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Opinión

10 de Septiembre de 2013

Carlos Larraín: “Al final, Pinochet era arbitrario, pero no ladrón”

“Había una tensión subyacente muy fuerte en esa época. Durante el gobierno de Salvador Allende casi todos los días había desfiles de jóvenes marchando con fusiles de palo, los estoy viendo, tenía mi oficina en Teatinos y los miraba pasar con sus gritos característicos, del MIR, de otros frentes, era un ambiente de mucha intimidación. […]

Ivonne Toro Agurto
Ivonne Toro Agurto
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“Había una tensión subyacente muy fuerte en esa época. Durante el gobierno de Salvador Allende casi todos los días había desfiles de jóvenes marchando con fusiles de palo, los estoy viendo, tenía mi oficina en Teatinos y los miraba pasar con sus gritos característicos, del MIR, de otros frentes, era un ambiente de mucha intimidación. Ellos sufrieron mucho después, es cierto, pero en su minuto estaban más que dispuestos a hacernos sufrir a los demás.

Recuerdo el día de las marchas de las cacerolas, en diciembre de 1971, porque me pegaron en la calle. Fui a la marcha acompañando a las mujeres y en el edificio que le había regalado la familia Picó al Partido Radical de izquierda, había un grupo de personas que empezaron a insultar de manera muy brutal a las mujeres que iban conmigo y grité ‘A ver, ya pues, si hay algún hombrecito ahí que dé la cara, aquí también van hombres’ y tuve la mala pata de que salieron varios de adentro y me agarraron, me comenzaron a pegar, luego me dieron de patadas en el suelo y terminé morado desde el cuello hasta las rodillas. Hubo un alma caritativa que me tomó del brazo y me sacó del tumulto. Estaba apenas consciente. Ahora cuando cuento la historia les explico que soy una de las pocas personas que puede cambiar de color en menos de 24 horas.

En ese tiempo, no era para reírse. Era todo muy tenso. Mucha gente se fue del país cuando ganó Allende, a Australia, Argentina, no me fui porque soy porfiado, pero un hermano, por ejemplo, se fue a España. Luego, durante su gobierno, había muy pocas señales tranquilizadoras: gestiones encabezadas, en las postrimerías del gobierno de Allende, por monseñor Silva Enríquez y Patricio Aylwin, pero no se sabía muy bien en qué iban a terminar. Sergio Onofre Jarpa logró consolidar con la DC la Confederación Democrática, dándole siempre a la DC un rol central.

La única voz cuerda de la izquierda en ese tiempo fue Chou En-lai, que envió a Salvador Allende una carta en la que le dijo que no fuera tan rápido, que el colapso de la estructura productiva iba a ser un gran problema para el propio gobierno, pero el resto de los actores de la izquierda estaban completamente enardecidos. En lo económico, tampoco se daban bien las cosas. En 1972, lo recuerdo perfecto, yo ganaba 120 dólares, y ya tenía cuatro niños, no era un buen panorama.

Era imposible no sentirse amenazado, acorralado. De repente veía pasar a Salvador Allende rodeado con autos Fiat 125, que en la época eran el último grito, y en los autos iban unos tipos colgados por las ventanas esgrimiendo armas largas. Era un ambiente muy ajeno a la realidad chilena. ¿Por qué veía a Allende pasar? Porque de repente él iba al Cañaveral, que queda cerca de donde yo aún vivo, en mi barrio, entonces pasaba él por avenida Las Condes. Una vez casi nos chocó cerca del estadio israelita y no pidieron disculpas precisamente, sino que nos agarraron a gritos. Iba con mi mujer. Después de eso, si veía a Allende de lejos, frenaba rápido y me iba a un costado de la calle para dejarlo pasar.

Cuando supe que derrocaron a Allende fue un alivio, para qué vamos a decir una cosa por otra. Era, claro está, una situación de esas que uno sabe cómo comienza, pero no cómo termina, pero el sentimiento era de alivio porque había desaparecido la amenaza totalizante del gobierno de Allende.

