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Cultura

20 de Mayo de 2013

Andar de artista

Dicho así, como a lo Warnken, pudiendo incluso dar vuelta la frase para que sea más creativamente ñoña. La idea es combatir el sedentarismo estructural de la raza chilena que nos hace tan autorreferentes, por no decir soberbios. Hago esta (re)flexión porque ando de viaje hace unos días. Ahora estoy en Buenos Aires, no sin […]

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Dicho así, como a lo Warnken, pudiendo incluso dar vuelta la frase para que sea más creativamente ñoña. La idea es combatir el sedentarismo estructural de la raza chilena que nos hace tan autorreferentes, por no decir soberbios. Hago esta (re)flexión porque ando de viaje hace unos días. Ahora estoy en Buenos Aires, no sin antes haber pasado por Antofagasta, concretamente por la Filzic (Feria Internacional del Libro de la Zona de Integración del Centro Oeste Sudamericano), una feria del libro nortina que incorpora la movida regional sudamericana, que en términos de perspectiva territorial es un modelo interesante porque no pasa por Santiago, en el sentido de no estar referido al paradigma metropolitano de producción cultural.

Ya no sólo transito por los malolientes terminales de buses chilenos. Ahora me toca circular por terminales aéreos como escritor de a de veras y padecer uno que otro retraso y alegar contra las empresas correspondientes, acumulando experiencia de vuelo. Mucha espera, mucho café, mucha lectura nerviosa, conversaciones laterales y mucha relajación de los esfínteres, es decir, necesidad de servicios higiénicos. A propósito de eso, los baños de los terminales de buses debieran ser como los de los terminales aéreos, porque el baño del rodoviario de Valparaíso, por ejemplo, es impresentable. Debo agregar, además, que los buses Lago Peñuelas, que van a San Antonio, son un fraude, un monopolio perverso que hay que perseguir judicialmente.

Puchas que son importantes los baños públicos, sobre todo en un país en que lo público se ha privatizado. En Santiago algo me pasa que siempre estoy meándome, quizás sea la próstata que empieza a avisar o por lo nervioso que me pongo en la capital; por eso suelo pasar por la biblioteca del parque Bustamante a ocupar el baño, el que en ocasiones está cerrado, sometido a limpieza profunda, porque lo han dejado para la historia los aparcadores mendicantes con vocación de dealers de Plaza Italia que lo ocupan con fervor higiénico. Recuerdo haber leído que el gobierno de Alessandri padre tomó una de las grandes medidas de su primera administración, que fue la de instalar baños públicos en una urbe carente de servicios básicos. En algún momento se transformaron, literariamente, en zonas de promiscuidad. Los baños se/nos desbordan, insalubre y sanitizadoramente.

Pero los baños de los hoteles son otra cosa. Lo digo sobre todo por mi reencuentro con el insólito bidé, ese que te limpia el culo. En un hotel del barrio Palermo me he entretenido con uno que hacía exacto sistema con el excusado: una higiénica nostalgia de culito limpio me invadió.

Militancias
Además, el azar quiso que el mismo número de habitación, la 808, me tocara tanto en Antofagasta como en Baires. Y las casualidades comenzaron a perseguirme, menos mal, porque en el mismo hotel en que estaba circulaba una gente que pertenecía a una organización que agrupa a las bibliotecas populares argentinas, reconocidas por el Estado y que tenían un descuento del 50 por ciento. Tomé contacto con ellos para ver si hacemos alguna complicidad con la Biblioteca Popular Segundo Ampuero de San Antonio.

Y el azar pudo más. Me pasó algo parecido a lo del Pato Fernández, la calle me distrajo. Andaba buscando un libro imposible por calle Uruguay y por casualidad me topé con una manifestación pequeña del PCR (Partido Comunista Revolucionario) y de una organización de desocupados y de pueblos originarios. Hablaron un par de dirigentes y entendí que había algunas diferencias con otros grupos que utilizaban el matonaje de la patota.

La manifestación se disolvió tranquilamente, caminé con el grupo por la calle Hipólito Yrigoyen y surgió ante mis ojos un bar restorán como el del compañero Yuri en Valpo, con carga ideológica, pero que albergaba una librería y la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, conocida como la universidad de las madres. Aproveché de conversar con la encargada de la librería y de almorzar en el restorán. La oferta era canelloni con un vaso de vino cuya marca era El Justicialista. Era atendido por unas compañeras que realmente lo hacían bien y la comida era excelente. Sin duda fue una gran experiencia porque me sacó del ámbito brutalmente editorial de la feria. Me emocioné mucho con ciertas nostalgias militantes, como que recuperé ese deseo, sobre todo porque pude conversar con chicos adolescentes que comenzaban a hacerlo con entusiasmo. Creo que me gustaría volver a militar en algún partido de izquierda. Ojalá el PC chileno tuviera una fracción que se opusiera respetuosamente a la alianza con la Concertación y que tuviera una perspectiva ciudadana; yo militaría en ella.

Ahora, en lo estrictamente profesional, me tocó participar de varias mesas con escritores latinoamericanos, creo que hice la pega, representé a mi ciudad y siempre insistí en la perspectiva territorial de mi escritura, que lo sepa el alcalde y el resto de mis enemigos. Vuelvo con las alforjas llenas de experiencias e iniciativas, a trabajar en el horroroso y fervoroso Chile.

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