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Opinión

13 de Agosto de 2013

Columna: Masturbación, política y ficción

La política chilena está llena de Antares de la Luz, es decir, de mesianismo y delirios de grandeza. Por otro lado, mucho flaite apanquetado (Frankestein social inventado por el fascismo), mucho cuico ordinario pelando el cable y para peor, mucho pendejo culturoso, arrogante y chelero (basura mediocre que chupan en la calle porque se sienten […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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La política chilena está llena de Antares de la Luz, es decir, de mesianismo y delirios de grandeza. Por otro lado, mucho flaite apanquetado (Frankestein social inventado por el fascismo), mucho cuico ordinario pelando el cable y para peor, mucho pendejo culturoso, arrogante y chelero (basura mediocre que chupan en la calle porque se sienten libres, los muy elementales), dando puro jugo. País culiao.

No sabemos si la demanda social será satisfecha por la oferta charcha que viene del mercado político. La indignación se instala cuando tenemos plena certeza de que la Concertación no está en condiciones de responder a la demanda ciudadana, más aún no puede hacerlo por los compromisos adquiridos. Eso indica el sentido común. Ojalá que al parlamento llegue gente como el Giorgio, la Carol y la Camila, para contrarrestar a los delincuentes que ahí cruzan sus intereses.

Igual hay que prepararse para la guerra en las calles que es fundamental para mantener viva la llama de la revolución. Uno por uno tenemos que ir destruyendo el entramado que la derecha diseñó con la Concerta. Desde la educación, pasando por las AFP, las isapres, la renacionalización del cobre, la recuperación del agua, Asamblea Constituyente, etc., hasta construir una nueva institucionalidad. La derecha debe ser derrotada, incluso apostar a su exterminio. Y al gobierno de la Concerta lo tenimos que puro obligarlo a hacer la voluntad ciudadana, porque ahí hay huevonaje que se siente culpable y va a presionar para que esas medidas se cumplan. Hay que tener muy instalada en la retina la imagen del dirigente empresarial que con desprecio y odio planteó que no se podía acceder a la demanda de la calle. Si eso no es lucha de clases, ¡qué chucha es!

Me carga la prédica política, aunque esté cargada de verdades y voluntad de justicia, que muchas veces se vuelve histeria escénica y conspiratividad miserable, aunque igual es divertida por su patetismo retórico y su impostura, lo que me sirve mucho para mi trabajo de escritura que no es más que la puesta en abismo del habla doméstica como disputa del poder y la banalidad de mantenerlo. No hay nada más latero que la política, insisto, exceptuando la poesía, obviamente. Siempre es más interesante y cívico participar en causas concretas y procesos emancipatorios precisos y muy focalizados. Lamentablemente no faltan los perros de la política que usan esas causas para tomar posiciones hegemónicas. Por eso prefiero contar historias estúpidas que participar de la pasarela política.

Ahora, aunque a nadie le importe demasiado, estoy escribiendo tres cuentos al mismo tiempo. Y tengo la necesidad imperiosa de terminarlos lo antes posible. Uno de ellos cuenta la historia de un amor adolescente de origen cuico que escuchaba tangos, porque yo le había traspasado esa afición como una forma de huir del presente que me tocaba. Corría el año ‘77 y a ella le habían prohibido que se involucrara conmigo. Recorriendo el viejo Almendral me compré un disco de tangos del polaco Goyeneche y otro de Bela Bartok, así de bizarrro, en una disquería que tenía cosas viejas. Y cuando mi amor adolescente venía a verme desde Santiago, compartíamos dicha afición. Ella tenía 17 años y era muy raro que una pendeja cuica de esos años escuchara tangos, más aún, como tenía una memoria prodigiosa y buena voz se aprendió varios, entre ellos El Último Café. En una oportunidad un tipo mayor que la andaba joteando y que era más legítimo que yo, en una reunión social, descubrió casualmente su afición cuando ella no pudo dejar de tararear un tango que programaban en una radio, y se dio cuenta que había otro que le enseñaba esas rarezas. El cuento debería llamarse Tango, obviamente, aunque eso puede cambiar.

El otro cuenta la historia de un grupo de alumnos de un liceo santiaguino que luego del golpe se recluye en una casa a los pies del cerro Calán. Estaban en el último año y se dedican a jugar con un tren Marklin que encuentran arrumbado en un enorme clóset. Al atardecer suelen ir al cine para distraerse, en una de esas salidas al centro de Santiago ven la película El Conformista de Bertolucci, la que los perturba brutalmente. Obviamente es la historia de una cofradía adolescente de la que fui parte.

El otro cuenta la historia de un profesor homosexual que quiere utilizar la política para ascender socialmente, pero al encontrar a su pareja asesinada con una botella pisquera enterrada en el culo, todo se le va a la mierda. El asesinato es investigado por un detective viejo que viene del sur castigado por incorruptible y descubre una red de tráfico sexual, asentado en el municipio, que provee de niños en riesgo social a políticos de la quinta región.

Ojalá mis queridos lectores pudieran ayudarme a resolver los finales que siempre me cuestan, como que sufro de eyaculación narrativa precoz por culpa de la situación política, la que actúa como un controlador del deseo. De ante mano, muchísimas gracias.

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