– Pantallazo de Youtube de un programa del canal Mega

Tengo grabado el 11 de septiembre. Era un joven abogado y estaba contratado por un agricultor a quien le habían tomado el fundo en Rancagua. Me estaba preparando para salir a tribunales y estaba parado en la terraza de mi casa -no había celulares, por supuesto-, y de repente vi pasar un helicóptero bien grande, muy bajo. ‘Bah, qué raro’, dije yo. Entonces me llamó el cliente desde Rancagua y me dijo ‘Carlos, parece que no se va a poder venir al sur porque está cortado el camino’. Le contesté “No, sí voy, me puedo ir por la cuesta Chada”. Ese era un camino medio terroso que había, creo que ahora está pavimentado, que era alternativo. Él me insistió: ‘no, salieron los militares a la calle y ahora parece que es en serio’.

Me subí a un auto de estos que se desarmaban, hecho en el estanco automotriz, había que amarrarlo con cáñamo, porque se le caían los vidrios. Bueno, pesqué el auto y salimos a mirar con mi mujer y llegamos a una calle, por ahí a la altura de la Radio Minería, cerca del canal San Carlos. Nos paró una patrulla militar, los militares tenían una especie de pañuelo naranjo al cuello. Me hicieron parar y con voz bien fuerte me dijeron ‘qué anda haciendo usted, señor’. Y les dije: ‘vinimos a ver qué estaba pasando’. Me miró y me gritó: ‘Devuélvase a su casa inmediatamente, usted no tiene nada que andar haciendo en la calle’. Bueno, me fui, me devolví.

Pasaron los meses y volví a ejercer las leyes en plenitud. Dejé de lado la política. En ese tiempo era de la directiva de la juventud del Partido Nacional. Eso se acabó, por supuesto. No sabía quién era quién en el mundo militar. La derecha no era precisamente cercana a los militares, la DC era el único partido que los conocía a fondo. Para el resto, las Fuerzas Armadas eran una caja negra, preferible a los comunistas, pero desconocida.

Siempre creí que con Allende el país iba rumbo al totalitarismo, entonces me gustó que asumiera Pinochet. Por años, no supe nada fehaciente sobre las violaciones a los derechos humanos, pero había denuncias del comité pro paz, que dependía de la Iglesia. La verdad es que yo no quería creer lo de las violaciones a los derechos humanos, porque la naturaleza humana es así, me convenía no saber. Además, las denuncias venían de países comunistas, y cuando los comunistas hablan de derechos humanos, yo me pongo a la defensiva. Por esos mismos años Pol Pot estaba preparando la mega matanza en Birmania, que terminó con dos millones de muertos, teníamos la sombra de Cuba. El país estaba arrinconado, nos sentíamos a la defensiva y eso nos inducía a no querer creer. Ese fue nuestro error.

Como abogado debí haber estado más atento que otros en la defensa del Estado de derecho, pero al mismo tiempo, para ser equilibrados, como leía y leo historia, ponía las cosas en la balanza. No me mire así. Juzgar al gobierno militar es fácil para los hiper críticos, porque ocurrió el gobierno militar y junto con haber conseguido cosas que han beneficiado al país a lo largo de los años, ocurrieron estas brutalidades, que ya están acreditadas con el informe Rettig. Pero en el otro platillo de la balanza está lo que pudo ocurrir, lo que se evitó con la intervención de las Fuerzas Armadas. Estoy seguro de que yo habría desaparecido del mapa muy rápidamente si es que la izquierda hubiera logrado salirse con la suya y hubiera prolongado el gobierno de Allende llevándolo a una situación francamente revolucionaria.

Con el tiempo, se fue haciendo más difícil no saber lo de los derechos humanos. Recuerdo el caso de unos jóvenes que estaban detenidos en una comisaría, de los cuáles murieron dos, y se daban explicaciones absurdas, que habían muerto de un ataque al corazón, cosas así. Eso no lo creía. Cerca de 1985, y de eso tengo de testigo a Pablo Ruiz-Tagle, que es más bien de izquierda y con quien trabajaba en la época, en privado comencé a decir que las normas de respeto a las personas no estaban siendo observadas. Ahora, teníamos a Naciones Unidas en contra, Estados Unidos nos molestaba, yo sentía una rabia feroz de que, por ejemplo, Radomiro Tomic, fuera a Finlandia a impedir la inversión en un asunto minero porque gobernaba Pinochet. Tenía rabia.

