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Opinión

19 de Enero de 2013

Muy lejos de la excelencia

Tengo 40 años. El colegio para el que trabajo no es más que una casa arreglada en un terreno que alguna vez fue un terminal de verduras, algo así como una vega chica en el sector de San Joaquín. Es un colegio particular subvencionado, que está muy lejos de la excelencia. Acá pasan cosas raras. […]

J.D., profesor
J.D., profesor
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Tengo 40 años. El colegio para el que trabajo no es más que una casa arreglada en un terreno que alguna vez fue un terminal de verduras, algo así como una vega chica en el sector de San Joaquín. Es un colegio particular subvencionado, que está muy lejos de la excelencia.

Acá pasan cosas raras. Ni siquiera fin de año deja respiros para sorprenderse. Cuando parecía que todo era fiesta –celebramos el término del año escolar con los profes con una monumental tomatera- pasó lo de H.S., alumno de séptimo básico.

Resulta que hace pocos días el director nos dejó un mensaje en la pizarra de nuestra diminuta y austera sala de profesores: “Hay que arreglarle los promedios a H.S., este alumno se va”. La cara de asombro de los profesores que entraron este año me dio algo de risa y lata. Yo les había comentado, a principios de marzo, sobre las prácticas metodológicas del colegio, pero no me creyeron, y hoy, al alumno que menos viene a clases, al que sus mismos compañeros le dicen el pajero, hay que arreglarle todos sus promedios para que pase de curso. Como la presencia de H.S. sólo le baja prestigio al colegio, el director llegó a un acuerdo con su padre: si pasa, él lo retira del establecimiento.

Pero H.S. tiene todas las notas finales en rojo: un 2,8 en historia, un 3,2 en lenguaje, un 3,0 en educación física, un 3,6 en música, y así. Como fue un ‘pajero’ de principio a fin, la misión –ilegal por donde se le mire- también contemplaba corregir las notas que se sacó durante el primer semestre. Por muy difícil que se vea, en la práctica, arreglar los promedios es simple. Como todas las concentraciones de notas se mandan a la provincial de educación a fin de año, sólo basta con ponerle corrector a los números rojos y reemplazarlos por azules. Poco prolijo y poco ético, pero cumple con el pedido del director.

H.S. es un chico que se supone cae bajo el manto de la educación diferenciada. Digo “se supone”, porque nunca supimos qué tan cierto era eso. Cuando lo conocí me pareció algo raro. Partiendo por su nombre. Según me comentó un colega, H.S. es bisnieto de un exportador trucho de whisky inglés, que llegó en un barco al puerto de San Antonio buscando fortuna. Su padre, que es mecánico, me contó entre risas una vez que el inglés se pisó a su abuela, la señora Emerlinda Soto, y después se echó el pollo. “Lo único que tengo de inglés es lo borracho” -me dijo.

Con los profes, entre carcajadas y lamentos, mientras cambiábamos las notas, comentamos la situación de nuestro alumno estrella y su familia. Recordamos, como tratando de justificar su mal desempeño escolar, las veces que H.S. llegó con su rostro amoratado, por los golpes propinados por su padre, con quién vivía desde que su madre fue internada por esquizofrenia. Esta terrible historia familiar es más bien común en nuestro establecimiento, por algo tiene más de 75% de vulnerabilidad social, 78,5% para ser más exactos.

H.S. finalmente pasó de curso con 4,6 de promedio. Me lo encontré el último día de clases. Apareció con la cara llena de risa, agradecido, pero también con una incertidumbre sobre su futuro. Tras dos años, culminaba su paso por acá. Una etapa complicada, en que se pasa de la edad del pavo a la adolescencia. Su flojera y sus temores, sin embargo, se los tendrá que llevar a otro lado. Antes de irse me dio la mano, las gracias y me dijo que me iba a echar de menos. Estuvo a punto de llorar, pero se alejó pateando una piedra como si fuera una pelota, como dice la canción “El baile de los que sobran”, de Los Prisioneros. Pareciera que en estos casi 30 años nada ha cambiado desde la realidad que canta Jorge González en ese tema. Cuando Los Prisioneros escribieron esa canción pensaron, creo yo, en los jóvenes que salen de la escuela a enfrentarse de manera desigual con la sociedad. Pero la situación de H.S. amenaza con convertirse en algo peor. Él aún es un niño y se aleja sin saber dónde hará su octavo básico, sin saber siquiera si continuará sus estudios, y, lo que es peor, sin haber aprendido ninguna huevá en todos estos años.
Así está la educación en Chile, colegas.

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