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Opinión

16 de Septiembre de 2013

Nuestra maldita droga preferida

Por Juan Pablo Hermosilla De acuerdo al séptimo estudio sobre consumo de drogas del CONACE, el alcohol es la droga favorita de mi generación, los mayores de 45 años, y por lo tanto el psicotrópico preferido por quienes detentan el poder. Debe en ser en parte por esto que no se le cuestiona ni se […]

Archivo The Clinic
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Por Juan Pablo Hermosilla

De acuerdo al séptimo estudio sobre consumo de drogas del CONACE, el alcohol es la droga favorita de mi generación, los mayores de 45 años, y por lo tanto el psicotrópico preferido por quienes detentan el poder. Debe en ser en parte por esto que no se le cuestiona ni se le controla (al menos en lo que a consumo de adultos se refiere). Es la droga validada socialmente. Ha sido el gran sostén en tiempos de penurias, una sustancia multifacética, la preferida a la hora de celebrar y socializar. La mirada sobre ella tiende a ser romántica y compasiva con su consumo, muy en particular con el vino. El poeta Omar Khayyam, ya decía en el siglo XI, que hay que beber hasta embriagarse para “olvidar el alma…”, y más cerca Neruda le dedicó una sensual y nostálgica oda.

Lamentablemente, esta mirada romántica es incompleta. Lo que no nos han mostrado los poetas es el lado B. Las bebidas fermentadas o destiladas no sólo han permitido amar profundamente: también han desencadenado huracanes de ira incontenibles a través del tiempo. Individuos o grupos han usado como catalizadores positivos las bebidas para quemar, linchar, violar, matar, torturar, robar, golpear y, en general, realizar toda clase de atrocidades tan propias de nuestra especie como las odas de Neruda. Para ser justos con las mujeres, la asociación milenaria entre violencia y alcohol ha sido responsabilidad de nosotros los hombres, y ellas han sido más bien las que han sufrido en carne propia (literalmente) esa mezcla explosiva entre testosterona y moléculas etílicas.

En Chile la historia de las intoxicaciones alcohólicas y la violencia es larga y nutrida, en particular en nuestra calidad de país productor. Según las cifras del CONACE (2006), el consumo de alcohol se ha disparado en casi un 50% en poco más de diez años. Un 13% de quienes tienen entre 12 y 64 años presentan síntomas propios del abuso, es decir más de seiscientos mil compatriotas. Si consideramos sólo a los hombres, la cifra sube al 20,1 %. Si consideramos a hombres y mujeres de 19 a 25 años, la cifra es de 25,3 %.

Según la OMS y su Reporte de Status Global de consumo de Alcohol en el mundo del año 2004, un 5% de la población mayor de doce años y menor de 65 en Chile, es alcohólica; un 20% aproximadamente de los accidentes del trabajo se deben a la ingesta de alcohol. También establecen relaciones directas entre ingesta de alcohol y violencia intrafamiliar, tanto contra la mujer como contra menores. En nuestro país, agrega la OMS, el 48,6% de los homicidios y el 38,6% de los suicidios se relacionan con el consumo de alcohol. Pero mostrando un olvidado (o más bien negado) lado C de nuestra bebida favorita, OMS dice que el alcohol nos mata por miles: la cirrosis hepática es nuestra quinta causa de muerte, con casi tres mil muertes anuales.

Todo esto, aparte de los daños a la economía (varios miles de millones de dólares al año); males sobre los fetos afectados por el consumo de las madres; demencia asociada al alcoholismo en sus etapas avanzadas; accidentes del tránsito y tanto otro ámbito de nuestras vidas y cultura afectados por nuestra cariñosa amistad con el trago.
Junto con el tabaco, el alcohol es el principal problema de Salud Pública en Chile, pero parece haber poca conciencia en nuestras autoridades de esto. Cuando apareció el estudio del CONACE que he citado, la atención se centró en el aumento del consumo de marihuana en ciertos estratos sociales, nada muy significativo en mi opinión atendida la baja toxicidad de la cannabis en comparación con el tabaco y sobre todo el alcohol. Pero en cambio nada se dijo del severo deterioro causado por estos últimos a nivel social y sanitario. Y francamente no se ve que vaya a cambiar el estado de las cosas en los próximos años, seguiremos leyendo poemas y críticas refinadas de nuestros mostos, y ocultando y negando esta dolorosa contracara.

Pero esto lo escribo para el Clinic en Septiembre y no hay que ponerse tan serios. Se viene el dieciocho y hay que celebrar. ¡No seamos tan graves, si somos chilenos!
¡Salud por el copete!… ¡Salud por las fiestas que vienen! ¡Brindemos por la próspera industria del vino y el Pisco! Tikitikití!

Yo… pasaré mi desazón y mis penas por ahí en algún bar, confiando en que no se me aparezcan los demonios etílicos y sólo me ponga más romántico y conversador.

*Abogado

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