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Nacional

22 de Agosto de 2013

Tejas Verdes: la cuna de la DINA

En estos días, el periodista Javier Rebolledo presentará El despertar de los cuervos (Ceibo), un libro en el que ahonda en la historia del Regimiento Tejas Verdes, cuna de los experimentos de tortura en Chile, y que recoge testimonios que sitúan allí a Cristián Labbé y al diputado Rosauro Martínez. Además, recoge las denuncias de guaguas robadas y entregadas en adopción.

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En 2005, mientras reporteaba temas vinculados con el abuso infantil en organismos del Estado, el periodista Javier Rebolledo se topó con el hallazgo de cinco cédulas de identidad abandonadas en un centro del Servicio Nacional de Menores (Sename). Las habían encontrado en un clóset del centro El Arrayán, en la comuna de San Joaquín y no se sabía más que los documentos databan de los años setenta. La casona colonial había sido el centro de detención Tres Álamos de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).

Las cédulas fueron entregadas al Ministerio del Interior y al mismo tiempo Rebolledo comenzó a rastrear su origen. Aunque no encontró las identidades de ese olvido de la dictadura, una de ellas correspondía a un torturado. Sin embargo, ese hallazgo lo acercó a organizaciones de derechos humanos vinculadas a la tortura en Chile, y a sus peores silencios.

Rebolledo tuvo acceso a las declaraciones sumarias de Tejas Verdes y a la barbarie de la dictadura: quemados con cera hirviendo, ratones y arañas en los genitales, mordeduras de perro en la vagina, ingestión de sus propios excrementos, violaciones y embarazos.

“Conejillos de Indias, eso pensaban también ellos”, dice, “nunca había leído tormentos tan rebuscados y crueles como los que se dieron en Tejas Verdes. Con los años y la experiencia nada se comparó en intensidad. Esta brutalidad fue la que me llevó a querer escribir sobre este tema pasado tanto tiempo. Siempre me he preguntado si es que la gente que justifica la tortura o morigera su daño, realmente sabe qué es”.

Tejas Verdes era, en rigor, el Regimiento Escuela de Ingenieros Militares Tejas Verdes del Ejército de Chile, ubicado en San Antonio, a unos metros de la playa; base de soldados, escuela de formación de oficiales y suboficiales. Fue el primer centro de experimentación y tortura, el primer centro de formación de agentes, el primer campo de concentración. El sueño hecho realidad del teniente coronel Manuel “Mamo” Contreras, director del regimiento en ese momento: la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).

Ocho años después de conocer los testimonios de Tejas Verdes, el periodista Javier Rebolledo, autor de “La danza de los cuervos” (Ceibo Ediciones, 2012) -investigación que sacó a la luz la escabrosa existencia del cuartel Simón Bolívar, único centro de exterminio conocido- lanzará “El despertar de los cuervos” (Ceibo Ediciones), el sábado 31 de agosto a las 18 horas en el Club Providencia.

El libro, que funciona como precuela de su ópera prima, será presentado por el ex ministro de la Corte de Apelaciones, Alejandro Solís, la premio nacional de periodismo Faride Zerán y el periodista Jorge “Gato” Escalante. El lugar elegido no fue una coincidencia. Ahí, en 2011 lanzó su libro el militar condenado por violaciones a los derechos humanos, Miguel Krassnoff, con la anuencia del ex alcalde y agente de la DINA, Cristián Labbé.

“En Tejas Verdes está la semilla de Simón Bolívar, de Villa Grimaldi, de la Venda Sexy, de toda la represión en Chile, de todos los detenidos desaparecidos, de todas las torturas. En Tejas Verdes se ensayaron los tormentos por primera vez. De ahí su importancia histórica y mostrarlo a través de la voz de sus víctimas o sobrevivientes”, explica.

