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Opinión

4 de Abril de 2013

Editorial: No hay problema

Demasiadas impresiones se suceden en torno a la Bachelet. En realidad, en torno a cualquiera. La gente se jacta de sus ideas fijas. Como diría el Gran Lebowski, “andan muy preocupados”. Quieren saberlo todo de golpe. Quieren creer en algo, para que eso que suceda no sea de su responsabilidad. “Creer” puede ser un buen […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Demasiadas impresiones se suceden en torno a la Bachelet. En realidad, en torno a cualquiera. La gente se jacta de sus ideas fijas. Como diría el Gran Lebowski, “andan muy preocupados”. Quieren saberlo todo de golpe. Quieren creer en algo, para que eso que suceda no sea de su responsabilidad. “Creer” puede ser un buen modo de no “participar”.

Desde la izquierda, son varios los que prefieren sospechar de las intenciones de la candidata, en lugar de hacer suyas sus palabras, y sencillamente empujar para que sucedan. El discurso purista revolucionario es el refugio perfecto de aquellos que no sirven para nada. O sea, sirven para soñar, para hacer alardes de buena voluntad, para recordarnos que siempre podemos aspirar a lo mejor. Déjenme recular: sirven para algo tan corriente y ordinario como la buena conciencia.

Pero no es una tarea demasiado exigente la de dibujar un mundo más feliz. Basta con cerrar los ojos, y dejar que asome todo aquello que nos molesta. ¿Quién podría festejar la miseria? ¿Quién podría celebrar el dolor? Los que aúllan en nombre de la pobreza, no siempre quieren que se termine. Existe un universo, cada vez más pequeño, para quienes los pobres son apenas un grito de guerra. ¡Basta de injusticias! ¡Mueran los poderosos! Pertenezco al lote de los que les perturba la desigualdad exagerada, ni siquiera cualquier desigualdad, sino la exagerada. Aquel que está dispuesto a dar su vida por la riqueza, venga de donde venga, ojalá que la consiga. Pero lo que veo en torno es la sospecha.

Los políticos concertacionistas se hallan descorazonados. La derecha quiere creer que son parte de un plan macabro. Marco Enríquez supone que los tienen escondidos como a Alf, el mono extraterrestre. Y la derecha piensa más o menos lo mismo. Pero sucede que esos políticos concertacionistas no saben nada y están todavía más desesperados que sus supuestos oponentes. No conocen la estrategia de la candidata que defienden. Hacen planes de gobierno como las pandillas adolescentes hacen planes para conquistar el universo. No exactamente. A muchos los inspira la responsabilidad, sin darse cuenta que a veces es un espantapájaros.

Escalona tiene razón al ponerse nervioso por las expectativas imposibles que puede generar la candidatura de su amiga Michelle. Pero Escalona le tiene demasiado miedo a la noche. Vivió la clandestinidad cuando ser descubierto era la muerte. Creció culpable de las víctimas de la revolución. Pero aquí, felizmente, no está en curso ninguna revolución. La gente no vive desdichada. Michelle Bachelet no es ni todo ni nada. Es apenas una posibilidad. Quienes la quieran redentora, pase lo que pase, se verán frustrados. Al menos nosotros haremos lo posible para que quienes la esperan enteramente continuadora, lloren más todavía.

Por el momento, estamos atentos a sus palabras. El secreto excesivo, dentro de poco, comenzará a incomodar. Quienes exigen todas las respuestas de golpe, son histéricos. Los que renuncian a las preguntas, son funcionarios. El que se adelanta a una respuesta, es un fanático. El que desprecia la templanza, un rompehuevas. La señora acaba de llegar. Para mí incluso que se apuró demasiado en pronunciarse sobre la educación. ¿No que iba a escuchar primero la opinión de la gente? Yo que ella, antes de hablar de lucro y gratuidad, hubiera invitado a conversar a los cabecillas del movimiento estudiantil. Pero parece que andan todos apurados. Por suerte llegó abril… Abril, abril, abril.

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