrospectivamente, como el gran fundador de algo nuevo, porque no creo que haya fundado nada.

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Creo que Nicanor Parra es fundamenta en la poesía, no sólo chilena sino de lengua española. Creó una conmoción importante… El aspecto ingenioso, chistoso de Parra, no me interesa para nada. Lo encuentro deplorable. En ese sentido, hay poetas que continúan en esa línea, sin ser discípulos de Parra, por ejemplo la poesía de Lira, la poesía de Bertoni, que no es mi tipo de poesía.

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Con los años se fue creando una amistad (con Bolaño) y llegamos a apreciar lo que cada uno hacía. Me atraía la mezcla de vitalismo y de intelecto apasionado. Él era un creyente de la creación.

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Me molestan las opiniones que dicen que Bolaño no tiene que ver con Chile, que es poco chileno, que es un extranjero. Eso es injusto e inaceptable, pues Bolaño era hijo de exiliados, se crió en otro Chile. Yo me identifico mucho con los de su generación, pues debieron hacerse solos, en países que no eran el suyo.

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En el martirio cristiano católico hay una sensualidad masoquista y sádica evidente. Hay un placer en el espectáculo de estos seres que están siendo torturados y, a la vez, gozan.

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Cuando uno escribe debe empezar por la cicatriz.

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Hay que recorrer el dolor e ir a su comienzo. La cicatriz es sólida y el el efecto final de una coagulación y, para escribir de ella, hay que abrirla de nuevo.

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Si yo no hubiera escrito poesía, no sé qué hubiera hecho. A lo mejor habría sido delincuente.