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Opinión

2 de Septiembre de 2013

Columna: Libres para escoger

* En lo que muchos analistas consideran una contradicción con su propio ethos, el régimen militar chileno – de carácter autoritario- instauró en el país un sistema socio-político predominantemente liberal. Este sistema, junto con la prosperidad económica que generó, modificó en forma profunda la cultura de una buena parte de la población, sobre todo de […]

Rolf Lüders
Rolf Lüders
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En lo que muchos analistas consideran una contradicción con su propio ethos, el régimen militar chileno – de carácter autoritario- instauró en el país un sistema socio-político predominantemente liberal. Este sistema, junto con la prosperidad económica que generó, modificó en forma profunda la cultura de una buena parte de la población, sobre todo de los jóvenes.

En efecto, antes de 1973 la inmensa mayoría de los chilenos tendían a acudir al Estado para resolver sus problemas y aceptaban, consecuentemente, con docilidad su injerencia arbitraria. A partir de entonces, esa mayoría ha ido disminuyendo rápidamente y de acuerdo a Alberto Mayol (El Chile Profundo), en la actualidad, el nuevo chileno medio opina que “tener más depende de cada uno y es tal su seguridad en ese paradigma que desde ya comienzan a vivir el estilo de vida de la clase alta.” Agrega Mayol que ese chileno “quiere que se premie su esfuerzo personal.” Este saludable cambio de actitud –reflejado en parte en el significativo y sorpresivo apoyo a la candidatura de Andrés Velasco- vino, por supuesto, acompañado por el deseo del ciudadano medio por elegir libremente su camino de auto-realización.

En 1973 Chile alcanzó su máximo grado de centralización económica. En ese año prácticamente todos los precios y tarifas, incluyendo el tipo de cambio, la tasa de interés y buena parte de los salarios, fueron fijados por la autoridad. Ella asignaba también la inversión y decidía que es lo que se importaba y exportaba. Los mercados –normalmente el mecanismo de expresión de la libertad ciudadana- se encontraban totalmente intervenidos. No existían los incentivos adecuados para ahorrar, invertir, emprender y trabajar.

La crisis de 1973 no sólo fue una crisis económica –la economía chilena topó fondo ese año- sino también una crisis política, en la que se enfrentaron una minoría que anhelaba la instauración de un régimen totalitario, con una gran mayoría que deseaba vivir en democracia. El régimen militar, que tuvo que intervenir en la disputa, optó entonces por un conjunto de políticas económicas y sociales propuestas por un grupo de economistas, en su mayoría liberales, en un documento que hoy se conoce como El Ladrillo. Más tarde dicho ordenamiento –revolucionario con respecto al entonces existente- fue complementado, en lo político, por una democracia representativa. El mencionado sistema económico es una economía de mercado libre en que el Estado juega un importante papel, especialmente en la definición de las reglas del juego, en la nivelación de la cancha para todos los agentes, en la mitigación de las fluctuaciones económicas, y en la redistribución del ingreso.

Este ordenamiento, que le ha dado al país en democracia una prosperidad que nadie puede negar, le ha conferido simultáneamente a sus ciudadanos un grado de libertad de escoger –que se expresa en los mercados- que ya no querrán perder. Los nostálgicos que se quejan de que esta preferencia ha pasado a ser hegemónica en Chile no se debieran extrañar, dado que lo mismo ha sucedido en todos los países en que los ciudadanos han podido llegar a apreciar las virtudes de la libertad económica. El ordenamiento adoptado naturalmente que admite cambios en sus parámetros, no es perfecto, y quedan importantes tareas pendientes. Pero aun así, universalmente admirados, los chilenos tenemos hoy un nivel de bienestar general y de libertad económica que nuestros compatriotas de 1973 jamás se imaginaron pudiéramos llegar a tener.

*Economista

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