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Opinión

13 de Septiembre de 2013

Perro(a)s, ciudad y territorio

Los perro(a)s son territoriales. Lo veo en la ciudad que habito, en el modo en que ello(a)s se reparten el territorio que comparten con nosotros, por eso los vemos cuidar sus áreas de influencia con tanto celo, y agreden con violencia a quien cruza los límites. También buscan amo o algo análogo que se parece […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Los perro(a)s son territoriales. Lo veo en la ciudad que habito, en el modo en que ello(a)s se reparten el territorio que comparten con nosotros, por eso los vemos cuidar sus áreas de influencia con tanto celo, y agreden con violencia a quien cruza los límites. También buscan amo o algo análogo que se parece a la afectividad entendida como sumisión. Y muchas veces muerden, ya sea cuando agreden a un intruso o a un colega de leva. En síntesis, son muy parecidos a “los cara de hombre” y, por cierto, a “los cara de chileno” que se parecen mucho a los primeros. Por eso hay que matar a la perra como recomendaba Pinochet, para que se acabe la leva.

A mí me gustan los perro(a)s, aunque el uso del paréntesis confunda semánticamente, incluso suelo alimentar a alguno(a)s de mi barrio, incluso los acaricio y hasta juego con ellos, como lo hacía cuando niño. Yo era, y quizás todavía lo soy, experto en perro(a)s –la obsesión de género siempre nos complica–. De chico tuve mascotas caninas y
probablemente porque me gustaba ver películas de aventureros en parajes naturales que se hacían acompañar de animales, sobre todo perrito(a)s, como eran las historias a lo Jack London. Recuerdo a mi perrita Kata, que era una gran guardiana; al Tupac, que se perdió para el golpe y volvió un mes después para la cagada; cómo no recordar al Pascual, un ovejero que me acompañó en el campo y al que enseñé a rodear ovejas. El/la perro(a) rural no es lo mismo que el de la de ciudad, puede ser peor si no se lo somete a cierta disciplina y se lo alimenta bien. En el sur los perro(a)s se juntaban en manada por las noches y salían a cometer tropelías, como matar ovejas, y eso era porque sus amos no se hacían cargo de ellos, incluso pueden ser muy peligrosos para la gente; yo he sido atacado por jaurías en un par de ocasiones y me he salvado por mi experticia en la crianza de estos animales. Creo, sin soberbia, saber tanto o más que ese que llaman encantador de perros que sale en la tele. Siempre siento que yo me debiera haber dedicado a eso, en vez de esta basura, pero cuando lo pude hacer me lo impidieron unos “cara de chilenos” que siempre están pendientes de impedir la felicidad de los otros. En ese sentido los chilenos son unos perro(a)s.

En este país de mierda no hemos tenido políticas efectivas en relación con la población canina, para no hablar de perro(as), que prolifera en las calles por la irresponsabilidad de la gente, sus dueños, y de las autoridades, y también del discurso facista de los que defienden o creen que protegen a los animales (su actitud es la típica soberbia humanista que consagra la superioridad de la especie antropoma, esa que yo tanto desprecio –estos no aman a los animales, sólo consagran su superioridad zoológica sobre ellos-). Los perro(a)s me recuerdan que somos del tercer mundo, a pesar del fenómeno siniestro del mascoterismo. Por eso en Chile reapareció la rabia, que en mi época la llamábamos hidrofobia y que tanto me aterraba por las advertencias que me hacían mis padres por mi cercanía obsesiva con los canes.

No es fácil caminar por las calles de Chile sin pisar mierda canina. Los perro(a)s son una metáfora de la vida moderna, por eso su carácter simbólico en una novela de Vargas Llosa en que se les llama perros a unos alumnos de una escuela militar que los hacen pelear como perros, con esa jerarquía basada en el instinto animal; o la película Perros de la Calle o tantos otras obras en que los canes son usados figurativamente. Me interesan, también, los perro(a)s material y simbólicamente por ese tema que llaman la memoria, porque los perro(a)s son el espejo doméstico de nosotros mismos, son una alteridad que define nuestra sociabilidad. ¿Cuál memoria? La memoria conspirativa, la memoria de nuestra precariedad, la memoria del horror y la memoria de la criminalidad que nos constituye y determina. La perra memoria que debiera destruirnos, porque somos incapaces de administrarla.

Los perros(as) están ahí porque estamos nosotro(a)s, y porque el género se escribe entre paréntesis, y eso implica políticas ambiguas de administración animal y de nuestros lugares comunes. Por ahora no tengo perro(a), pero estoy en busca de un quiltro(a) que me acompañe y comparta mi cotidianeidad, al menos para compartir una vieja frase típica de perros de la política, “mientras más conozco a la gente, más quiero a mi perro(a)”. Frase que debiera quedar entre paréntesis, por cierto.

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