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Opinión

2 de Mayo de 2013

Editorial: Enemigos íntimos

El viernes de la semana pasada, los noticieros de la televisión estuvieron entretenidísimos. La condena que dictó la Corte Suprema en contra de Cencosud, y que obligó a la compañía de Paulmann a devolver U$70.000.000.- a sus clientes abusados, le arruinó la carrera presidencial a Laurence Golborne. Lo de las cuentas en el paraíso fiscal […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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El viernes de la semana pasada, los noticieros de la televisión estuvieron entretenidísimos. La condena que dictó la Corte Suprema en contra de Cencosud, y que obligó a la compañía de Paulmann a devolver U$70.000.000.- a sus clientes abusados, le arruinó la carrera presidencial a Laurence Golborne. Lo de las cuentas en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes Británicas, lo sepultó. Allamand se apuró en cavar la tumba luego de pegarle con su pala en la cabeza. Melero daba declaraciones con la cara tiritando, como la de un niño del que sus compañeros de curso acaban de burlarse.

Es verdad que no a todos les gustaba Golborne. Los altos mandos lo encontraban bobo, liviano, inexperto e inepto. Al interior de la UDI no eran pocos los que decían en privado que por ningún motivo votarían por él. Lo de Allamand, sin embargo, lo consideraron una falta de respeto. Una cosa es que se hubieran equivocado en la elección de su candidato, y otra muy distinta que los huevonearan de esa manera. El año 1988, Renovación Nacional se dividió, y Allamand se fue con Onofre Jarpa por un lado, y Jaime Guzmán con Longueira por el otro. Los seguidores de Sergio Onofre le llamaron “Pungueira”, y Pungueira, enfurecido, juró competirle a Allamand en toda elección donde se postulara.

En el camino, olvidó su compromiso, pero por fin se le presentó la ocasión para vengarse. A Longueira siempre le cargó Allamand. Lo consideraba el hombre menos confiable del mundo. Encontraba fácil entenderse con él, porque si decía una cosa comprendía de inmediato que haría la contraria. Ahora último, no obstante, se habían acercado. La entrada de Longueira y Chadwick al gabinete de Piñera, donde él también participaba, los unió “en la medida de lo posible”.

Ninguno de ellos suscribía las críticas al gobierno publicadas por Jovino Novoa. Hace pocos días, cuando lo entrevisté, Allamand me dio a entender que ahora pertenecían al mismo bando. Pero así como hay amores que nunca pueden olvidarse, no es difícil desempolvar rencores. Auguro para estas elecciones una batalla campal al interior de la derecha. Cualquier exabrupto será como un rasguño en una herida vieja. Con Longueira, despiertan los ejércitos de la Udi. “¡Udi, ahora, fuerza creadora!”, gritaban entusiasmadísimos los militantes del partido, como aliviados de Golborne, antes de que su líder natural, Pablo, subiera al estrado.

En esta elección de la derecha, dos partidos se jugarán su honor. Cada uno representado por su líder más genuino. Será una batalla sin cuartel, el choque de dos orgullos. Un duelo largamente postergado al interior de una familia mal parida. Ese viernes, en las noticias, también mostraron la vida de unas siamesas adultas. Decían que les gustaba ser así, porque nunca estaban solas. Cuando ya no soporté más ver ese engendro y cambié de canal, me topé con la historia de un extraterrestre chileno. Actualmente lo están estudiando en sofisticados laboratorios norteamericano. “Si no ganamos”, dijo Longueira en su primera alocución, “vendrán lamentablemente días lamentables”. Quizás sepa algo que nosotros no, y estén por invadirnos los marcianos.

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