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LA CARNE

7 de Marzo de 2013

Cincuenta Sombras de Grey, segunda parte: La sumisa que no quiere un puño en el culo

No es necesario explicar que Cincuenta Sombras de Grey fue uno de los libros más leídos en el verano. En cada vagón de metro, en cada micro troncal se encontraba alguna joven o señora con el ladrillo de 600 páginas a $13 mil y algo sobre las piernas, calentándose con la historia de amor entre Christian Grey y Anastasia Steel. Por eso, en The Clinic Online nos dimos la gran paja de leer esta trilogía “erótica” para saber cuál era la gran novedad. Y llegamos a la conclusión de que es nuestro deber prevenirlos a ustedes, futuros lectores, de por qué Cincuenta Sombras de Grey tiene de liberal lo que la iglesia católica tiene de progresista.

Por

Resumen ejecutivo: Un día Anastasia Steele, estudiante de literatura, llega al despacho de Christian Grey, un millonario joven, a hacerle una entrevista. Primera apreciación: Grey es una especie de Horst Paulmann, Andrónico Luksic o Sebastián Piñera, sólo que nadie se pregunta de dónde saca tanta plata ni si acaso se ha cagado a alguien. No, él sólo tiene plata. Y es joven y alto y mino. Un “Adonis”. Punto. No pregunten nada más.

Al momento que se ven, quedan pegados el uno con el otro, y como Christian Grey tiene plata, hace todo lo que quiere. Investiga a Anastasia, la busca, la jotea con su parada de macho alfa protector y le propone firmar un contrato para que ella sea su sumisa. Tiene sentido porque Anastasia se pasa todo el libro diciendo lo muy tímida y underground y oyente de Snow Patrol que es. Porque Grey es un sádico, pero pronto se verá que su sadismo tiene que ver con una triste infancia, puros traumas, pobre niño rico. Y al final la cosa se trata de cómo ella salva a Grey de sus traumas y perversiones con amor, no con sexo (Spoiler, perdón).

En fin, si con el primer artículo no se convencieron de que Cincuenta Sombras de Grey es una mierda, en esta nota, exponemos la segunda de cuatro razones:

A las mujeres nos encanta que nos humillen y nos pisoteen

La segunda razón, que exponemos en este artículo, es cómo las mujeres amamos perder nuestras libertades y fusionar nuestra personalidad con la de un macho alfa protector.

Ok. Se supone que el leitmotiv del libro, al menos del primero, es el deseo de Christian Grey de lograr que Anastasia Steel sea su sumisa. Porque esta es la única forma en que Grey puede tener una relación. No le interesan las novias, ni “hacer el amor”, sólo le interesa el sexo y el sexo sadomasoquista donde él es el amo y las mujeres voluntariamente son sus sumisas.

Pero Grey, quien dice que no duerme con nadie, que sólo tiene sexo y deja a las mujeres en una habitación especial para ellas, duerme con Ana. No tiene sexo con ninguna mujer si no es por contrato, pero con Ana lo hace. Porque Ana sólo alcanza a firmar el contrato de confidencialidad y no el de sumisión antes de que Grey se la tire. O sea, Ana sabe que Grey no le conviene y es frío y nunca la amará como ella quiere que la amen, pero sigue adelante con la estúpida convicción de que ella puede cambiarlo. Y como este libro es estúpido, funciona.

De todas formas, Grey le extiende un contrato de sumisa que supone una serie de privaciones de su libertad, como que no puede masturbarse cuando no esté con Grey ni sin su orden. Sólo puede usar ropa “que el Amo haya aprobado”, porque podría tener que acompañarlo a algún evento y sería último de cuma que fuera con su ordinariez de ropa. Tiene que hacer ejercicio cuatro veces a la semana y sólo puede comer lo que está detallado en una lista creada por Grey. Tiene que dormir obligatoriamente ocho horas al día y siempre estar depilada. Y debe depilarse en un salón de belleza “elegido por el Amo”. Además, la sumisa “será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente”. El contrato también incluye, como guía para el femicida, que no se dejarán marcas de golpes en lugares visibles.

