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Opinión

18 de Marzo de 2013

Un accidente pesado

Los once relatos de “Días contados” son todos, sin excepción, producto de una imaginación perezosa y presumida. Carlos Pérez Villalobos era, hasta hace un tiempo, filósofo, y los tics más torpes de su profesión, o mejor dicho, los gestos más ampulosos de quien ejerce su profesión desde el púlpito del sabelotodo antipático, se asoman con […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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Los once relatos de “Días contados” son todos, sin excepción, producto de una imaginación perezosa y presumida. Carlos Pérez Villalobos era, hasta hace un tiempo, filósofo, y los tics más torpes de su profesión, o mejor dicho, los gestos más ampulosos de quien ejerce su profesión desde el púlpito del sabelotodo antipático, se asoman con frecuencia por los cuentos de su libro. En “Aleph”, un filósofo se encuentra con otro filósofo que es hijo de Carlos Argentino Daneri. El relato, una especie de homenaje macilento de Borges, desemboca en esta perla de oración: “La evocación provocada por su inesperada lectura…fue, seguramente, la fuente de la narración anterior”. Un Aristóteles cualquiera.

A los cuentos no les basta con ser generalmente aburridos y vanidosos: su autor -quién sabe de dónde sacó la idea (R: de Borges)- añade postdatas, post scriptums y adendas, tratando de esclarecer por ellas los motivos o la anécdota que dio origen al relato. El recurso –empleado humorísticamente por varios narradores, entre otros, Borges- aquí es francamente redundante: los relatos de “Días contados” no ameritan otra explicación. El cuento mismo basta. Además, como si no fuera suficiente martirio, Pérez Villalobos escribe poseído por la cursilería, una vehemente arrogancia y absoluta falta de ritmo. Por ejemplo: “A esa hora Ahumada parecía un mercado de desgracias en el que se comerciaban baratijas inútiles y desechos de gárrulo oropel”. Más adelante, todavía en el mismo párrafo, “la turbamulta vocinglera deambulaba con negligencia insomne”: una frase que se cree afilada, pero en realidad apenas es desdeñosa en un sentido triste y hasta clasista.

Pocos libros en los últimos años provocan tanta irritación. Esta no es una molestia acerada por un proyecto que no culmina, que no toca techo, o la de un diamante oculto en un fardo; es, sencillamente, una molestia originada por el andar presumido de un escritor prácticamente primerizo que cree sabérselas todas. Extraña este “Días contados” en una editorial tan pulcra como Tajamar.

Días contados
Carlos Pérez Villalobos
Tajamar Editores, 2012, 138 páginas

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