A través del testimonio de dos mujeres del MIR, Ana Becerra y Olga Letelier, del dirigente socialista Anatolio Zárate y del trabajador Feliciano Cerda, todos detenidos en Tejas Verdes, junto a la narración de Héctor Salvo Pereira, un joven militar destinado en Tejas Verdes para el 11 de septiembre, el libro entrelaza sus historias y la de este centro de torturas y exterminio, mostrando así cómo se fue encendiendo el infierno en Chile. Infierno que además está documentado en decenas de declaraciones judiciales, algunas aún en sumario, y a las que tuvo acceso.

“Por eso se incluí las adopciones de niños por la DINA, el verdadero rol de Cristián Labbé y el del diputado Rosauro Martínez Labbé, como también el papel de profesionales de la salud, confesos judicialmente de haber enterrado gente dentro de sus predios y participado del fraude electoral de 1980”, explica Rebolledo.

LAS GUAGUAS ADOPTADAS DE LA DICTADURA
Una de las hebras que sigue el libro desde Tejas Verdes hasta el apogeo de la DINA, es el rol de doctores, enfermeras y violaciones que desembocaron en embarazos, desapariciones y abortos en la clandestinidad. Tempranamente, Rebolledo confirmó que en Chile no existe un registro de los niños nacidos en cautiverio, ya sea porque sus madres fueron detenidas estando embarazadas o porque nacieron de las violaciones de sus verdugos. Recién en 2009, el ministro Solís abrió un cuaderno reservado dentro de la causa Villa Grimaldi, para investigar posibles adopciones ilegales por parte de agentes de Estado.

El periodista tuvo acceso a la información y en el libro revela que varios hombres y mujeres que hoy bordean los cuarenta años, se han acercado al tribunal para que se investiguen sus casos. Sus muestras de ADN se han contrastado solo con material genético de familiares de diez mujeres, hoy desaparecidas, pero embarazadas al momento de su detención en Villa Grimaldi. Sin embargo los resultados han sido negativos y algunos otros están en estudio aún.

En su libro, Rebolledo revela que un agente de la DINA, brazo derecho de Contreras, adoptó a por lo menos dos bebés entre 1975 y 1976, los años duros de la dictadura. Lo hizo amparado en la estructura legal de la DINA, que le sirvió de testigo y aval, documentos que se detallan al interior de la narración. Uno de los bebés, una mujer, posteriormente fue entregada por el agente de la DINA a una funcionaria del hospital militar, quien la adoptó de manera definitiva.

Ella es Ana María Luna Barrios. Llegó al tribunal en 2010, luego que su madre le confesara que no era su progenitora. Su certificado de nacimiento indicaba que había nacido en 1976, pero la habían inscrito recién en 1979.

Interrogada por funcionarios de la Dirección de Inteligencia de Carabineros, su madre adoptiva, Marta Adriana Barrios Barrios, una antigua auxiliar de enfermería del Hospital Militar, dijo que la niña había llegado al recinto en estado de desnutrición y que al darla de alta llamaron a su abuelo y éste les dijo que la llevaran al Sename. Luego ella, encariñada, inició los trámites de adopción. Lo que no contó es que había perdido a su hijo: Agustín Luna Barrios, cabo de Ejército, murió el 11 de septiembre de 1973 en los enfrentamientos cuando intentaban sitiar La Moneda.

La justicia logró dar con la identidad del militar que había entregado a Ana María a sus actuales padres adoptivos: Hernán Valle Zapata, teniente de Ejército, fallecido. También se encontró su expediente de adopción, donde se da cuenta que originalmente Valle Zapata la inscribió solo, sin la madre. En el casillero que debe indicar su nombre señala: “no compareciente”. El documento, donde figuran como testigos la dactilógrafa Sylvia Pérez Ortúzar y el abogado Hernán Blanche Sepúlveda, ambos del área jurídica de la DINA, es parte del material inédito del libro.

También se revela la hoja de vida de Valle Zapata en la DINA, donde indica que fue parte del círculo íntimo de Manuel Contreras entre 1975 y 1977. Además se relata que Valle Zapata también “se hizo” padre de Carmen Gloria Valle Valle, nacida según el documento el 8 de marzo de 1975, de “madre NN, chilena, soltera, sin antecedentes penales”. Actualmente ella está viva.

