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Mundo

2 de Agosto de 2013

Andrés Gioeni, el ex cura gay que le canta sus verdades al Papa

Vía Kienyke Por David Baracaldo Orjuela En una sola cita, el entonces sacerdote Andrés Gioeni conoció a Dios y al diablo al mismo tiempo. Subió al cielo un rato, e instantes después estaba en llamas. Fue en el año 2000. Aún no se sentía homosexual y se dedicaba tiempo completo a su parroquia en Mendoza, […]

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Vía Kienyke
Por David Baracaldo Orjuela

En una sola cita, el entonces sacerdote Andrés Gioeni conoció a Dios y al diablo al mismo tiempo. Subió al cielo un rato, e instantes después estaba en llamas. Fue en el año 2000. Aún no se sentía homosexual y se dedicaba tiempo completo a su parroquia en Mendoza, occidente de Argentina. Cuando veía a algún hombre que le atraía, trataba de reprimirse, decía que era simplemente un momento confuso. Tenía 29 años y hasta entonces se creía homofóbico. Por curiosidad empezó a entrar a salas de chat en Internet y le agradaba charlar con hombres. Terminó en una web de contactos gay.

“Hablar con otros, bajo un nombre falso, me parecía una fantasía”, dice Gioeni recordando que aún no se sentía del todo homosexual, porque al apagar la computadora se condenaba y se juraba no volver a hacerlo. Pero recaía. En esas conversaciones adquirió tres veces citas para conocer personalmente a sus interlocutores. Las dos primeras veces se arrepintió. En la tercera su mundo cambió.

Se encontró con un hombre que tampoco parecía gay. Al comienzo del encuentro no le dijo a su conocido su nombre real ni mucho menos que era sacerdote. Tomaron un café y luego salieron a dar una vuelta en carro. “En las conversaciones como que entramos en intimidades muy fuertes, me encontré a una persona que entendía que me pasaban cosas que no terminaba de entender”, recuerda. En la noche volvieron por un café hasta que el bar cerró. Como el conocido dijo no vivir propiamente en la ciudad de Mendoza, el padre Gioeni le ofreció ir a beber mate en una oficina de catequesis, que a esa hora estaría sin público. Luego de conversar por horas, y en la soledad del local, pasó lo que tanto él como su nuevo amigo sabían que debía pasar.

Fue su primera relación sexual con otro varón. “Para mí fue como haber conocido a Dios, pero inmediatamente después como haber sufrido el infierno”, confiesa a Kienyke. Despidió al hombre de la cita y se fue a dormir. Al despertar sintió como si estuviera en la peor de las brasas y las tinieblas. Sentía ganas de morir. Arrepentimiento. Se agredió a sí mismo psicológicamente. Lloró con desconsuelo y se arrodilló para pedirle a Dios misericordia. Rezó clamando perdón y decidió que una forma de encontrarlo sería confesándose con un colega, que obviamente no lo conociera. “Fui la basura más grande de la humanidad”. El remordimiento lo acompañó unos días. Luego volvió a ponerse cita con el sujeto del chat.

Hasta entonces el padre Andrés Gioeni era uno de los sacerdotes más apreciados y prestigiosos de Mendoza. Hijo de una familia muy conservadora y tradicional, Andrés tuvo dos hermanos varones y una formación de templanza. Su primaria la hizo en un colegio católico y el bachillerato en uno laico. Finalizando la secundaria tenía por dilema o ser médico o sacerdote.

Por esa época trabaja en una parroquia local con obras sociales. A punto de presentarse para la facultad de medicina fue a un trabajo comunitario en un barrio deprimido de Mendoza llamado La Favorita. La gente clamaba la ayuda de un líder espiritual. Entonces se dijo: “Hay muchos médicos, pero no muchos sacerdotes”.

En ese momento tenía novia, María. “Mirando atrás, inconscientemente en ese momento pensé que mi relación con María no era fuerte. No sentía afecto sexual hacia ella, pero quizá no lo quise reconocer”. Su relación hasta entonces era poco pasional. “Teníamos el mismo ideal de llegar vírgenes al matrimonio, y ¡para mí era fácil! Salíamos, bailábamos, nos besábamos, tomábamos un helado y hasta ahí”.

Terminó su relación y entró al seminario. Se sentía feliz. Era, en ese momento, su opción vocacional. Fue un estudiante brillante y se perfilaba como un prominente y joven sacerdote. Es más, destaca que su promedio de seminario era de 9.75 sobre 10.

En su claustro se volvió más homofóbico. Recuerda que había muchos compañeros, sacerdotes en formación, que se le insinuaban ya que es un hombre atractivo. Él los rechazaba de forma tajante e incluso los acusaba ante el rector del seminario. Les sugería dejar el sacerdocio.

Cualquier acto o pensamiento pecaminoso era altamente rechazado en su mente. Pero hay una anécdota curiosa. La masturbación merece la peor de las condenas dentro de la Iglesia, pero dice que él y sus compañeros de seminario pecaban al menos una vez por semana. “Todas las semanas un seminarista se está confesando por ese pecado. Sin llegar a generalizar, a un 95% de los seminaristas les pasa lo mismo. Un encuentro con la mano, una confesión, pero a la semana volvíamos a caer, así nos tratáramos de abstener”.

