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Opinión

17 de Abril de 2013

De las Cosas Lindas

No hay que ir, en lo posible, a la inspección del trabajo de San Antonio. No sólo atienden mal: desprecian a los usuarios, que por esas tristes casualidades del destino suelen ser trabajadores. Son esas reparticiones públicas, como las llaman, en que uno sale empequeñecido en su humanidad y deteriorado en su calidad de vida […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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No hay que ir, en lo posible, a la inspección del trabajo de San Antonio. No sólo atienden mal: desprecian a los usuarios, que por esas tristes casualidades del destino suelen ser trabajadores. Son esas reparticiones públicas, como las llaman, en que uno sale empequeñecido en su humanidad y deteriorado en su calidad de vida sicológica (esto es una redundancia). ¿Será para tanto? Es peor. Y más peor que eso fue que en la semana se inauguró un centro cultural en la misma ciudad que habito, de esos del Programa Bicentenario, construido con recursos públicos y que se le hace entrega a los privados, o a los poderes fácticos municipaleros (neologismo que alude a la criminalidad que por encargo de mafiosos se apropian de esa instancia de representación popular). También vino el Piñera a inaugurar el museo Huidobro a la maldita Cartagua; yo no sé porqué le ponen tanto con ese personaje, que más que poeta era un megalómano (esto también es una redundancia) que utilizó la estrategia poetizante, como tantos otros, para sobrevivir (y que se fueron al litoral para perpetuar su condición de veraneo perpetuo o de no trabajo). La condición de clase o el sustrato ideológico hace el resto.
Pero no seamos tan negativos, la vida en ocasiones muy contadas parece hermosa o, al menos, soportable. Quiero enumerar cosas buenas (o lindas) de las que he sido testigo o de las que me ha tocado participar en estos últimos días:

1.- Estaba en un supermercado haciendo una filita para pagar un vino y algo de pan, lo básico, y una niñita que estaba con su mamá en la fila de al lado se hizo una herida en un dedo con un envase plástico. La niñita tenía unos cuatro o cinco años y más que dolorida estaba angustiada y le mostraba su dedito a su mamá, una niña joven que no hacía mucho por tranquilizarla o acoger su demanda; quizás fue por eso que recurrió a mí. Me mostró su dedito herido quejándose amargamente, aunque sin llorar. Al parecer yo le parecí una imagen paterna en la que podía confiar; ese era un verdadero desafío. En ese momento me di cuenta que yo también tenía una herida producto de mi obsesión por usar mi cortapluma Opinel cuando cocino, que es demasiado filuda. Y al revisar mi mochila todavía me quedaba un parche curita y procedí a ponérselo en su dedito. Ella quedó bastante conforme y yo más por haberle resuelto un problema no menor a una niña que necesitaba una solución rápida y efectiva. Las cosas se dieron por el lado de la buena acción, lo que supuso una situación hermosa, creo.

2.- Venía de Playa Ancha y me topé en el plan porteño con una marcha ciudadana contra la construcción del mal(l) en Barón; me metí sin pensarlo dos veces y marché por casi toda la Avenida Brasil. También me pareció una situación ética y estéticamente determinada, con un bonito diseño y muy amplia, vi a camioneros y a trabajadores, junto con estudiantes, y público diverso. Todos por la defensa de los espacios públicos.
Mi contador, más tarde, me lo comentó con cierta envidia, porque lo había visto por la televisión en San Antonio. Y me dice que nuestra ciudad se ha puesto tan indigna y decadente que es incapaz de jugarse por su propia calidad de vida; porque razones para pelear por los espacios públicos tenemos de sobra, pero se hace todo lo contrario y la gente parece aceptarlo, como si les gustara vivir rodeados de estanques de ácido sulfúrico y silos graneleros, y en una inmundicia generalizada, eso me dijo. Traté de contradecirlo, pero me faltaron ganas (en el fondo le di la razón). Nos dimos cuenta que estamos con carencia de situaciones populares hermosas, como cuando ganó el compañero Allende o cuando ganó el NO. Reparamos en que para nosotros las cosas lindas tienen que ver con lo colectivo y con la presencialidad del deseo, no con la satisfacción narcisista que impera en el exhibicionismo de Facebook, por ejemplo, con el mensajito idiota, excepto cuando ha servido para organizar redes al servicio de ciertas causas que valen la pena.

3.- Hago, el fin de semana, un paseo por el borde costero, desde Placeres hasta muelle Barón con mi hija y un amigo; jugamos, hacemos ejercicios y les sacamos fotos a los lobos marinos que se tomaron una plataforma insular que debe ser parte del ex muelle, que es como una escultura funcional. He ahí un espacio ganado para la comunidad y que no hay que agradecérselo a nadie, porque es una obligación de la autoridad concederlo (donde yo habito la autoridad suele cobrarle estas cosas a la gente, por eso las cosas que podrían ser lindas se transforman en feas).

4.- Otra cosa bonita fue que después cociné pimentones rellenos para mi hija y un par de amigos, receta personal que amenaza con convertirse en célebre en el grupo fáctico al que pertenezco. Ese día los pimentones estaban particularmente baratos en el mercado Cardonal. Ojo, hay que darse la paja de pelarlos, por lo que siempre es necesario que ocurra en el contexto de un asado; los pimentones se ponen a la parrilla, la cáscara se quema y sólo así es posible pelarlos; es una joda, pero quedan de miedo. Lo del relleno es otro cuento que debo mantener en secreto por ahora.

Comentario final: Las cosas lindas son poquitas y hay que capitalizarlas muy bien, además, caen dentro del área de influencia de la poética de lo efímero. La abyección y el feísmo estructural están por todos lados, parte de nuestra lucha es ser capaces de producir situaciones bien diseñadas y compartidas, cosas lindas.

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