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Mundo

9 de Junio de 2013

El ocio de los verdugos nazis

Vía El País Cuando no exterminaban, mataban el tiempo. Los miembros de las SS destinados a vigilar los campos de concentración y de exterminio nazis llevaban una existencia bastante agradable muy alejada del horror, el sufrimiento y la miseria que imponían a sus víctimas en esos mismos recintos infernales. En los campos disponían de entretenimientos […]

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Vía El País

Cuando no exterminaban, mataban el tiempo. Los miembros de las SS destinados a vigilar los campos de concentración y de exterminio nazis llevaban una existencia bastante agradable muy alejada del horror, el sufrimiento y la miseria que imponían a sus víctimas en esos mismos recintos infernales. En los campos disponían de entretenimientos y los SS no se privaban de nada. Disponían de discos y gramófonos, mesas de pimpón y hasta piscinas (como en Dachau). Las bibliotecas estaban bien surtidas (en el sentido nazi). Aunque nos pueda parecer sorprendente, la de guardián de campo hitleriano no era mala vida, si tenías estómago y carecías de escrúpulos, claro. Lo explica en un libro sorprendente y lleno de revelaciones el reconocido historiador francés Fabrice D’Almeida (1963), que por cierto es sobrino de Roland Topor. Recursos inhumanos(Alianza) es el título de esta obra insólita que pone sobre el tapete de la moderna historiografía la inquietante cuestión de la vida privada, el ocio y los pequeños placeres de los verdugos.

D’Almeida es bien consciente de lo extravagante que puede parecer desviar la mirada de los cuerpos martirizados del genocidio para fijarnos en los asesinos, y más como hace él a fin de analizar a esos hombres y mujeres deleznables desde una perspectiva científica que contempla la gestión del tiempo de trabajo, el placer y la economía de los entretenimientos. Pero la investigación, subraya, revela aspectos importantes del nazismo como el que los campos no se concibieron como órganos aislados de la sociedad y que su gestión “formaba parte de la experimentación social y de la creatividad política”.

Los guardianes, unos 40.000 en 1944, no eran en absoluto la escoria del orden nazi como hemos llegado a creer, sino parte de su élite y eran tratados en consecuencia. Que pudieran disfrutar de buenos ratos en los lapsos entre atrocidades, como recompensa por su labor y para descansar y regenerarse —a fin de ser capaces de más violencia—, parecía lógico y aconsejable. Había que mantenerlos saludables y contentos para que rindieran. Una estrategia que además limitaba posibles crisis de conciencia.

De hecho, D’Almeida apunta que aunque la expresión “recursos humanos” no era aún corriente en la época, las SS eran una organización ejemplar, si puede decirse así, en su manera muy moderna de gestionar a su personal. No era ajeno a ello, sugiere, el interés y la experiencia de Himmler, que antes de dirigir la Orden Negra había ejercido de pequeño empresario como patrón de una granja de pollos.

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#hitler#Nazis#ocio#verdugos

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