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Cultura

28 de Abril de 2013

Salvador Dalí: El dandi del surrealismo

Vía El Mundo. «¿Sabes la diferencia entre un esnob y un dandi?» Le preguntó un día Dalí a su amigo Oscar Tusquets Blanca. «El esnob es el que se muere por que le inviten a una fiesta y el dandi el que, una vez invitado, hace lo imposible por que le echen». Y él fue […]

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Vía El Mundo.
«¿Sabes la diferencia entre un esnob y un dandi?» Le preguntó un día Dalí a su amigo Oscar Tusquets Blanca. «El esnob es el que se muere por que le inviten a una fiesta y el dandi el que, una vez invitado, hace lo imposible por que le echen». Y él fue expulsado de todas las fiestas: del grupo de artistas de Barcelona, de la Academia de San Fernando en Madrid, de los surrealistas franceses… Dalí tenía alma de dandi. «De ahí nace también su aparente fascinación por Franco. ¿Se podía estar más expulsado de la cultura contemporánea que estando a favor del dictador?».

La teoría que esboza Tusquets Blanca, el arquitecto catalán que fue su íntimo durante años, resume el genio de Dalí, un artista que se convirtió en obra de arte a sí mismo a base de excentricidades. Puro precursor del marketing. El de Figueras cultivó al personaje desde la infancia. Siempre fue neurótico, delirante, exhibicionista, extremo… Quizás marcado por ese nombre del hermano muerto que le adjudicaron sus padres. Cuenta la leyenda que iba al colegio con un pan en la cabeza y una tortilla en el bolsillo. Pero puede ser parte de esa vida que él mismo se inventó y dejó plasmada en ‘La vida secreta de Salvador Dalí’.

Su vocación de ‘showman’ era innata y su paso por EEUU la hizo definitiva. Tras sus desacuerdos con los surrealistas franceses, a los que impresionó en 1929 y escandalizó después —no congenió con su espíritu idealista y le expulsaron del grupo en el 39— se marchó a hacer las Américas bendecido por el mote de ‘Avida Dollars’ con el que pretendía ofenderle Andre Bretón. Quería evidenciar su obsesión por el dinero, pero Dalí se lo tomó como un cumplido: «En América querer ganar dinero es lo mejor que hay. Voy a triunfar con ese nombre». Llegó por primera vez en 1934 (Picasso le ayudó a pagar el pasaje) y la prensa ya le esperaba en el embarcadero, puro preludio de lo que viviría allí de 1940 a 1948, cuando se convirtió a sí mismo en una de sus ‘performances’. Y la forró de dólares.

«Cuando llega a EEUU redescubre el poder de la masa y empieza a diversificar su obra», cuenta Montse Aguer, comisaria de la muestra del Reina Sofía. Él y sus bigotes se convirtieron en un referente de la sociedad america. Y lo caricaturizó en proyectos como ‘Dali’s Moustache’, una entrevista fotográfica que le hizo su amigo Philippe Halsman en 1954, en el que retrata su bigote al detalle y se plantean cuestiones disparatadas. Incluso publicó un periódico, ‘Dali News’, que sólo hablaba de sí mismo y del que se hicieron dos números, en 1945 y 1947.

La relación con los medios fue clave para construir su imagen. Dalí supo ver que para llamar la atención sobre su obra tenía que darnos escándalos. Como cuando subió un caballo blanco a su habitación de hotel en París o cuando destrozó el escaparate de los almacenes Bonwit Teller, en Manhattan, porque habían cambiado parte de su diseño: cuando lo vio, montó en cólera, destrozó los elementos alterados y terminó el ‘show’ arrojando contra la vidriera una bañera forrada de astracán que formaba parte de la instalación. Sí, terminó en el calabozo. ¿Se les ocurre mejor campaña para vender al hombre que proclamó ‘El surrealismo soy yo’?

«Provocaba como y cuando quería. Sabía que eso le hacía más conocido y le diferenciaba del resto. El marketing como tal no se estructura hasta los 60, pero él supo ver antes la importancia de ‘las 4 p’: el producto, que en su caso era excelente, el precio, que era deseable y selectivo porque muy pocos se lo podían permitir, la distribución, rodeándose de la alta burguesía que le podía comprar, y la promoción, la publicidad de sí mismo. Supo cómo venderse», cuenta Álvaro Garrido, experto en marketing y profesor en la Escuela de Negocios y Marketing ESIC.

Y es que detrás de esos míticos bigotes había horas de trabajo y un talento arrollador. «Seguía unas rutinas de creación muy exigentes. Luego, a las 18.00 paraba, recibía a la gente y empezaba su personaje público, pero había trabajado mucho antes. Y aunque hubo una época en que el personaje se impuso a la obra, la trascendencia de su trabajo ha demostrado su importancia», añade Montse Aguer. «Lo cierto es que sacrificó muchas menos horas de su vida al personaje de lo que lo hacen los artistas actuales. Dedicaba dos horas al día a la prensa, a las relaciones públicas, no las 24 que muchos dedican ahora. Y cuando estaba en la intimidad descansaba, ni engolaba la voz ni nos vendía nada», añade Tusquets Blanca.

Además de manejar a su antojo a los medios, supo alimentar la cultura de masas, obviando la vertiente más elitista del arte. Dalí hizo publicidad —para los franceses alejados del circuito artístico era ‘el de los chocolates Lavin’ (vea el vídeo del anuncio en esta página)—, trabajó para revistas, hizo escaparatismo, un pabellón para la Feria Mundial de Nueva York del 39, cine, ballet, escribió, diseñó joyas, muebles, corbatas, sombreros… Y creó el concepto de ‘happening’ antes de que existiese, marcando un camino que después seguiría Warhol. «Le gustaba todo tipo de arte excepto la música, que le horrorizaba porque decía que estaba dirigida a los instintos más bajos», dice su amigo Tusquets Blanca.

Y supo adaptarse a cada mercado. En EEUU se hizo un hueco entre la alta sociedad y al regresar a España en 1948 no dudó en alabar a Franco y acercarse a la iglesia. «Vine a España a visitar a los dos caudillos. El primero, Francisco Franco; el segundo, Velázquez», dijo. Y se volvió a casar con Gala por la Iglesia en 1958. Ella tuvo mucho que ver en la creación de este dandi del surrealismo. Tenía pretensiones artísticas cuando se conocieron y era esposa de Paul Éluard, pero lo dejó todo por él y decidió que sería su obra en el mundo.

«Era imposible aburrirse con él. Reclutaba a gente que le parecía curiosa por la calle. O invitaba a gente guapa e interesante a cenar, pero dejaba fuera al ministro de Cultura francés. Y veía el lado positivo de todo, si llovía, ‘bien, nos quedamos en casa’, si estábamos en un atasco, ‘mira qué bonito cómo brillan los coches’…», cuenta el arquitecto. Para el recuerdo quedan leyendas como las cenas de príncipes y mendigos que organizaba en Nueva York con ricos esnobs y mendigos elegidos por su físico. «Recuerdo que cuando ya estaba enfermo, no se encontraba a gusto y no quería vernos, pero un día nos llamó y nos recibió al fondo de la sala cantando una canción regional eterna, temblando cada vez más por el Parkinson… Cuando terminó nos dijo: ‘Ya os podéis ir, ya habéis visto una película de Buñuel’». Quería ser inmortal y escenas como ésta le ayudaron a conseguirlo.

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