Por su parte la hoja del abogado Hernán Blanche, quien firmaba los documentos, señala que luego, en 1979 fue “director jurídico” de la CNI. Actualmente tiene una notaría ubicada en la comuna de Pudahuel, que entre otras cosas, sirve de aval en programas de televisión, como fue el caso de Rojo Vip, hace unos años.

Junto al caso de Ana María Luna, “El despertar de los cuervos” también detalla cuatro casos más, algunos desechados por la justicia y otros actualmente en investigación. El que más llama la atención es el de Juan Ramón Painepe Melivilu, nacido dos veces: el 13 de enero según su acta de nacimiento y el 23 de abril de 1974 según el Registro Civil. Según la declaración policial su propia madre adoptiva, Marta Melivilu Ancavil, la visitadora social que vio su adopción le dijo que había nacido en el Hospital Félix Bulnes y que su madre había sido llevada por militares.

El problema para encontrar a sus padres es, según Rebolledo, que el sistema antiguo no permite que se investigue fuera de una causa, en este caso, Villa Grimaldi que es donde hay denuncia. “La única solución es que se tomara una decisión nacional con las personas detenidas desaparecidas, torturadas, y ejecutadas, de hacer un banco nacional de ADN para que se puedan contrastar con familiares de todas las mujeres que pasaron por centros de inteligencia”.

LA ESCUELITA
Para el 11 de septiembre de 1973, el Regimiento de Ingenieros Tejas Verdes estaba dotado de unos 550 soldados divididos en cinco compañías. La máxima autoridad ahí era el teniente coronel Manuel Contreras Sepúlveda. Bajo él, una plana mayor dispuesta a poner en marcha el plan de formar la DINA que el mismo Pinochet le había encomendado. Esto se detalla en el libro paso por paso, incluida la influencia de Estados Unidos a través de la Escuela de las Américas y también el “aporte” “Escuela Francesa”, en rebuscados tormentos que los comandos germanos aprendieron en Argelia y luego enseñaron en América Latina.

Los conejillos de Indias comenzaron a ser utilizados por los agentes de la DINA, recién comenzada la dictadura, según las propias confesiones judiciales que se repiten en el libro. Uno de los casos de tortura más escalofriante es el de Feliciano Cerda. Feliciano era portero de Vía Sur, la empresa de buses que la UP había hecho estatal, no tenía militancia política, pero lo culparon de que el día 11 de septiembre mató un grupo de carabineros en la población La Legua. Se le sumó el tener un hermano mirista.

La primera sesión de torturas en Tejas Verdes, fue sobre una cama mojada y partió con golpes con lo que, cree, era un machete envuelto con ropas, subió con manotazos en la ingle, luego el estómago y el esófago, hasta dejarlo sin respiración. El epílogo fue un golpe de culata en el rostro que le quebró dos piezas dentales. No confesó nada porque no sabía nada.

Su segunda salida a la sala de torturas en Tejas Verdes, ubicada en el subterráneo del casino de oficiales, acondicionado ya con las famosas parrillas y otros adminículos del infierno, fue como una regresión a la Edad Media. Los militares esta vez lo amarraron con correas de una muñeca y un tobillo. Y lo estiraron hasta suplicar por su muerte.

De vuelta a la cabaña, con sus compañeros de Vía Sur también detenidos, torturados y amenazados con la violación de sus hijas. Eran ya las sombras de unos seres humanos que se iban apagando en el reflejo del compañero destruido. Y vuelta a la sala de torturas, electricidad, heridas en las plantas de los pies abiertas con cucharas y cauterizadas con una plancha.

El olor a mierda era una señal de que aún quedaba un hilo de vida dentro del regimiento. Los detenidos comenzaban a enterarse del destino final de los recluidos en Tejas Verdes: varios fueron lanzados al mar dentro de cajas en el puerto de San Antonio, otros lanzados desde helicópteros, como declara un agente en el libro.

