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Opinión

16 de Enero de 2013

Mi escenario

¿Qué chucha es la política? Suelo preguntarme, y por ensayo y error no llego a nada concluyente, menos mal. A veces es un acontecimiento catastrófico, como un asesinato. En otras es un simple ataque de histeria callejera o una conversación colateral. Quizás la clienta de un municipio golpeando la puerta salvadora de una oficina o […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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¿Qué chucha es la política? Suelo preguntarme, y por ensayo y error no llego a nada concluyente, menos mal. A veces es un acontecimiento catastrófico, como un asesinato. En otras es un simple ataque de histeria callejera o una conversación colateral. Quizás la clienta de un municipio golpeando la puerta salvadora de una oficina o el momento delirante de una patología. Tal vez la simple disputa amenazante de un otro por ocupar un lugar incierto. Quizás un modo de ejercer el silencio, hasta la composición de un poema. Para mí, aunque no siempre, es la posibilidad que tiene el odio de hacerse relato verificable, como una variante del desprecio, sobre todo cuando la subjetividad adquiere la forma de lo público. Obviamente no faltan vocaciones.

En mi calidad de ciudadano despreciable debo hacerme esta pregunta y tratar de responderla, no sólo por su inutilidad, sino porque debo hacer calzar un deseo con una necesidad, y quizás ahí haya una clave fenomenológica de lo que es la política, por decir algo que parezca inteligente. Y todo esto sin mencionar la palabra poder, cuyo ejercicio nos mata. Estoy ahora en la ciudad de Valdivia tratando hamletianamente de resolver una paradoja idiota que tiene que ver con la vuelta a mi lugar de origen y la venta de pasajes, y dadas las circunstancias políticas actuales lo más probable es que todo esto no sea más que un germen autodestructivo que sigue su curso irremediable, como es la imposibilidad de la democracia por culpa del Clonazepam, porque putas que hay gente deprimida en este país, incluido el que lleva la pluma.

Por eso, ¿a quién le puede importar el reacomodo o el nuevo alojamiento del cerderío concertacionista en La Moneda? Respuesta: sólo a los interesados y a los analistas políticos que viven la política como los comentaristas de fútbol. No juegan, pero opinan sobre el juego desde una cierta envidia y nos hacen creer que hay una gran cantidad de población preocupada del asunto, lo que siempre es un mito. Estos tipos que generalmente son académicos de universidades charchas, muchas veces invitados a programas de tele para que hablen de lo hablable o comenten lo comentable, suelen ser unos chulos picantes tan despreciables como los políticos profesionales, con las mismas ansiedades y suelen vestir deportivamente.

Como casi siempre, intento escribir una historia sobre la imposibilidad de escribirla, bajo la lluvia tenue e irremediable, en un barrio que asusta por el nombre, Las Ánimas, y trato de recordar que alguien me contó en un bar valdiviano que había un pueblo llamado Purgatorio, pero esa información se me pierde en la imposibilidad de querer recordarla, porque esa posibilidad de pueblo debe pertenecer a una comuna con alcalde elegido y no quiero saber su nombre. Lo que sí recuerdo es que los analistas políticos hablan de escenario cuando se refieren o describen la situación política, y uno, con la boca pastosa por los medicamentos, lo único que quiere es no participar de ninguna escena que tenga que ver con la visibilidad de cuerpos sin órganos que pululan por este infierno escénico solicitando atención pública para la continuidad del negocio. Trato de ser práctico y no escribir (y no hablar) de política, la imposibilidad de Chile me tiene demasiado enfermo; pero lo complicado para uno que viene de la ficción es que desde esta zona de la producción imaginaria, promoviendo utopías comunitarias, tenemos que solucionarle los problemas a los políticos que son incapaces de articular deseos concretos que tengan que ver con el mundo de los ciudadanos, y todo por el mismo precio, nada. Menos mal que existe el mes de marzo como supremo eje de la ficción país, país culiao.

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