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Mundo

19 de Septiembre de 2013

Dentro del infierno de las cárceles venezolanas

Vía BBC Mundo Al menos 16 presos murieron entre lunes y martes en un enfrentamiento entre bandas de reos dentro de una de las penitenciarías más peligrosas de Venezuela, la Cárcel Nacional de Maracaíbo, en el poblado de Sabaneta, estado Zulia, en el occidente del país. Según medios locales, el incidente fue extremadamente violento: a […]

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Vía BBC Mundo

Al menos 16 presos murieron entre lunes y martes en un enfrentamiento entre bandas de reos dentro de una de las penitenciarías más peligrosas de Venezuela, la Cárcel Nacional de Maracaíbo, en el poblado de Sabaneta, estado Zulia, en el occidente del país.

Según medios locales, el incidente fue extremadamente violento: a una de las víctimas le sacaron el corazón y a otra la descuartizaron.

El hecho se dio cuando una banda, liderada por un reo conocido como “El Mocho” Edwin, atacó a un grupo rival comandado por otro recluso conocido como “El Ric”, en una lucha por el control de la penitenciaría.

Según la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP), más de 60 presos han muerto en este presidio este año, el cual fue construido para albergar 700 presos y que ahora tiene más de 3.000.

El OVP afirma que en 2012 murieron casi 600 reos en cárceles venezolanas, la cifra más alta en 14 años.

El corresponsal de BBC Mundo en Caracas, Abraham Zamorano, fue recientemente la Penitenciaría General de Venezuela, en una visita organizada por el Ministerio de Prisiones, y escribió esta crónica para tratar de graficar las duras condiciones que viven los presos del país.

“¡La misma! ¡La misma!”, reciben los presos al grupo de periodistas que se adentra en la Penitenciaría General de Venezuela. “La misma, la misma”, se oye cómo se aleja como un eco el pase de voz.

La consigna parece la forma en que los “privados de libertad”, como los llama el chavismo, se avisan de que entra un grupo relativamente grande, los anunciados reporteros que no representan una amenaza.

Cruzar el pasillo que forman los militares y atraversar los barrotes de la entrada de una prisión de Venezuela, como poco, inquieta. Por las advertencias de los funcionarios del Ministerio de Prisiones minutos antes y por su reputación de ser algo como el infierno.

Los presos, fuertemente armados, son los violentos dueños y señores, y no suelen dudar en enfrentarse a las autoridades cuando entran agentes para cosas como una requisa.

Cuando eso ocurre, se desata una batalla propia de una guerra.

Presos y soldados de la Guardia Nacional intercambian fuego de armas largas. Las granadas caen sólo de un lado: del de los militares. Familiares y mujeres aguardan desesperados, y también pueden acabar dispersados por gases lacrimógenos.

Así ocurrió, por ejemplo, en la cárcel de Uribana en enero de este año, donde un motín y enfrentamiento con la Guardia Nacional terminó con 54 presos y un soldado muertos, según el recuento oficial.

Ese penal fue reabierto en abril como uno de los pocos bajo total control del Estado dentro de sus muros. Como dicen los funcionarios del ministerio, “con los presos uniformados, con el pelo cortado y pasando revista (disciplinados)”.

No es el caso de la PGV, como se deduce de lo que afirman los funcionarios del Ministerio de Prisiones, que reconocen que no pueden acceder a toda la instalación, dominada por los presos, y advierten de los peligros de salirse de las zonas que han sido aseguradas por una especie de tregua pactada con los reclusos.

Así es que puede entrar el grupo de periodistas, poco después de la ministra de Prisiones, Iris Varela. Así es que el eco de “la misma”, “la misma”, suena más bien al salvoconducto de los intrusos.

En 2012, las muertes violentas ascendieron a la cifra récord de 591 reclusos, según el Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP). La superpoblación, el hacinamiento y el desgobierno son la marca distintiva de la gran mayoría de los 34 penales.

Según el OVP, el Estado controla sólo el 20%. Y la PGV, que fue diseñada como un modelo de la reinserción, no es una de esas excepciones, por más que las autoridades aseguren lo mucho que han avanzado en los últimos tiempos en el proceso de “humanización” del centro.

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