Las ganas de vivir se apagaban con esas palabras y el cuerpo de Feliciano era un gran moretón hinchado. Según su testimonio, los tormentos no acabaron el día que lo llamaron por altoparlante para dejarlo en libertad. Cuando se dispuso a firmar el documento que lo dejaba en libertad, casi ciego, recibió el peor de todos sus martirios. Le bajaron los pantalones, lo acostaron sobre el escritorio y comenzaron a violarlo. Luego le introdujeron un palo en el ano, se lo hicieron girar dentro y se lo pasaron por el rostro.

“Si las violaciones a los mujeres hasta ahora son un tema invisibilizado por la justicia chilena, que no ha recogido el pañuelo, las violaciones a los hombres no existen como tema. Por el asunto social, son muy pocos los que lo han denunciado. Pero sucedió muchas veces. Ese es el límite real que se cruzó en este país”, apunta Rebolledo.

En el libro se detalla que las violaciones por parte de los agentes durante los interrogatorios fue sistemática y tuvo su marcha blanca en Tejas Verdes. Incluyó botellas de Coca-Cola en el ano, fierros, palos, instrumental médico, ratones en la vagina, electricidad en todos los puntos sensibles del cuerpo, especialmente los genitales. A través del testimonio de Ana Becerra (17) y Olga Letelier (16), personajes del libro, se da cuenta de ello. Ana estaba embarazada y Olga era virgen. A ambas las torturaron con herramientas ginecológicas y les aplicaron corriente en la vagina.

“A lo que llegué también es que la tortura funciona parecido a la doctrina interna que el Ejército aplica a sus soldados. Cuando un capitán le dice a un soldado que vale menos que la suela de sus zapatos, lo está bajando al mínimo para que obedezca, para que no tenga iniciativa propia. Cuando un soldado viola a una niña o a un hombre, está intentando hacer lo mismo, que colabore. Es horrible, pero técnico”, sostiene Rebolledo.
Tan técnico, que supervisando todo se encontraba un equipo con doctores, hipnotizadores, y enfermeras encargadas que los detenidos no “se fueran” en medio de una sesión de tormentos y tuvieran que transformarlos en “paquetes”, lanzados al mar.

CRÍMENES MÉDICOS
“El despertar de los cuervos” se centra en mostrar la importancia de las matrices y de los procesos embrionarios asociados a ellas, pues, según el autor, los criminales de la DINA, pueden ser analizados y vistos de mejor forma a través de los orígenes. “Si te fijas, todo lo que pasó acá, luego se replicó en el resto de Chile. Eso es en cuanto a los centros de tortura y métodos. Pero también sucedió algo dentro de las cabezas de los soldados, de los agentes, que se permitieron llegar a esto, y que también se expandió como enfermedad en el resto de Chile”, apunta el autor.

De ahí que la narración de Patricio Salvo, aspirante a oficial de reserva para el 11 de septiembre, sea fundamental como contrapunto de lo vivido por las víctimas. El mismo experimentó la alienación, presenciando torturas y justificándolas. Hoy puede dar fe de lo que sucedió. Salvo escuchó cuando uno de los doctores de Tejas Verdes, el psiquiatra Roberto Emilio Lailhacar Chávez, explicaba a los mandos del lugar que comenzaría aplicar hipnosis debido a que los detenidos “se estaban yendo muy luego”, producto del grado de brutalidad de agentes impacientes.

Los agentes de Tejas Verdes pronto comenzaron a llamarlo “El hipnotizador”, debido a sus estrafalarios métodos de tortura. Recién en 2013, este desconocido doctor confesó judicialmente y de forma inédita, que seis cadáveres fueron lanzados por carabineros de la zona al interior de un pozo de unos treinta metros de profundidad en su fundo, ubicado en las afueras de Curacaví.

La declaración se enmarca en la investigación por la ejecución de tres campesinos de Curacaví en 1973 que lleva la ministra de la Corte de Apelaciones de San Miguel, Sylvia Pizarro y actualmente la Policía de Investigaciones y el Servicio Médico Legal se encuentran excavando al interior de su predio, buscando el pozo que habría recubierto con cemento, restos de animales y medicamentos en descomposición.