Sí, siempre he sido cristiano, pero aún así, no me pesaba tanto el tema de los derechos humanos, porque sabía que si hubiéramos tenido un sistema socialista, habría sido peor. La izquierda no es pacifista, no lo fue durante Allende ni después tampoco. Don Guillermo Teillier internó armas en Carrizal Bajo para el atentado a Pinochet. Es cierto eso que dices, de que que existe una teoría de la escuela de derecho internacional respecto del tirancidio, que justificó, por ejemplo, el crimen contra Hitler, pero este no era el caso.

No me puedo arrepentir de haber sido partidario de Pinochet, porque si no hubiera existido la intervención armada, esto se habría convertido en Cuba con el agravante de que estamos aislados.

No soy de los que dice ‘yo soy del país donde me dejan trabajar y prosperar’. No, yo soy de Chile, aquí tengo las patitas metidas y aquí me quiero morir. Entonces no me gustaba la idea de que me convirtieran el país en una jaula cubana. Sé lo que es la vida en los países totalitarios y yo prefiero un gobierno autoritario duro. La dictadura es una institución muy antigua. El gran problema es que la dictadura no fue transitoria como se esperaba.

Sabía los de las violaciones a los derechos humanos y sin embargo voté que Sí, porque creía que iba a venir una tercera etapa con un gobierno constitucional que podía ser una buena forma para garantizar la continuidad de las reformas que se habían hecho. El fantasma de la continuidad siempre nos pesa mucho a las personas de mentalidad conservadora, afortunadamente la Concertación dejó intacta toda la estructura económica y social.

¿Que si sentí culpa de estar tranquilo mientras algunos sufrían? Claro pues, mujer. Si he leído lo que pasó. Me hizo más impacto el informe Valech que el informe Rettig, porque las muertes, por crudo que parezca esto que voy a decir, son relativamente inevitables -muchas, no todas-, entonces siento que muchos de los que murieron lo hicieron en su propia ley, no todos. Pero la tortura es una cosa vergonzosa e inaceptable que se basa en la destrucción del otro viéndole la cara.

De centros de tortura supe después, ya en democracia, yo no era investigador. Había además, hay que reconocerlo, un deseo de ajusticiamiento. El golpe militar dejó muchas víctimas, pero en la creación de las condiciones para el golpe militar, la izquierda tuvo una culpa muy grande que no ha querido aceptar. La izquierda fomenta su imagen de víctima, pero en los años previos la izquierda en Chile fue muy violenta, optó teóricamente por la violencia, el PS declaró que lo mejor era la vía armada. Bueno, hubo durante el gobierno de Allende más de cien muertos, porque se habían ya desatado estas fuerzas oscuras. Todos los seres humanos somos capaces de las peores brutalidades, yo el primero.

Entonces, frente a esa izquierda internacionalizada, que tensionaba al país, que no le hacía caso ni a Chou En-lai, qué se esperaba, si la gente se defiende. Los agricultores compraban armas para matar. Hubo una cadena de violencia. Entonces lo que le ocurrió después a la gente de izquierda fue terrible, pero no fue más que cosechar las consecuencias de sus actos, las peores y las más duras y las más crueles. Aisladamente algunos, como el señor Guastavino, han reconocido que ellos echaron a la calles a jóvenes de 18 años a hacerse matar. Lo dijo también Ricardo Núñez. El resto no ha dicho nada.

Me decepcioné de Pinochet cuando se demostró que no había podido detener a Manuel Contreras cuando debió hacerlo, que no hiciera nada con ese poder descontrolado. Desde el ’83, es cierto, Pinochet no podía alegar desconocimiento, pero me parece más culpable Contreras. El episodio de las cuentas del banco Riggs tampoco hablaba bien de él, pero era menos turbio de lo que parecía. Al final, Pinochet era arbitrario, pero no ladrón”.

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