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Cultura

17 de Octubre de 2013

La efectividad de Moby

La etiqueta -ambigua y generalizadora- de “músico electrónico” que ha acompañado al norteamericano Richard Melville (Moby) desde el inicio de su carrera hasta hoy, es prueba clara de lo difícil que es para un músico (o grupo o banda o dúo) desetiquetarse, aún cuando en el camino se haya tomado un rumbo que se escapa […]

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La etiqueta -ambigua y generalizadora- de “músico electrónico” que ha acompañado al norteamericano Richard Melville (Moby) desde el inicio de su carrera hasta hoy, es prueba clara de lo difícil que es para un músico (o grupo o banda o dúo) desetiquetarse, aún cuando en el camino se haya tomado un rumbo que se escapa de esa primera categoría descriptiva con la que se ha definido su trabajo (muchas veces correcta).

Dicho de otro modo, “Innocents”, disco número once del fructífero y dispar compositor norteamericano, da cuenta, una vez más, que dicha categoría, la de músico electrónico, a estas alturas no es la que define con total precisión sus quehaceres sonoros, o al menos, no lo abarca por completo.

De la mano de varios y buenos colaboradores (Wayne Coyne, Mark Lanegan) y un importante productor musical (Mark “Spike” Stent), Moby conserva por una parte el dramatismo en las armonías que con el tiempo han distinguido a sus sintetizadores (“Everything That Rises”, “The Last Day”), las voces de hombre o mujer (por lo general no la suya) que quedan loopeadas cantando alguna frase suelta por detrás de la voz principal o en lugar de ella (“A Case for Shame”), las baterías simples que no varían sustancialmente o ese piano solitario y melancólico que aparece de pronto (“Going Wrong”). Sin embargo, los doce cortes nuevos reafirman la idea de que Moby es, antes que nada, un compositor de canciones pop que, con sus cimientos en la electrónica de sintetizadores, las programaciones rítmicas y los samplers, ha sabido aventurarse hacia nuevos territorios que le dan otros tintes a su música, a ratos minimalista, a ratos cercanos al modo en que suenan algunas de las baladas de Bowie (“The Lonely Night”), o el trip hop orquestado de Massive Attack (“Saints”), o el ambient psicodélico y de texturas de Sigur Rós (“The Dogs”), siempre, claro está, con el inconfundible sello que nos permite en cosa de segundos, y pese a que el propio Moby canta en solo algunas de las canciones, saber que se trata de él, de este músico que entre sus artes tiene la de sacar todo el lustre posible (creativa y económicamente) a las ideas sencillas, sin tanto recoveco ni variación, pero tremendamente efectivas.

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