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Mundo

21 de Octubre de 2013

La revolución de la impresión 3D empieza con un café en Argentina

Muñecos idénticos a sus dueños, fundas de móviles, gafas, tazas y dinosaurios, entre otros muchos objetos del 3DLab Fab & Café de Buenos Aires han salido de alguna de las impresoras 3D de este bar temático, pionero en Argentina. El recién estrenado café es uno de los indicios de que la bautizada como tercera revolución […]

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Muñecos idénticos a sus dueños, fundas de móviles, gafas, tazas y dinosaurios, entre otros muchos objetos del 3DLab Fab & Café de Buenos Aires han salido de alguna de las impresoras 3D de este bar temático, pionero en Argentina.

El recién estrenado café es uno de los indicios de que la bautizada como tercera revolución industrial comienza a dar sus primeros pasos en la capital argentina, donde este fin de semana ha sido protagonista del Festival Internacional de Diseño (FID).

El 3DLab Fab & Café pretende ser un espacio informal de trabajo para diseñadores, arquitectos, ingenieros, emprendedores y aquellos interesados en la fabricación digital, pero también busca difundir esta tecnología entre los porteños.

“Se acerca mucha gente a mirar y preguntar. Bastantes creen que es un proceso rápido, como imprimir papel en una impresora, o que a partir de una foto o un dibujo se puede fabricar un objeto”, explica a Efe Gonzalo Sánchez, diseñador del estudio DTres, sobre algunos malentendidos que rodean a la fabricación aditiva.

Las impresoras 3D funden material modelable -ya sea termoplástico, resina, polvo metálico o chocolate, entre otros materiales- y lo depositan capa sobre capa en un soporte, hasta construir el objeto deseado.

La técnica es más lenta y costosa que los procesos industriales tradicionales, lo que lleva a calcular el coste en horas de impresión, que aquí oscila entre los cien pesos (17 dólares) y los 350 pesos (60 dólares) por hora de la máquina con mayor resolución.

En cambio, genera menos residuos, ya que el material sobrante se recicla para una nueva pieza, y permite una mayor personalización, porque a la máquina le da igual imprimir moldes para coronas odontológicas y prótesis auditivas, que requieren ajustarse con precisión a cada paciente, que tu juguete favorito.

Escanearse a uno mismo en 3D y posteriormente reproducirse en un pequeño clon de plástico lleva alrededor de dos horas y media, afirma Sánchez.

En el café ofrecen esta posibilidad, pero la mayoría de peticiones proceden de la industria, especialmente para hacer prototipos y así presentarlos a inversores en busca de financiación.

Aunque el 3D Fab Lab & Café es único en su especie en Buenos Aires, el año que viene abrirá una sucursal en la capital mexicana y expertos como el ruso Andrei Vazhnov creen que si la tecnología prospera los locales de impresión 3D pueden volverse tan populares como los cibercafés.

“Hay quienes creen que todo el mundo tendrá una impresora 3D en su casa y los que creen que habrá centros locales de impresión a los que iremos a imprimir lo que queremos. Apuesto por lo segundo”, dice a Efe Vazhnov, asesor estratégico de Trimaker y autor de “Impresión 3D. Cómo va a cambiar el mundo”, el primer libro argentino sobre esta temática.

El coste de las impresoras en Argentina es por ahora muy elevado, superior a los 15.000 pesos (2.500 dólares o 1.826 euros), pero existe la posibilidad más económica, aunque más complicada también, de fabricársela uno mismo, como enseñaron este sábado en el taller del CMDLab en la FID.

Incluso hay máquinas autoreplicantes, por ejemplo, las de código abierto Rep Rap, que pueden imprimir todas sus piezas a excepción de las metálicas.

Vazhnov compara la revolución que se avecina con lo que supuso internet para Kodak, que pasó de ser el primer fabricante mundial de películas fotográficas a declararse en bancarrota al dejar de ser necesario “recurrir a la copia física para ampliar o modificar una foto”.

“¿Qué pasará cuando para todos sea posible imprimir lo que quieran con tan solo el costo de la materia prima? ¿Qué significará tener fronteras o sistemas de transporte en un mundo donde productos físicos se mueven a través de internet? ¿Qué valor tendrán las patentes cuando la copia de un producto sea exactamente igual a la original?”, lanza al aire.

Aunque suene a ciencia ficción, la impresión 3D ya ha permitido imprimir órganos poco complejos, como vejigas, o edificios de hasta seis metros.

Vazhnov se pregunta desde Argentina, paraíso de los carnívoros, si no llegará un día en que al ser humano le parezca “una locura despedazar a una vaca en trozos para comérsela” en vez de llevarse a la boca un pedazo de carne fabricada digitalmente.

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