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Opinión

22 de Julio de 2013

Columna: Descerrajando el cerrojo

La transición fue rigurosamente limitada por la acción de los cerrojos constitucionales que instaló Guzmán con el apoyo decisivo de la fuerza. Ese sistema de cerrojos es lo que impropiamente se denomina “Constitución de 1980”; una “no Constitución” destinada a neutralizar la agenda política del pueblo, según el agudo análisis de Fernando Atria. Esta “no […]

Carlos Ominami
Carlos Ominami
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La transición fue rigurosamente limitada por la acción de los cerrojos constitucionales que instaló Guzmán con el apoyo decisivo de la fuerza. Ese sistema de cerrojos es lo que impropiamente se denomina “Constitución de 1980”; una “no Constitución” destinada a neutralizar la agenda política del pueblo, según el agudo análisis de Fernando Atria. Esta “no Constitución” ha cumplido plenamente su objetivo: ni más ni menos que relativizar al máximo los efectos del sufragio universal.

Esos cerrojos permitieron que se cumpliera el sueño de Guzmán, que “si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque –valga la metáfora- el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”.

El sistema funcionó y contra él poco pudieron los cuatro gobiernos de la Concertación que se sucedieron. Se equivocó Ricardo Lagos cuando al promulgar la Ley 20.050 de reforma constitucional, afirmó que después de esas reformas “Chile cuenta (…) con una Constitución que ya no nos divide, sino que es un piso institucional compartido”. Afortunadamente, ha rectificado su error cuando hace pocos días afirmó la necesidad de una Nueva Constitución que “parta de cero”, como una “hoja en blanco”.

Por el contrario, tuvo razón el actual ministro del Interior, Andrés Chadwick, cuando siendo todavía senador afirmó, como cita Atria, que “por muy importante que hayan sido las reformas, que hemos compartido y consensuado, sigue siendo la Constitución de 1980. Se mantienen sus instituciones fundamentales, tal como salió de su matriz. Para que haya una nueva Constitución se requiere de un proceso constituyente originario, no de un proceso de reformas”. (Personalmente, salvé mi alma cuando afirmé el 14 de noviembre del 2005 que sería propicio crear una comisión constituyente, integrada por personas que no aspiraran a cargos de elección popular para prevenir que legislaran en su propio beneficio, de modo de elaborar los principios de una nueva Constitución que fuera sometida a plebiscito de cara al Bicentenario).

En estos años el único cerrojo que se consiguió desmontar fue el de los senadores “designados”. Esto fue posible porque había llegado a ser tan impresentable como inútil.

En los últimos meses las cosas han avanzado mucho más que en todos los años anteriores, se ha creado una conciencia creciente acerca de la necesidad de cambiar las reglas fundamentales porque ellas no permiten resolver ningún problema importante: recuperar la educación pública, garantizar un desarrollo sustentable, la igualdad de género, la regionalización, o el equilibrio de poderes, para citar sólo algunos.

En estos días uno de los cerrojos más evidentes, el binominal, ha comenzado a ceder. De constituir el sistema, finalmente aceptado por todo el mundo político, ha pasado a ser uno tan denostado que hasta la UDI, la más favorecida, ha tenido que subirse al carro de su eliminación. En buena hora; de los arrepentidos es el reino de los cielos.

No hay que tener una cabeza demasiado retorcida para dudar de la sinceridad de estas propuestas de sustitución del binominal que todos se agolpan a promover a la hora nona, cuando han pasado 24 años y el país se apresta, por lo demás, a elegir diputados y senadores por séptima vez con … el binominal. Pero, supongamos que todos actúan de buena fe, que nada es cierto de lo que se dice sobre la venganza de RN sobre la UDI o de Larraín sobre Piñera.

En este plano, más allá de las intenciones, las descalificaciones y los protagonismos hay una cuestión objetiva que deberá despejarse las próximas semanas: ¿será este Congreso capaz de llegar a un acuerdo respecto de un sistema decente para sustituir al binominal? Tengo mis dudas de que esto ocurra. Hay mil razones para fundar el escepticismo. Pero, asumamos por un momento, que en un rapto inesperado de patriotismo y lucidez, el Parlamento consigue llegar a un acuerdo. ¿Cancela eso la reivindicación de una nueva Constitución? En absoluto. Persisten todavía los otros cerrojos. Los quórums supramayoritarios y la competencia preventiva del TC. Basta con ellos para frenar todo cambio estructural.

Los conservadores están más que nerviosos. Desde la Concertación les dicen a los más recalcitrantes en la derecha: “miren si no entregan algo del binominal ahí están los “bárbaros” esgrimiendo la bandera de la Nueva Constitución y de la Asamblea Constituyente”. Si este último intento no prospera, “la demanda por una Asamblea Constituyente será incontenible”, acota el senador Patricio Walker. Así no más es.

Ya no basta con aplanar el campo de juego como le gusta decir a nuestros “neolibs”. Hay que cambiar las reglas. No se puede seguir jugando con las propias de una Constitución tramposa como con gran claridad lo ha explicado Atria.

Pero, esta vez no nos detendrán. La gran mayoría de los que estamos en esto no somos ni chavistas, ni bolivarianos. Tampoco somos agentes del caos o de la anarquía. Somos simplemente chilenas y chilenos, que queremos darle a Chile algo que el país se merece: una Constitución que establezca reglas correctas producto de una deliberación democrática en la que participemos organizada e informadamente todos los chilenos.

En este país al revés, los “civilizados” son los que impusieron a sangre, fuego y fraude sus reglas tramposas.

Los que no nos resignamos a esa imposición somos los “bárbaros”. No importa lo que digan. Esta vez, los “bárbaros” somos muchos y tenemos la razón y la justicia de nuestro lado. Por eso seremos muchos los que estaremos el próximo 20 de julio en el Salón de Honor del ex Congreso pidiendo una sola cosa: que se llame a plebiscito para que el pueblo dirima si quiere mantener esta Constitución que tantos beneficios le ha traído al país, de acuerdo a sus sostenedores, o si por el contrario queremos dotarnos de una nueva a través de una Asamblea Constituyente que nos asegure una convivencia civilizada.

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