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Opinión

12 de Septiembre de 2013

Una reflexión sobre la historia nacional (y no solo santiaguina)

Cuando el olvido pretende imponerse, la memoria brota más fuerte. Esa persistencia y fortaleza, que la derecha nunca fue capaz de comprender, se hace patente hoy, a 40 años de aquel gris Martes 11 de Septiembre de 1973. Las organizaciones sociales, los medios de comunicación masivos, y hasta las instituciones, han hecho ineludible reflexionar sobre […]

Gabriel Boric
Gabriel Boric
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Cuando el olvido pretende imponerse, la memoria brota más fuerte. Esa persistencia y fortaleza, que la derecha nunca fue capaz de comprender, se hace patente hoy, a 40 años de aquel gris Martes 11 de Septiembre de 1973.

Las organizaciones sociales, los medios de comunicación masivos, y hasta las instituciones, han hecho ineludible reflexionar sobre lo que sucedió en nuestro país hace 4 décadas. Sin embargo, cuando se revisa la prensa nacional y se escuchan los discursos oficiales, pareciera que la dictadura cívico militar que gobernó durante 17 años nuestro país, sólo hubiera sucedido en Santiago. Las imágenes que remecen, los testimonios que desgarran, los homenajes que cubren los grandes medios, solo hacen referencia, o al menos en su gran mayoría, a las experiencias que se sucedieron en la capital de nuestro país, y una vez más, como tantas veces a lo largo de nuestra historia, las regiones quedan subordinadas a una memoria santiaguina que pretende hacérsenos pasar como nacional.

Escribo estas líneas para, humildemente, recordarle a quien las lea, que la dictadura que cual pesadilla atormentó nuestro país, lo hizo desde Visviri a Puerto Toro, desde la cordillera al mar. En Punta Arenas, ciudad donde vivo, cuentan que ese día los tanques rodearon la plaza de armas, y rápidamente comenzaron las detenciones y persecuciones a quienes pensaban distinto al régimen que nacía. Se hizo tristemente célebre el “Palacio de la risa”, centro de reclusión clandestino donde se aplicaron durante años las más feroces torturas a hombre y mujeres. La isla Dawson, solitario pedazo de tierra al sur de la ciudad, en medio del Estrecho de Magallanes, que albergó tanto a dirigentes de la Unidad Popular, como también magallánicos anónimos, muchos de ellos jóvenes (como no recordar los versos desgarradores de Aristóteles España, que a los 17 años de edad cantaba en su poesía las penuras del encierro y la dignidad del injustamente condenado) fue también sede del infierno.

Y también fueron las regiones escenas de la resistencia. Chile entero se estremeció cuando en Punta Arenas, el 26 de Febrero de 1984, el dictador Pinochet fue recibido en la plaza de armas de la ciudad con una de las primeras protestas públicas en su contra. Y los magallánicos vivieron lo inescrupuloso de la dictadura, cuando el 6 de Octubre de ese mismo año, un bombazo destruyó la parroquia de Fátima, una iglesia poblacional comprometida con la defensa de los derechos humanos, en represalia a las manifestaciones de Febrero.

Y así, todas las regiones de nuestro país tienen también su historia de tragedia y dolor, de resistencia y esperanza.

Por eso indigna cuando una vez más, los medios nacionales parecieran creer que la historia de nuestro país sólo se escribió en Santiago. Y es que el centralismo que impera en Chile no es solo administrativo y económico, sino también cultural. Y hasta ahora, lo habíamos naturalizado completamente.


Lectura de foto: Palacio de la Risa

Por eso hoy, cuando las regiones comienzan poco a poco a alzar la voz exigiendo una descentralización efectiva y mayor autonomía, es bueno recordar que hemos sido parte esencial en la construcción de nuestra historia como nación, que con sus oscuros y sus claros, se ha forjado a lo largo y ancho de toda nuestra angosta franja de tierra, y no solo en los valles capitalinos.

Por eso hoy, desde donde comienza el continente, hoy nos atrevemos a gritar “Desde Magallanes, a cambiar Chile!”

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