Sobre sus encuentros íntimos consigo mismo recuerda que de joven se forzaba para sentir placer pensando en mujeres. Se encerraba en baños con almanaques de modelos desnudas y se obligaba a pensar en ellas. Pero algunas veces sus fantasías lo traicionaban y lo hacían pensar en alguien del mismo sexo, y llegaba al clímax. No obstante, seguía insistiendo que no era homosexual.

De alguna forma se negaba sus gustos por conveniencia o miedo. De niño, con 12 años, dijo a su mamá que quería irse a vivir solo porque no merecía estar con ellos. La mamá le preguntó la razón. Él dijo que le gustaban los chicos. La mamá se asustó y lo llevó ante un sacerdote ortodoxo que dijo que sólo eran locuras de niños. Nunca más había vuelto a recordar el episodio.

A comienzos de 1999 se ordenó como diácono, asumió el celibato y se dedicó al servicio religioso. En 2000 se convirtió en sacerdote. Cuando descubrió que era gay, luego de las citas con el hombre de Internet, prefirió renunciar.

“El padre Andrés, !En pelota!”

Mientras era sacerdote en Mendoza, Andrés Gioeni practicaba el sacramento de la confesión a hombres que le decían temer por ser homosexuales. No eran pocos; se dio cuenta que había muchos en su ciudad. Al ellos decirle su dolor y miedo, él sentía alguna empatía. Sin embargo, como sacerdote, les invitaba a tratar de dejar atrás esos episodios que los atormentaban. A mediados de 2001, cuando ya aceptaba ser gay, decidió apartarse de la Iglesia. Avisó al obispo que se iba sin dar detalles. A su familia también; les dijo que viajaba a Buenos Aires a empezar de cero. Nadie lo entendía porque él nunca dio razones de su huída. Algunos pensaban que había dejado embarazada a alguna mujer y por eso renunciaba.

Llegó a Buenos Aires y lo acogió el párroco de la Catedral porteña. Le ofreció el único cuarto disponible en la iglesia, una habitación en lo alto de la edificación que lo hacía parecer el jorobado de Notre Dame. “Parecía Quasimodo. Me sentía un monstruo, deforme y vergonzoso, recluido en la catedral con una ventanita chiquita para ver la plaza, pero que nadie me viera a mí”.

Al colgar sus hábitos buscó trabajo en algo relacionado con sus estudios de teología y filosofía. Encontró empleo en una editorial religiosa en la que vendía libros que ya conocía y por esto le fue muy bien. Luego lo ascendieron al trabajo de producción editorial y corrección de textos. Para ese momento buscaba trabajo paralelo y le interesaba que fuera en el arte, pues sentía afición por el modelaje y la actuación. Hizo un catálogo de sí y fue tienda por tienda, agencia por agencia, buscando quien se fijara en él.

Consiguió un trabajo como modelo en una tienda de ropa interior para hombre y allí le comentaron que podía ofrecer su catálogo a una revista llamada Imperio, donde le sugerirían posar desnudo. “Me sentía con necesidad de exponerme. Creía que era algo buenísimo y me daba cuenta que me gustaba que a los demás yo les gustara”. Se presentó, le pagaron por las fotos pero no supo si las publicaron.

Un compañero de su trabajo en la editorial religiosa le dijo. “¿Sabés que saldrás en la revista Imperio esta edición?”. Esta publicación es para el público LGBTI y se distribuía especialmente en bares gay. Jamás pensó que dicha revista llegara tan lejos, como a su natal Mendoza.

“¡Está el padre Andrés en pelota!”, rumoraban en marzo de 2002 en Mendoza. Todos en su ciudad lo conocieron desnudo, de cuerpo y de alma: se enteraron que era homosexual.

El escándalo fue tremendo, según recuerda. La noticia fue nacional. El obispo recibió la revista y le envió una nota de protesta. “Me dijeron que el sacerdote que le pasó las fotos al obispo le dijo: por lo menos hay que admitir que está bueno. Eso seguro lo enfureció más”.

Aunque Andrés ya no fuera sacerdote, recibió una carta de expulsión, donde se le declaraba en pecado notorio y le impedían seguir ejerciendo el ministerio. En algún momento la prensa dijo que lo habían expulsado. Él lo niega, porque llevaba meses sin ser sacerdote.

El golpe fuerte fue para su familia. No su mamá ni sus hermanos, que afortunadamente –dice- ya sabían de su preferencia sexual. El resto de sus allegados y conocidos recibieron con brusquedad la noticia, y lo condenaron.

“Lo de esas fotos fue muy fuerte. De repente tenés una idea de Andrés Gioeni confesándote o dándote comunión, y al otro día lo ves en pelota. Eso pudo haber generado mucho daño. Y sobre eso sé que tengo que pedir perdón”.

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