Sin embargo, lo que a Ana más le causa dudas es el dolor, no la supresión absoluta de su voluntad: “No estoy segura de tener estómago para ser sumisa… En el fondo, lo que me tira para atrás son las varas y los látigos. Como soy débil físicamente, haría lo que fuera por evitar el dolor”. Ese es el análisis más profundo que Ana es capaz de hacer al cuestionarse si acepta o no el contrato. Para ser fiel a la realidad, Anastasia presenta un par de reparos súper rebeldes, ridículos e inútiles al contrato. Por ejemplo, que no piensa hacer ejercicio cuatro veces a la semana, sino tres. Se mantiene firme en su postura de no dormir 8 horas, sino 6 y le da un no rotundo al fisting (que le metan un puño en la vagina o en el culo). Toda una mujer de armas tomar.

Y en el fondo, todo lo que propone el contrato no tendría nada de malo en una relación sadomasoquista. De hecho, eso es lo que uno espera. Espera leer sobre máscaras de cuero, gente colgada de la espalda con piercings, penetración con objetos inusuales, correas de perro, rasguños, fisting y más. Pero no, no hay nada de eso. Ana nunca firma el contrato y comienzan su relación amorosa manteniendo esa dinámica de Amo/sumisa más por un machismo descarnado que por un contrato sexual de sadomasoquismo

Más allá de la relación amo/sumisa que no llega a concretarse, (porque Ana salva a Christian con la fuerza del amor, como Myriam Hernández y la Ena Von Baer), Ana incluso en su relación de “flores y corazones” se somete a todo lo que dice Christian, pero con el argumento de que él, al ser mayor, más sabio y más todo, quiere lo mejor para ella. Y en un par de ocasiones Ana, motivada por su súper feminismo, decide actuar haciendo lo que ella quiere, pero la situación termina demostrándole que Christian siempre tiene la razón. ¿Quién dijo patriarcado?

La misma actitud respecto a los lujos, que ella parece aborrecer pero termina aceptando sin más, se repite cuando a partir del segundo libro establece una relación convencional con su multimillonario. Acá la premisa parece ser que Christian siempre hace las cosas por su bien (y no porque sea un maniático controlador de mierda a quien se le justifica todo por su traumática infancia). Cuando en el artículo anterior mencionábamos que Grey compra la compañía donde Ana trabaja, no es para controlar todo lo que hace y sus correos y sus horarios, no. Es para protegerla. De hecho, cuando confiesa que compró la empresa y Ana está supuestamente emputecida, Christian le dice “La he comprado porque puedo, Anastasia. Necesito que estés a salvo”. Lo terrible de todo esto, es que en más de una ocasión uno siente que está leyendo una aventura sexual entre un padre y su hija. Y no en una forma catastrófica como Old Boy (SPOILER) o Edipo Rey o Electra. Sino en una forma de “E.L. James, hazte ver”.

Con el mismo argumento se la lleva a vivir con él, porque aparece una ex sumisa peligrosa (muy poco peligrosa), y Christian le impide a Ana ver a cierta gente, con unos celos que no son celos, son “preocupación”, la misma preocupación que la obliga a comer y a cortarse el pelo y a interferir en su trabajo de tal manera que incluso en el segundo libro llega a impedir que ella viaje a Nueva York con su jefe, algo que ella misma reconoce como una “oportunidad profesional”. Y todo porque Grey dice que su jefe se la quería puro comer. En realidad todos sabíamos que esa era la intención, menos Ana. Y una no puede hacerle frente a un hombre jote a menos que venga otro a defenderte, ¿cierto, amigas?

Lo peor es la actitud pseudo rebelde que adquiere Ana de forma casi graciosa, para hacerse la linda antes de obedecer todo lo que dice Christian. Por ejemplo acá:
“-¿Y si a mí no me gusta el bife?
-No empieces Anastasia.
-No soy una niña pequeña, Christian.
-Pues deja de actuar como si lo fueras”.

Una actitud que no dura más de un párrafo, porque Christian es tan rico y tan irresistible que es mejor hacerle caso que perderlo. Y esa es la gran enseñanza del libro, haz todo lo que quiera el hueón o te quedái soltera. Gracias, E.L. James.

En el próximo artículo: “mi sobrino que no sabe escribir escribe mejor que E.L. James”

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