Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

16 de Septiembre de 2013

Contra los huevones ebrios y su mariconeo

La masculinidad chilena ha hecho del copete un sustituto de la mamadera y/o de la teta succión. Ramplonamente hablando se trataría de la fijación oral con que este huerfanito mamón arma su estrategia de sobrevivencia. Un curado en Chile hace de esa dependencia su modo de vida, pura manipulación. Literalmente, un borracho común es un […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
Por



La masculinidad chilena ha hecho del copete un sustituto de la mamadera y/o de la teta succión. Ramplonamente hablando se trataría de la fijación oral con que este huerfanito mamón arma su estrategia de sobrevivencia. Un curado en Chile hace de esa dependencia su modo de vida, pura manipulación. Literalmente, un borracho común es un chupa pico, que transita del ruego patético a la violencia homicida cuando le niegan la teta o cuando se descompensa, y ahí corre la definición más funcional del enfermo: ése del cual hay que hacerse cargo. Él programa su enfermedad para cagarse a su entorno (generalmente la familia).

La escena etílica no sólo es dramática, también es maraca, y no lo digo homofóbicamente, sino en términos de que parece haber una relación entre el machismo chilensis y la dipsomanía, se supone que algo hace aflorar el mariconerío escondido del macho recio, y en Chile está claro que a casi todos los borrachos se les da vuelta el paraguas, es decir, son culiados cuando se les relaja el esfínter moral por los mismos amigotes. Por eso para mí esta mierda dieciochera es lo peor, yo desde chico la he relacionado con violencia homicida y con mariconerío agresivo.

Estructuras vinarias

Lejos de hacer sociología charcha, pretendemos describir algunos aspectos característicos del etilismo chilensis. Una de las varias dimensiones del vino es el consumo inicuo de copete asociado al mundo popular, recuperado por un romanticismo mitificado o por un chauvinismo sospechoso, que identifica tradiciones con borrachera, y por ahí se cuelan los poetas amalditados que utilizan el “brebaje mágico” como fatal estrategia de instalación cultural. Tenemos por otro lado la tradición viñatera de las llamadas familias vinosas, que en cierto momento elaboran el proyecto restaurativo de una nobiliaridad que nunca tuvieron, porque el Huacho O’Higgins les cagó ese mercado (ningún vino lo recuerda, en cambio a Carrera y otros, sí). De ahí los Conde de la Conquista, Oidor de la Real Audiencia, Marqués de Casa Concha, etc; pura impostura. Igual esos vinos no son malos, pero no son los que toma el perraje, que le trabajan a los bigoteados de garrafa y a los cartoné.

Después vino (la forma verbal) el fenómeno actual de las viñas emergentes con toda la siutiquería incluida; en este punto hay que reconocer la picantería de algunos ex miristas exiliados que generaron estrategias vinoso-gastronómicas para mejorar el pelo.

El vino no produce obra
Pero concedámosle su lado sabroso a una buena tomatera, donde la cultura no era un pretexto y la obra se sostiene sola. Deben ser muchos los lugares clave. Inolvidable para los cultores del género poesía etílica deben ser las justas bebestible y de comistrajo protagonizadas por De Rohka y Armando Casígoli en el mercado, de ahí debe haber surgido la “Epopeya de Bebidas y Comidas de Chile”.
Y la célebre Unión Chica (dicen que Teillier iba mucho, incluso hay una antología poética sobre sus poetas parroquianos), y más recientemente El Biógrafo por donde circuló una gran fauna de artistas, escritores, periodistas y políticos y donde siempre fue más importante la plática, igual se curaban los huevones.

Los otros lugares en que confluían etilismo y escritura (o arte) eran Las Lanzas, en Plaza Ñuñoa, aunque se llenaba de pendejos bulliciosos, y el clásico Venecia. No quiero mencionar el Mulato Gil, donde solían parar unos poetas y escritores más bien cuicos, como Maquieira, Contreras, Fontaine y otros. Creo que se juntaban un día a la semana a un regado almuerzo, tengo la sensación que buscaban hacer célebre esa junta, construir un hito. Alguien me sopla que mi hermano usaba el Mulato como oficina, junto con Gonzalo Díaz. Pero por lo que recuerdo era casi puro café lo que bebían.

Yo más bien rememoro algunas tomateras en que fui levemente feliz, como en el matrimonio del Gaga Durán en Chacao, Chiloé, donde conocí a Francisco Coloane, con el que estuvimos tomando harto copete, esto fue por el año 85, yo vivía por allá en ese entonces (estoy relatando como los viejos). En esas circunstancias el copete era un elemento protocolar y secundario. También citaría una platicada reunión de artistas plásticos en casa de la Nelly Richards, en que estaba Nemesio Antúnez, Eugenio Dittborn y otros que no recuerdo; y que a mí me tocó ir a dejar en un taxi a Antúnez, curado como tagua.

En el litoral central son célebres las tomateras en la casa del guatón Zambrano en Cartagena, por ahí han desfilado los grandes del etilismo culturoso, el poeta Jonás era una figura determinante y me imagino que el Poli Délano, aunque más bien como vecino. Probablemente ese concepto de hacer cultura dionisiaca al peo venga de ese amante de Cartagena, Zambrano, cuyo estilo político-cultural marcó los primeros diseños de la concerta, mucho antes de la ministerialización de la cosa.

Ahora que vivo en Valpo la cosa se ve harto explosiva y no quiero todavía entrar a pelar a mis colegas.

Notas relacionadas

Deja tu comentario