Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

LA CALLE

10 de Febrero de 2013

Tortas, putos y cumbieros

Texto de Revista Anfibia En una de las zonas más ricas de Buenos Aires, nace una nueva tribu urbana: desde afuera se los estigmatiza como wachigays, aunque ellos se asumen como “negros, putos y cumbieros”. Son queers de clases trabajadoras del Conurbano que salen del closet para reclamar reconocimiento simbólico. Adolescentes y jóvenes homosexuales que […]

Por

Texto de Revista Anfibia

En una de las zonas más ricas de Buenos Aires, nace una nueva tribu urbana: desde afuera se los estigmatiza como wachigays, aunque ellos se asumen como “negros, putos y cumbieros”. Son queers de clases trabajadoras del Conurbano que salen del closet para reclamar reconocimiento simbólico. Adolescentes y jóvenes homosexuales que bailan, se cortan el pelo, se tatúan y hacen del boliche Cerrito Mix una burbuja donde vivir su fantasía. Después de la resaca, reviven la fiesta en Facebook.

Suena Nene Malo y la pista central explota. Germán se sube de un salto al escenario. Directo al caño; a perrear. Lo sigue el Elezeki, que se agarra del otro lado y sincroniza su paso con el de su amigo. El último es Alejandro. Apoya a Germán desde atrás y le sigue el ritmo.

Abajo, un grupo de chicos y chicas los arengan a los gritos. Dos morochas se hacen mimos al costado, una encima de la otra; siguen en la suya. Contra la pared, varias parejitas a los besos.

—¿Y dónde están los putos y las tortas a los que les gusta la cumbia? —agita el conductor desde la cabina del DJ.

Y todos dejan lo que están haciendo y levantan las manos.

Los putos y las tortas a los que les gusta la cumbia están acá.

***

Cerrito Mix no es sólo una bailanta gay. Es esa mezcla impensada y subversiva de todos los estereotipos del mundo cumbiero hétero y de la disco marica que no existe en ningún otro lugar de la ciudad ni del conurbano, en una de las zonas más ricas y pacatas de Buenos Aires: el límite de Retiro con Recoleta. A tres cuadras de Plaza San Martín; a cuatro de los hoteles cinco estrellas; a cinco del edificio Kavannagh, el más caro de la ciudad; y a seis de la Avenida Alvear y de sus señoras comprando en Ralph Lauren y Hermès. En Cerrito casi esquina Santa Fe, ahí donde nadie pudiera esperarlo.

Puertas adentro, esto se vive como conquista: “La katedral gay de la cumbia en el corazón de Buenos Aires” dice la bandera en la pista principal. Hasta ahí llegan, de miércoles a sábado, los wachigays: adolescentes y jóvenes de clases populares, homogeneizados por el look wachiturro aunque sexualmente diversos.

Desde las calles de tierra de las villas y los barrios bajos de José C. Paz, San Fernando, Moreno, Merlo, Quilmes, Avellaneda, Monte Grande y Ezeiza. De la periferia al centro; en colectivo la mayoría de las veces o en un remís entre varios cuando hay con qué, o en el tren que los deja en Retiro, Once o Constitución. Y, luego, el último tramo del viaje hasta Cerrito 1058.

La fachada es austera: una puerta negra enrejada; arriba, en letras pegadas sobre la pared, La Mary bar: el nombre que tenía hasta hace tres años, cuando todavía era un lugar de fiestas temáticas. Después, una escalera que baja tres metros hasta un subsuelo y, recién ahí, detrás de una cortina negra de terciopelo grueso, el paraíso de los chicos y chicas que huyen de la homofobia bailantera, la electrónica cheta y los señores cazapendejos. Un espacio utópico. Una burbuja donde vivir la fantasía.

***

Tienen entre 18 y 23 años, códigos de tribu urbana y una identidad en emergencia: son queers de clases trabajadoras que salen del closet para reclamar reconocimiento simbólico. Los de afuera los llaman wachigays, pero ellos no se dan un nombre ni se asumen como colectivo homogéneo. Es mucho más literal:

Somos negros, putos y cumbieros —, reivindica Elezeki. Y sigue bailando con sus amigos en el escenario.

La primera y más radical subversión de las reglas que impone la subjetividad gay hegemónica, con toda su cultura brillante, estética y, sobre todo, de clase media es la apropiación crítica del estigma, rompiendo con la corrección política.

La resistencia a las identidades prefabricadas empieza por el cuerpo (el primer terreno de inscripción ideológica y regulación social): la ropa, el peinado, los piercings y tatuajes aparecen como marcas de pertenencia. Son prácticas que atraviesan a toda su generación, más allá de las clases sociales, pero que en ellos tienen un estilo propio, caracterizado por el exceso. Lo otro, sostienen ellos, el minimalismo y la prolijidad es “cosa de chetos”.

—Acá no corre lo de gordo, flaco, bien o mal vestido. Puto, torta o bi, acá cada uno hace la suya. Sos vos. Sos feliz. Está todo bien. Si sos cheto… Sí, también… Mientras no jodas al resto —dice Nahuel, de Moreno, lentes de contactos azules, 18 años recién cumplidos, un aro expansor en la oreja derecha.

Todos los viernes, de 1 a 3, Cerrito Mix tiene un stand de piercings, otro de tatuajes y un rincón de peluquería. Hay aros desde $ 5, los tatuajes arrancan en $ 50, la peluquería es gratis.

