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Opinión

3 de Junio de 2013

Los ardientes hechos de la piel

“La fría piel de agosto” es un comentario lírico sobre el erotismo, la violencia y la culpa. Olga y Andrés, sus protagonistas, son dos personas que por distintas razones y de diferentes maneras lo han perdido todo. Arrastrada hasta los pozos del ensimismamiento y la melancolía por la muerte de su hijo y marido en […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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“La fría piel de agosto” es un comentario lírico sobre el erotismo, la violencia y la culpa. Olga y Andrés, sus protagonistas, son dos personas que por distintas razones y de diferentes maneras lo han perdido todo. Arrastrada hasta los pozos del ensimismamiento y la melancolía por la muerte de su hijo y marido en un accidente automovilístico, Olga es un fantasma que no sale de su departamento, ya no reconoce su cuerpo, prácticamente no come, ni tampoco trabaja. La llegada de un extraño al edificio despierta en ella nuevamente la posibilidad del deseo. Ese nuevo ánimo le permite a Olga salir por primera vez de su casa desde el accidente, comprar ropa, pasear por un Madrid cambiado y, para ella, maravilloso en su cambio.

Andrés, el extraño y el catalizador del cambio en Olga, es un pintor chileno con un pasado terrible: durante la dictadura fue torturador y violador. En él conviven el peso de la culpa y la responsabilidad, pero también un peso más temible y especifico: el peso de saber que su satisfacción sexual y emocional sólo es posible por medio de un ejercicio comedido de violencia y humillación.

Ambos son personajes quebrados, pero hay una sola víctima. Andrés, pese a su intención de transformar su instinto, todavía es un depredador, mientras Olga, a quien la rueda de la fortuna del destino le jugó una pasada siniestra, es la víctima. Sobre esa asimetría de poder Espinosa concibe la novela. Andrés, como buen católico latinoamericano, quiere redimirse; primero busca su salvación (laica) por el arte, y se dedica a pintar los “cuerpos mutilados” de sus víctimas; una vez que conoce a Olga y la ve tan débil y mancillada, encuentra una oportunidad “humana” de redención.

No cabe ninguna duda que el modelo que empleó Espinosa Guerra para modelar “La fría piel de agosto” fue “Crimen y castigo”. Entre Andrés y Raskólnikov hay centenares de diferencias, siendo quizá la más importante que el estudiante ruso era un humillado y ofendido, él mismo una víctima de la sociedad zarista, pero lo cierto es que a ambos los hermana que sobrevivan a su crimen aplicando ellos mismos su castigo. Puesto de otra manera: Andrés y Raskólnikov son católicos que, sin necesidad de confesión, padecen el peso moral de su transgresión pero son incapaces de quitarse la propia vida o entregarse a la policía, pues su destino está en manos de Dios. Eventualmente, también ambos vislumbran en la rehabilitación de una mujer (Olga y Sonia) el perdón que tanto desean. El final de la historia de Raskólnikov es el frío de Siberia. De Andrés solo sabemos que es la fría piel de la inmortal Olga, el arquetipo de la mujer asolada. “La fría piel…” y también “Crimen y castigo” no indagan lo suficiente en las razones de Olga y Sonia para aceptar y dar comienzo al proceso de redención, aunque quizás la única explicación posible provenga de una identificación con la virgen, madre y amante a la vez.

“La fría piel…” es la segunda novela de Espinosa Guerra. La incesante búsqueda de la palabra y la imagen perfecta que realiza su autor es admirable, pero también da lugar a metáforas cursi y, cuando la imaginación falla, frases hechas. Así y todo, con su manierismo cursis, y su erotismo a veces pariente pobre del Marlon Brando de “Él último tango en París”, “La fría piel de agosto” es una historia moral y erótica sobre la salvación de las que no hay muchas en Chile y que sí las hubo en Rusia.

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