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Cultura

21 de Julio de 2013

10 historias de ciencia-ficción que predijeron el estado de la vigilancia

Vía Vice | Fotografía: Friman El meollo de una gran historia de ciencia ficción no debería ser el intento de predicción de avances tecnológicos, sino el análisis de las fuerzas que hacen nacer la tecnología y sus efectos en los individuos y la psicología de masas. La buena ciencia ficción puede también disfrazar el poder […]

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Vía Vice | Fotografía: Friman

El meollo de una gran historia de ciencia ficción no debería ser el intento de predicción de avances tecnológicos, sino el análisis de las fuerzas que hacen nacer la tecnología y sus efectos en los individuos y la psicología de masas. La buena ciencia ficción puede también disfrazar el poder dominante, ya se trate del gobierno o las corporaciones, de personajes o grupos ficticios para satirizarlos y criticarlos. Las siguientes diez historias hacen una de estas dos cosas, además de muchas otras.

Roger Zelazny, El señor de la luz

Los seres humanos han viajado en una nave generacional, la Estrella de la India, hay un lejano planeta similar a la Tierra. Equipados con tecnología increíblemente avanzada, se han equiparado a sí mismos a los dioses del panteón hindú. Anticipando el interés de William Gibson en los implantes y otras modificaciones corporales, los humanos han alterado sus mentes y cuerpos. También dominan la transferencia de mentes, la capacidad de trasmigrar tecnológicamente la mente a un cuerpo nuevo.

Pero hay una trampa: la élite de burócratas religiosos rastrean las mentes en busca del karma individual, que es el que determina el nuevo cuerpo del alma. Es una existencialista, bastante aterradora forma de vigilancia. A este mundo llega Sam “un miembro de la tripulación original de la Estrella de la India, una figura de connotaciones similares a Buda para traer iluminación y tecnología a las masas.

John Brunner, El jinete de la onda de shock

John Brunner es probablemente el menos conocido de los autores de esta lista, pero es absolutamente esencial y rompió moldes en muchos aspectos. De hecho, casi no quiero compartirlo, sino quedarme su obra para mí y otros devotos suyos. Brunner empezó a llamar la atención en 1968, con una obra maestra –ganadora de un premio Hugo– de la ficción especulativa, Todos sobre Zanzíbar, una novela que explora, entre otras cosas, la tecnología del futuro, el terrorismo, el corporativismo, el radicalismo religioso, la sobrepoblación, la ingeniería genética y el pasatiempo favorito de occidente, la construcción de naciones.

A esta le siguió en 1969 Órbita inestable, una alucinatoria pieza de ficción distópica acerca de la tecnología y disturbios raciales en el lado oeste de Estados Unidos. A continuación Brunner desveló su absolutamente fenomenal El rebaño ciego, que se desarrolla como Zanzíbar pero se centra más en la futura devastación medioambiental y la respuesta radical a esta. Con El jinete de la onda de shock (1975) Brunner completó su tetralogía distópica y antecesora del ciberpunk.

El jinete de la onda de shock se centra en Nick Haflinger, que formó parte del programa gubernamental Tarnover para adiestrar a niños dotados de acorde con los intereses del estado. Haflinger, diestro en el mundo de los datos, escapa para convertirse en un hacker buscado por el gobierno, adoptando diferentes formas y personalidades.

Durante su huida roba un código de identidad personal creado para individuos que desean vivir al margen de una vasta red de control de datos. Y, como Julian Assange y Edward Snowden, Haflinger está dispuesto a difundir secretos del estado mediante un virus informático capaz de auto replicarse, al que en la novela se conoce como un “gusano”. También aparece en El jinete de la onda de shock un servicio proto-Tor llamado Ayuda a las escuchas.

Alfred Bester, El hombre demolido

Otro novelista que se anticipó al ciberpunk, o más exactamente, una centinela de la Nueva Ola de ciencia ficción, fue Alfred Bester, conocido por sus novelas Las estrellas, mi destino y El hombre demolido. Esta última tiene lugar en el siglo XXIV, en un mundo en el que telépatas, o “Espers” como se les llama en la novela, ocupan varios estratos sociales.

Curiosamente, se dividen en clases de acuerdo a lo poderosos que son. Los Espers de clase 3 pueden oír los pensamientos a tiempo real. Los Espers de clase 2 pueden vigilar y penetrar en los pensamientos más íntimos, mientras que los de clase 1 (los más poderosos) pueden hacer todo esto y además conocer el modo de pensar, los anhelos y motivaciones de la gente antes de que emprendan cualquier acción. Lo que podría llamarse una forma de rastreo de datos sobrehumana.

