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Opinión

10 de Octubre de 2013

Editorial: Líos de familia

La discusión sobre la dictadura ya no es un asunto que le competa a la Concertación ni a la izquierda. En lo medular, ahí el acuerdo es completo. Es en la derecha donde ahora se radicó el problema. Una vez más asoma la paradoja de que los que ansían los cambios, los promotores de la […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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La discusión sobre la dictadura ya no es un asunto que le competa a la Concertación ni a la izquierda. En lo medular, ahí el acuerdo es completo. Es en la derecha donde ahora se radicó el problema. Una vez más asoma la paradoja de que los que ansían los cambios, los promotores de la libertad al interior de su sector, para avanzar, vuelven su vista al pasado. Saben que ahí están las cadenas, y el futuro exige ligereza.

¿Cómo puede ofertar más democracia quien todavía defiende una dictadura? “¿Nos vamos a avergonzar de haber sacado al país del subdesarrollo y de todo lo que hemos hecho? No, para nada”, declaró este fin de semana Jovino Novoa. El corte, dicho sea de paso, es muy generacional. Prácticamente toda la dirigencia de la derecha, de la edad de Sebastián Piñera para arriba, fue entusiastamente pinochetista. Piñera es el único que no. Hay fotos de Alberto Espina en el cumpleaños del dictador, no mucho antes de morir. Viajaron a Londres en manadas para manifestarle su apoyo al general detenido y darle ánimos. No es tan fácil para ellos aceptar que aplaudieron una barbaridad.

Buena parte de sus hijos, en cambio, están heredando una culpa ajena. Excluyo de esta discusión a los defensores convencidos de Pinochet, como Jovino Novoa. Aquellos para los que decir que por supuesto estuvo muy mal lo de los derechos humanos, es una frase de buena crianza, pero no más que eso, porque están seguros de que los torturados no eran ningunas palomitas, sino los soldados de un inmenso ejército imaginario -el comunismo- que por entonces gobernaba el país más grande del mundo, media Europa, y una encantadora isla en el Caribe.

Para esos fanáticos obnubilados se trató de una guerra aunque, tal como en El Desierto de los Tártaros de Dino Buzzati, el batallón enemigo nunca apareciera. “Venir ahora, 20, 30 o 40 años después, cómodamente sentado a decir que quienes debieron haber hecho esto o lo otro me parece a mí que es absolutamente injusto e irresponsable”, afirmó Novoa. Llevaron a cabo una guerra ruidosa contra el marxismo-leninismo, y otra, en las sombras, para transformar las bases de nuestra economía. La revolución pinochetista no fue simplemente una contra revolución. La movió también una ideología propia, cuyo formulación y establecimiento estuvo en manos de estos civiles.

El Presidente ha dicho que no se trata de condenar al Ejército, sino a los criminales que violaron los derechos humanos. Y la fórmula suena bien, pero lamentablemente no es cierta. Es verdad que algunos se engolosinaron con la macabrería, pero también que fueron las Fuerzas Armadas en su totalidad las que estuvieron comprometidas. Aylwin pidió perdón a nombre del Estado de Chile por las atrocidades realizadas. Fue con dineros fiscales que se torturó en los más de mil recintos que a lo largo del país se habilitaron para ese fin.

La Escuela de la Américas, ubicada en Panamá, recibía a nuestros militares para enseñarles las técnicas de la “guerra interna”. El general Cheyre, a nombre de toda su institución, dijo que “nunca más”. ¿Por qué dijo eso si el problema aquejaba apenas a unos cuántos inculpados? Pueden acomodar las fichas y hacerse los tontos un rato más, molestarse cuando se hable de “cómplices pasivos” o alguien pronuncie la palabra “ética”, y culpar a quienes lo hagan desde el interior de sus filas por la próxima derrota de Evelyn Matthei, pero de ese modo la derecha no conseguirá avanzar.

¿Han notado que por acá son siempre los reaccionarios quienes hablan de mirar al futuro, de mirarlo encandilados, igual que esa oscuridad blanca de los ciegos de Saramago, “como un mar de leche”? Hubo un tiempo en que con los padres, un respeto mal entendido evitaba las conversaciones sinceras. Los mayores no cometían errores ni daban explicaciones. Los pecados se llevaban a la tumba. Quizás tendrán que morir esas generaciones para que sus hijos puedan emprender el vuelo. No es fácil “matar al padre”. Mucho menos cuando el papá conoció de cerca el tenebroso arte de matar.

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