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Opinión

9 de Septiembre de 2013

La contrarevolución de Pinochet al sur del Biobío

A José Ernesto Millalen lo sentaron en una estufa eléctrica y lo quemaron con cigarros en el cuerpo; lo acusaron de comunista y lo torturaron por ser encargado de ganadería del asentamiento “Chile Fértil” en Galvarino, una de las experiencias exitosas de trabajo cooperativista en los tiempos de la Unidad Popular y del proceso de […]

Fernando Pairican
Fernando Pairican
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A José Ernesto Millalen lo sentaron en una estufa eléctrica y lo quemaron con cigarros en el cuerpo; lo acusaron de comunista y lo torturaron por ser encargado de ganadería del asentamiento “Chile Fértil” en Galvarino, una de las experiencias exitosas de trabajo cooperativista en los tiempos de la Unidad Popular y del proceso de Reforma Agraria. La “prosperidad fugaz”, como la denomina la historiadora Florencia Mallon.

El golpe de Estado se inició en las tierras Mapuche en agosto de 1973, cuando el Congreso aprobó la Ley de Control de Armas. En ese momento, buscando “armas” que nunca encontraron, los militares allanaron los asentamientos, detuvieron, interrogaron y torturaron. Un macabro ensayo de lo que ocurriría desde el mismo once, cuando el Estado en su conjunto se vuelque al Terrorismo de Estado. Un estudio elaborado por la Universidad Católica de Temuco, señala que el pueblo Mapuche fue doblemente víctima de la Dictadura en la violación de sus derechos humanos, ya que la tortura y desaparición, desde la cultura indígena, no sólo afectó a sus cuerpos, también “atacó sus sistemas de vida propios”.

La Dictadura, luego de la regularización de la tenencia de la tierra, comenzó gradualmente a implementar su proyecto económico: el neoliberalismo. Si bien el régimen devolvió un porcentaje de tierras a los poderosos agricultores afectados, la Dictadura estuvo lejos de recomponer el latifundio. La mirada que primó fue la de crear asentamientos individuales, rasgo clave de la ideología neoliberal. La creencia de que la sociedad se autorregulaba por el mercado, en el esfuerzo propio, individualismo y emprendimiento, fueron los cimientos proyectuales de la Dictadura. Es ahí donde radica una de las grandes transformaciones del régimen encabezado por Pinochet: aplicar lógicas de mercado a la vida social. Una verdadera revolución capitalista, propia de una de las últimas ideologías totalitarias. Para que la modernización capitalista pudiera ser aplicada, era necesario una resocialización de sus habitantes, destruir las antiguas lógicas políticas, “despolitizar” a los chilenos, para repolitizarlos y resocializarlos bajo el proyecto de la Dictadura. Una revolución que estuvo lejos de ser “silenciosa”, como la llamó Joaquín Lavín.

En 1979, la Dictadura decretó la liquidación de los Títulos de Merced por Títulos de Propiedad Privada. Eran, los últimos reductos de sociabilidad que habían sobrevivido a la Ocupación de La Araucanía y que tenían por objetivo destruir el tejido social fundante del pueblo Mapuche: vivir en comunidad. Como telón de fondo a esta resocialización del pueblo Mapuche, la llegada de las plantaciones forestales, rubro auténticamente neoliberal que además de modificar el ecosistema total del Wallmapu, también era la pérdida de recuperar las tierras usurpadas bajo los Títulos de Merced; la contrarreforma; e inclusive, las tierras ancestrales. El aspecto ideológico de la medida lo dejó establecido el mismo dictador en Villarrica ese mismo año: “Hoy ya no existen mapuches, porque somos todos chilenos”.

La generación Mapuche que será el pilar de la reemergencia indígena en Chile a partir de los 90, nació o fue adolescente en este proceso. Por lo mismo, sus historias de vida están cruzadas por esta nueva “chilenización”. Bastante distinta a la que vivieron sus padres y abuelos, ya que la “chilenización” que comenzaron a vivir fue la neoliberal.

En esos mismos años, nacieron los Centros Culturales Mapuche (CCM), que a partir de la cultura y la tradición resistieron a esta resocialización dictatorial. Los CCM recuperaron la organización tradicional histórica, las Autoridades Tradicionales, como las llamó posteriormente el Consejo de Todas las Tierras y la Coordinadora Arauco Malleco. Realizaron encuentros de palin, llellipun y epeu, creando una cultura política al interior del pueblo Mapuche organizado. No obstante, lo más trascendental, es que en el marco de este proceso, se iniciaron las primeras conversaciones en torno a la autodeterminación como pueblo.