Pero las funciones de los médicos de los servicios secretos tocaron también lo político. El libro revela la confesión policial del dentista Pablo César Oyanguren Plaza, profesor de la Universidad Mayor, quien dice que en 1980 participó del fraude electoral que terminó promulgando la Constitución Política que hoy se intenta derogar. “La CNI me entregó la cédula falsa, con mi chapa, para que votara dos veces, lo que yo hice. Luego de esto me arrepentí”, señaló para el libro. En “La Danza de los Cuervos”, Jorgelino Vergara reconoce que cientos de agentes de la CNI sufragaron en reiteradas ocasiones para el plebiscito que validó la Constitución.

“Al poner a doctores, dentistas, abogados y, en general civiles, mi idea fue visibilizar la participación de ellos, algo que hasta hoy, a cuarenta años del golpe, la sociedad chilena no ha hecho. Culpar exclusivamente a los militares es tapar el sol con un dedo, pero sobre todo es una mentira”, explica Rebolledo.

El libro también se encarga de mostrar cómo los doctores que luego participaron de crímenes, partieron en Tejas Verdes, aplicando por primera vez el juramento de Hipócrates en sentido inverso. Todas las víctimas que prestan testimonio en el libro, cuentan que fueron torturados en presencia de facultativos y enfermeras encargados de determinar hasta qué punto les podían seguir aplicando electricidad, y luego de prodigarles cuidados, con el fin de recuperarlos para una nueva sesión.

EL PROFESOR LABBÉ
Hace unos meses el ex alcalde de Providencia Cristián Labbé llegó a impartir el ramo Evolución del Pensamiento político en Chile, a los alumnos de Derecho de la Universidad Finis Terrae. Esta vez se encontró con una funa de los estudiantes. En su defensa, el ex coronel de Ejército, ex guardia de Pinochet y ex alcalde de Providencia, ha dicho que su paso por el cuartel Rocas de Santo Domingo fue para hacer clases de educación física.

En el libro se le inculpa directamente en la enseñanza de prácticas de torturas y la ejecución de éstas. Uno de los nombres claves es el mismo Anatolio Zárate, detenido en Tejas Verdes y separado de su familia el mismo 11 de septiembre de 1973. En medio de una sesión de torturas, su capucha se soltó y pudo ver a su alrededor a Manuel “Mamo” Contreras, al detective encargado de la comisaría de San Antonio, subcomisario Nelson Patricio Valdés Cornejo, al doctor Vittorio Orvieto y al teniente Cristián Labbé. También había una enfermera que no conocía.

Al teniente Labbé lo había visto pasear por el campo de detenidos, en visitas de inspección, vistiendo un buzo verde y una camiseta con la palabra “Brasil”. Por cierto ese día de octubre en que vio a Labbé coincide con los relatos de agentes de la DINA que lo tuvieron como instructor en las cabañas de Rocas de Santo Domingo. Anatolio nunca olvidó el rostro de Labbé ni de ninguno de los presentes. Ese día quedó discapacitado, lo que dentro de todo ese infierno, por lo menos sirvió para que no lo volvieran a torturar.

Hasta ahora, el único que había reconocido judicialmente a Labbé en el centro de torturas, era Zárate. Pero en el libro se revela un segundo testimonio. El denunciante es el aspirante a oficial de reserva Patricio Salvo. Ahí fue testigo de la presencia de Labbé en el subterráneo de tortura y que luego judicializó en una causa que se investiga en la Corte de Apelaciones de San Miguel, referida a los crímenes de Tejas Verdes.

“Es la primera vez que un agente, un hombre del propio lado del ex alcalde, lo reconoce en el centro de torturas, en el lugar donde exclusivamente se aplicaban tormentos y nada más. Salvo declaró esto judicialmente este año, lo cual hoy está en plena investigación”, señaló Rebolledo.

El despertar de los cuervos.
Javier Rebolledo
Ceibo Ediciones
2013
385 páginas

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