Mientras Pablo, el peluquero, le tiñe unos mechones azules a una rubia platinada, un grupo de chicas, que lo rodean, gritan: “¡Más, más, más!”. En minutos la rubia tiene el pelo multicolor. Al rato, todas las amigas estarán igual.

Los chicos también se animan a los colores, aunque prefieren el corte reggaetonero.

—Ellos quieren el rapado con cresta o coronita. Nosotros le decimos sombreado; pero en realidad es el corte dominicano —dice Pablo

—. A veces piden estrellitas o algún dibujo en la nuca o al costado o cualquier cosa.

Los piercings van en la lengua, el ombligo, las cejas y la boca; el más clásico, para chicos y chicas, en el labio superior, como el lunar de Marilyn Monroe. También se los ponen en la nuca, el entrecejo, los pómulos y hasta en el frenillo. Blancos, amarillos, rosas flúo y negros.

Con los tatuajes hay más cuidado. El impulso de la noche mezclado con el alcohol dejan rastros indelebles.Alianzas, nombres y frases dedicadas que a la mañana siguiente no se pueden explicar.

—Hay arrepentidos —dice la tatuadora Rebeca, una lesbiana muy masculinizada, una chonga chonguísima; una de esas que en la cultura anglo se llaman butchers.

Las marcas en el cuerpo son parte de la experiencia. No se trata de lookearse para pertenecer una noche. Lo efímero se hace permanente en un corte de pelo, y definitivo en el agujero de la carne, en la piel tatuada. Esta noche se vuelve el centro de la existencia.

—Divertite ahora porque mañana no sabés que va a pasar. La vida es así, ¿o no?—, pregunta Alan, de 19 años.

El deseo, la trasgresión en la apropiación física, casi endovenosa, de la vivencia. Una reterritorialización corporal: las cosas pasan a toda velocidad, sin tiempo para la reflexión ni la asimilación de lo vivido. Hoy, ya y ahora. Mañana, quién sabe. ¿O no?

***

En Moreno, los sábados la previa empieza temprano. Antes de las ocho de la noche, Alejandro y Germán ya están en la casa de Ezequiel, atrás de Las Catonas, un complejo de monoblocks sobre la ruta 23 con fama de peligroso. Son dos ambientes: una habitación y una cocina con living; aunque grandes: 45 metros cuadrados y un patio. Para Elezeki y su mamá alcanza y sobra. De lunes a viernes, Giselle, de 36 años, trabaja como empleada doméstica en una casa de San Miguel; los fines de semana, en un country de Francisco Álvarez.

Germán viene del centro de Moreno y Alejandro desde más cerca, Paso del Rey. Como casi todos los grupos de Cerrito, tienen cerca de 20 años, se conocieron en el boliche y empezaron a ir juntos. No se encuentran sólo para tomar. Para hacerlo, se podrían encontrar en la estación de tren. La previa es para producirse.

—Escuchamos música, nos sacamos fotos y las subimos a Facebook —, dice Elezeki.

Cada sábado, antes de ir a Cerrito, se retoca las cejas, prolijamente depiladas, se afeita hasta que en la cara y el pecho no le queda ni un pelo, se prueba toda la ropa que tiene: una decena de chombas; muchas rayadas, algunas lisas, versión feria de las marcas de los shoppings.

Después, hay sesión de fotos. En el baño, mirándose al espejo, tirando besos a la cámara, mostrando tatuajes, posando culo con culo. Cuando hay novio, lengua con lengua; siempre en cuero, con el jean a la cadera y los calzoncillos asomando.

—Si no tenés Facebook no existís. Todos tienen… Y así se arman los puteríos—, dice Elezeki.

— Yo ya cerré dos perfiles, porque era un quilombo—, dice Alejandro, que después de separarse dejó de ir a Cerrito durante seis meses. Volvió hace nada más que un par de semanas. Primero a Cerrito. Luego a Facebook, aunque su tercer perfil tiene un nombre falso y sólo publica fotos de espalda o del cuerpo pero hasta el cuello.

A las diez y media salen. Caminan once cuadras oscuras hasta la ruta y ahí se toman un colectivo a la estación San Miguel del ex Ferrocarril San Martín. Les quedaría mejor reunirse en lo de Germán, que vive en el centro de Moreno, en una zona más segura y muy cerca del ex Sarmiento. Pero él es el único que todavía no les dijo a los padres que es gay.

—Mis viejos son grandes, tienen 50, y no entienden como los otros. Para mí que ya se dieron cuenta. Pero no me dicen nada. Ya les diré, cuando tenga un novio y lo quiera llevar a mi casa—dice Germán.

En una hora llegan a Retiro. Suben caminando por Santa Fe. Casi siempre llegan antes de que abran las puertas, a la 1, y se suman a los que esperan en el boulevard de la 9 de julio. A las 12 ya hay diez, veinte o treinta chicos haciendo la previa ahí: besos, cerveza, fernet, vino en caja y alguna lata de speed. Todo se comparte. También el porro, que es la única droga que reconocen. Los que van llegando se suman. El saludo es siempre muy efusivo: más que de encuentro, los abrazos parecen de despedida. No importa si se vieron el día anterior o hace una semana, picos, besos, choque de manos, un salto por atrás, un toqueteo cariñoso y hasta alguna revolcada en el pasto se justifican a la hora de encontrarse.

Apenas se abre la reja negra, cruzan en banda.

Lee el texto completo en Revista Anfibia

Temas relevantes

#Cumbieros#gays#Putos#tortas

Notas relacionadas