En marzo de 1980, los CCM se convirtieron en Ad-Mapu, la organización que transformó la política Mapuche. Dos años después, Santos Millao profetizaba que la Autonomía sería una aspiración que levantaría polémica entre aquellos que “pretenden exterminarnos como pueblo”. Y agregaba que esto no era construir una muralla en La Araucanía, sino “vivir conforme a nuestra cultura”. Para 1983, establecieron en su congreso la aspiración de construir un proyecto de carácter histórico: la Autodeterminación. Si bien Ad-Mapu no dejó en papel aquel proyecto, sí fue algo que comenzó a debatirse al interior de esta organización, aspecto que fue crucial para los adolescentes de la organización, como Aucan Huilcaman, Domingo Colicoy o Elisa Locon, futuros miembros y fundadores del Consejo de Todas las Tierras, organización que sembró las ideas de la autodeterminación y construyó los primeros símbolos de carácter nacional. También fueron importante las “tomas de Santos”, que se realizaron en dictadura para jóvenes como José Huenchunao, fundador de la CAM, o para un niño en aquel tiempo, como Ramón Llanquileo, hoy prisionero en Concepción por ser parte activa en la reocupación del ex predio El Canelo en Puerto Choque, que es un buen ejemplo del devenir de las tierras en el sur: El Canelo había pertenecido a su comunidad en los tiempos de la Reforma Agraria y ellos lo forestaron con pinos, como parte del proceso de autodesarrollo impulsado por la Unidad Popular, pero tras el golpe les fue arrebatado por la Dictadura, vendido a bajo costo a Forestal Mininco –pinos incluidos, de modo que un terreno pensado para el desarrollo comunitario, fue puesto entre los activos de la familia Matte.

Es que la Reforma Agraria fue una experiencia importante en la politización en la vieja frontera. Es cierto, los Mapuche fueron vistos en su calidad de campesinos y no en su particularidad cultural, hecho que intentó ser revertido con la promulgación de la ley 17.729 a mediados de 1972, la primera Ley Indígena de Chile. No obstante, la experiencia de la reforma y de la corrida de cercos, radica en que reactualizó el grito de Miguel Kolikeo, dirigente de la Sociedad Caupolicán en 1916: “¡Qué nos entreguen los terrenos usurpados!”. La experiencia de la corrida de cercos, de las siempre exigidas tierras, de los errores de la misma UP y un trabajo de sociabilidad exitoso, son una base de politización de los futuros Longko, que son parte del proceso autodeterminista, y que son transición ideológica entre la recuperación de “tierras” a las de “territorio”, base de poder de la autodeterminación.

Posiblemente aquí radique la mirada cuarenta años después. La Unidad Popular y la Dictadura, son una etapa de transición entre el primer ciclo del movimiento Mapuche contemporáneo que se inicia en 1910, con la fundación de la Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucanía, y que se cierra, en 1968, con la muerte de Venancio Coñuepan y la Corporación Araucana. Las organizaciones de aquel ciclo, buscaron mejorar los niveles de vida de un pueblo forzado al empobrecimiento luego de la Ocupación, a través de distintas iniciativas, pero que para Manuel Aburto Panguilef, miembro de la Federación Araucana, pasaba por recuperar las tierras desde la provincia de Arauco al sur, en lo que él llamó República Indígena.

Mientras la UP reactualizó y dio nuevos ingredientes a la cuestión Mapuche, la Dictadura generó las condiciones para que este pueblo terminara en un primer momento por oponerse, luego resistir, y finalmente, rebelarse -ya bajo los gobiernos de la Concertación- a un modelo que perjudica una forma particular de entender la vida. En sus espaldas, una reemergencia indígena que colocó la autodeterminación como un paradigma para los pueblos indígenas, y por lo tanto, los derechos políticos del pueblo Mapuche. Como dijo Aucan Huilcaman en 1992: “triunfamos los mapuche o nos doblegan o nos acallan los winkas. Si logramos saltar la barrera de la opresión, seremos los mapuche los que escribiremos el capítulo histórico más significativo de este siglo y abriremos el camino de justicia de las nuevas generaciones mapuche que cifran esperanzas en cada uno de nosotros”.

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