Como es natural los Espers de clase 1 ocupan los estratos más elevados de la sociedad, desde jefes corporativos y líderes gubernamentales a profesionales de la medicina, etc. El objetivo de Bester no era escribir una alegoría anti-vigilancia, por supuesto, pero lo cierto es que vale la pena leer este libro a la luz de las violaciones de la privacidad en internet.

Yevgeny Zamyatin, Nosotros

Nosotros fue el molde especulativo en el que se forjó Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell. El DNA de la novela se encuentra en toda la moderna ficción especulativa de una manera o de otra. Yevgeny Zamyatin, un ruso que vivió exiliado para evitar el control soviético, alcanza una sublime brillantez poética en Nosotros.

En sus páginas, Zamyatin narra la historia de D-503, ingeniero jefe de la astronave Integral, y su vida en el Estado Único. El Buró de los Guardianes (la policía secreta del Estado Único) mantiene bajo vigilancia a todos los ciudadanos gracias a que los apartamentos son de cristal transparente. Todo puede ser observado. Y a la vez, cualquiera puede ser un voyeur.

Aunque el mecanismo de vigilancia que describe Zamyatin puede parecer primitivo o incluso risible en esta era tecnológica e hiperconectada, nuestra utilización de dispositivos móviles, ordenadores portátiles y conexiones a internet crea un panóptico tan transparente como las casas de cristal del Estado Único.

William S. Burroughs, La Trilogía Nova

Desentrañar una trama o subtramas en la obra de William S. Burroughs es un proceso agotador. Pero, en su núcleo, gran parte del trabajo de Burroughs se inscribe en la ciencia ficción, además de estar inspirado en las novelas de espías. Con su Trilogía Nova –La máquina blanda, El billete que explotó y Nova Express– escritas mediante el método de collage, Burroughs alcanzó el apogeo de la incomprensibilidad. En el caso de Burroughs, como en el de Thomas Pynchon, lo mejor es simplemente dejar que las palabras y las ideas te inunden.

Fue con la Trilogía Nova con la que Burroughs (llamado a menudo el padre fundador tanto del ciberpunk como del ciberespacio) comunicó una de sus grandes ideas: el estudio de la Realidad. A pesar de no tratar exactamente sobre vigilancia, la idea central de la trilogía son los sistemas de control. Múltiples sistemas. El objetivo es luchar contra los amos que hay detrás de ellos, que conocen nuestros pensamientos y los programan, y volver a hacerse con el Estudio de la Realidad.

Grant Morrison, Los invisibles

Al escritor Grant Morrison se le podría definir como el William S. Burroughs o el Robert Anton Wilson de los comics. Su trabajo trata a menudo del ocultismo, el discordianismo, los agentes psicodélicos y unos alucinados, tecnológicos sistemas de paranoia y control. Los invisibles sigue a un variopinto grupo de anarquistas radicales (vale, “terroristas”) llamado El Colegio Invisible, en lucha con los Arcontes de la Iglesia Exterior, los amos extraterrestres de la humanidad. La Iglesia Exterior son los vigilantes globales de la Tierra, expertos en ingeniería social. No necesitan un internet para vigilar que el mundo se moldee del modo que ellos quieran.

Morrison no emplea Los invisibles para afrontar de cabeza con el tema de la vigilancia. No lo necesita: la Iglesia exterior presenta un sistema de control aún más poderoso que la vigilancia por internet que hasta los gobiernos nacionales se puedan permitir. Los alienígenas psiónicos están mirando.

Neal Stephenson, “Spew”

Escrita en 1994 y publicada en Wired, SPEW, de Neal Stephenson, es puro ciberpunk. O, más bien, la personal visión de Neal del ciberpunk. Escrita de modo epistolar, el personaje de Stark, un Auditor de Perfiles (en el fondo, un investigador de mercado), se comunica con una hacker que puede navegar por SPEW libremente. Imaginad SPEW como un internet al que se hubiera sumado toda otra forma de datos, todo ello conformando un descomunal flujo de información.

SPEW (que presenta una visualización de realidad virtual de su flujo de datos, la Demosfera) tiene una puerta trasera incorporada que permite la vigilancia corporativa y gubernamental. Stark es un engranaje en esta maquinaria de vigilancia.

“Los Auditores de Perfil pueden hacer esto porque la seguridad de los datos, en SPEW, es una broma”, escribe Stark. “La convirtió en una broma deliberadamente el gobierno para que ellos, y nosotros, y cualquiera con una tarjeta de compra en Radio Shack y un diploma de enseñanza media pueda espiar a cualquier otro”.

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