Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

LA CALLE

26 de Enero de 2013

El baile prohibido de las Favelas

Río de Janeiro quiere verse bella y segura para el Mundial y los Juegos Olímpicos. Con el objetivo de bajar la violencia, el gobierno militarizó las favelas con las Unidades de Policía Pacificadora. Además de combatir a los narcos, las UPP pretenden disciplinar a los bailes funks. Crónica desde el interior de las fiestas que mueven los cuerpos y la economía de los barrios más pobres de Brasil.

Por



Foto portada: exhaust-space.com y rojillo

Por: Roberta Brasilino Barbosa / Natasha Felizi / Fotos: Ricardo Fasanello Revista Anfibia

En la madrugada del día 19 de junio, Roberto se despertó con el ruido de helicópteros. Eran las cinco de la mañana cuando tres aeronaves comenzaron a sobrevolar su casa en el Morro de Mangueira. La invasión militar anunciaba los cambios que estaban por llegar y le abría camino a la instalación de una UPP (Unidad de Policía Pacificadora), que haría de la presencia policial, no una excepción aterrorizante, sino un constante en el cotidiano de la favela.

Invadir el morro de Mangueira es difícil, en parte por los mismos motivos que dificultan la circulación de colectivos, la instalación de una red de cloacas y la recolección de basura: desde el asfalto hasta lo alto del morro, es imposible subir en línea recta, mucho menos en auto, camión o en un patrullero.

No era la primera y ni sería la última invasión, pero aquella vez era diferente. Con catorce blindados, cuatro helicópteros, colectivos, motos, camiones y setecientos cincuenta policías, la policía militar escenificaba, en la fecha y la hora convenida, una embestida decisiva contra el crimen organizado en la región. Para algunos vecinos, era el primer paso en dirección a la liberación del control territorial ejercido por el narcotráfico. Para otros, la amenaza de una intensificación de la opresión policial, los cacheos y las interdicciones simbólicas, como la prohibición de una de las más significativas afirmaciones de la autonomía cultural y económica de la favela: el baile funk de calle.

Para Roberto y los amigos, una pérdida inestimable. Para Ángela, treinta años mayor, era un alivio. Podría finalmente dormir sin ruidos ensordecedores bajo de su ventana. A pesar de haber estado casada con dos jefes del narcotráfico, no le deseaba aquella vida de riesgos a nadie. Sabía que la llegada de la policía no terminaría con las drogas ni con las armas. Pero al menos ya no serían sus hijos y sobrinos los encargados de operarlas.

En el 2007, el Gobernador de Rio de Janeiro, Sérgio Cabral, viajó a Colombia para conocer el proyecto de seguridad Pública de Medellín y Bogotá, donde la baja del número de homicidios desde la ocupación policial de los territorios dominados por guerrilleros tal vez pudiera ofrecer soluciones aplicables a Brasil.

La reconquista militar de las favelas tenía como objetivo el restablecimiento del acceso directo de la población a los recursos públicos, eliminando el protagonismo del tráfico en esta mediación.

Tomar el territorio enemigo, como se hace en una guerra, sería el primer gesto afirmativo del Estado. Enseguida, se construirían las bases para asegurar la permanencia de la policía y la represión sistemática de cualquier cosa que fuera considerada una celebración de la actividad criminal del tráfico, como el cierre del comercio en señal de luto por la muerte de algún traficante y los bailes funk. Pasar los días sentado en la puerta del morro respondiendo un radio -comportamiento común entre vecinos de la favela con trabajos informales- también pasó a ser visto con desconfianza por la policía, ya que, como ironiza Roberto, “el trabajador que es trabajador sale a las 7 de la mañana y vuelve a casa sólo de noche”.

Mascarón de proa de la política de Seguridad Pública de Rio de Janeiro, las UPPs debían ser exitosas, mostrar resultados rápidos. Al instalarse la UPP de Mangueira, la prensa celebró el “cierre del cordón de seguridad alrededor del Maracanã”, aludiendo a la metáfora creada por el Secretario de Seguridad José Mariano Beltrame.

Electa como sede de la Copa del Mundo (2014) y de los Juegos Olímpicos (2016), Río de Janeiro necesitaba volverse bella y segura para recibir a sus invitados. También era necesaria una policía menos violenta, dado que cualquier acción de la Policía Pacificadora era solamente la transmisión de un gesto de la mano del Estado. Se creó una policía especial, con un mayor grado de escolaridad, con menor trabajo en combate y que fuese capaz de transmitir el discurso cuidadosamente elaborado por el equipo de marketing sobre los principios de diálogo y ciudadanía que orientan su actuación.  El odio y el terror de los vecinos de la favela por la policía debía mutar en un vínculo en el que no faltaran los “por favor” y los “muchas gracias” de una relación normal y pacífica. Claro que también una relación armada y asimétrica.

Una tarde, Roberto volvía a casa en tren con su cara de favelado, bermuda y sandalias, y notó que la policía lo observaba. Llegando a la puerta de Buraco Quente, fue abordado por alguien. El policía tenía la misma edad, el mismo color y la misma altura que él, pero estaba uniformado: “Buenas tardes, señor. ¿Puedo revisarlo? Sé que es un trabajador pero yo también sólo estoy haciendo mi trabajo”. Mierda, fue lo que pensó Roberto, sin saber si por casualidad tenía un porro en el bolsillo. Por suerte, no tenía nada. Pasó por el cacheo y siguió en dirección a su casa con cara larga. Pasó el resto del día de mal humor.

El gobierno prometió que los caños y las cloacas a cielo abierto darían lugar a bocacalles destapadas y mejoras en el servicio de saneamiento básico. Garrafas de gas y medicamentos serían distribuidos como en el resto de la ciudad y no más por la red de servicios del tráfico. Se negoció un precio diferencial para que la distribución de la energía eléctrica volviera al dominio de las empresas y comenzara a ser cobrada. NET, previendo represalias al desmonte de “Gato Net”, red de cableado para la distribución “alternativa” de la señal de TV por cable, creó una “tarifa ciudadana” para la regularización del servicio. A Roberto no le gustó cuando notó que junto con la policía venían las empresas, los dueños de la plata. Pero sus compañeros de casa no querían quedarse sin cable para ver el UFC, entonces tuvo que adherirse y comenzar a pagar los R$30 reales por mes.

Sigue leyendo acá…

Notas relacionadas