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Opinión

22 de Octubre de 2013

El bilardismo electoral

Foto Colgados por el fútbol Una de las buenas cosas que tiene el fútbol es que, gracias a su hiperlaxa transversalidad cultural, se puede usar como metáfora para todo. Cualquiera que más o menos te agarre tres o cuatro conceptos básicos ya puede pasar por ventanilla y sacar carné de metaforista. Basta que se le […]

Martín Vinacur
Martín Vinacur
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Foto Colgados por el fútbol

Una de las buenas cosas que tiene el fútbol es que, gracias a su hiperlaxa transversalidad cultural, se puede usar como metáfora para todo. Cualquiera que más o menos te agarre tres o cuatro conceptos básicos ya puede pasar por ventanilla y sacar carné de metaforista. Basta que se le junten dos ideas así, gestálticamente, digamos, y enseguida te baraje, aunque sea por aproximación o redondeo, un tropo futbolero.

Como tengo la cuota al día y renové el carné hace poquito, voy a echar mano de esta maniobra recursera, esta vez para referirme al lado b de la publicidad en tiempos de elecciones. Entiéndase lado b como el otro lado de la estrategia electoral: la sucia, la cochina, las prácticas donde la ética milita en el canallismo-leninismo.

Dado que la cosa es ganar, estrategas y aparatos partidarios suelen echar mano de un puñado de costumbres non sanctas, que podríamos denominar, bajo el juego antojadizo que nos propusimos, una suerte de “bilardismo electoral”.
Cuando digo Bilardo supongo que ustedes saben a lo que me refiero, algo conocen, no me voy a tomar el laburo de hacer todo este rodeo si no.

Bilardo fue un gran técnico. A los argentinos nos hizo ganar un mundial y nos dejó subcampeones en otro, lo que no es poco, pero nunca fue un lírico como Menotti o Bielsa. Ya de jugador salía a la cancha con toda la intención de llevarse los tres puntos por las malas o por las malas. Ergo entiéndase por “bilardismo” el ganar, pero ganar como sea.

Improvisemos, entonces, una tabla de equivalencias: bilardismos-futbolísticos y sus correspondientes bilardismos-electorales.

En las pelotas paradas, Bilardo salía con un alfiler que llevaba escondido vaya uno a saber dónde, para pinchar al cabeceador de turno.

Esta artimaña equivaldría electoralmente a un trabajo de terreno, como ser, desde pintarle el diente negro a la Bachelet hasta dibujarle una pirula en la frente a la Matthei, ponele. También puede incluir maniobras tales como el rajado de paloma, o que te la tiro al río o al descampado, o que por la mañana te levanto con un camioncito todas las palomas que fuiste sembrando de madrugada. Robarse del cuarto oscuro las boletas del oponente (en Argentina cada candidato tiene una boleta propia, que se mete en la urna en un sobre cerrado). Hacer publicidad fuera de la veda publicitaria. Rayar tu rayado con un rayado encima y así vamos transcurriendo, como sísifos de la militancia.

Otra que hacía Bilardo era tener un legajo íntimo de los jugadores contrarios, de manera que siempre estaba enterado de cualquier problema personal que tuviera el contrincante y así, durante todo el partido, quemarle la cabeza hablándole al oído de cuestiones filudas: que tu novia te da puros pretextos para no entregarte el rosquete porque se lo tiene prometido al 9, o ¿tu mamá se sigue comiendo al verdulero?, o si ya te sacaron el Renault 12 del taller, donde te están cobrando el triple porque el mecánico es mi primo y te vio cara de gil. El otro se sacaba del partido, indefectiblemente.

Acá el asunto se pone más radiokyotesco. Electoralmente, filtrar un jugoso dato personal es arrojar carne roja entre mastines. Y la prensa es carnívora. Entendiendo que ya no se trata de un juego de caballeros sino de un ardid por el triunfo, anque indigno, el cruce de relatos empetrolados que los adversarios buscan endilgarse mutuamente es parte del maletín de recursos de campaña.

A esta maniobra, los brasileños la llaman “paloma de vidrio”, porque es un muerto que se supone cae del cielo (nadie lo arrojó) y estalla contra el piso haciendo el mayor daño posible. El nombre es real; la interpretación es mía. No sé si es real, pero vamos nessa.

En esta categoría de bilardismo electoral podemos mencionar la que le hicieron a McCain durante la primaria del 2000 cuando echaron a correr el rumor de que tenía un hijo ilegítimo y negro, cosa terribilísima para un wasp republicano creyente, terribilísima no necesariamente en ese orden. Lo cierto es que McCain estaba haciendo campaña con una hija adoptiva de Bangladesh. Una movida así venía con firma al pie, en este caso del Pierre Nodoyuna del bilardismo electoral, Karl Rove, quien utilizó su primetime moment en el recalcitrante O’Reilly Factor lanzando al aire la pregunta: “¿Ustedes votarían por McCain sabiendo que tiene un hijo ilegítimo y negro? (…) Hay muchas cosas de McCain que ustedes deberían saber”. Chán.

Una que me divierte es de 1836, cuando Davy Crockett, el muchacho de la chaqueta con flecos y el mapache por quincho, escribió sobre el entonces candidato Martin Van Buren: “usa corsé, igual que las mujeres de la ciudad, y cuanto más ajustado mejor”. Como dice mi amigo Flavio: “Si me vas a decir puto, vení y decímelo en la nuca”.

Volviendo a Bilardo y sus ardides, siendo técnico quiso borrar a Passarella de la nómina de convocados a la selección sin que la prensa se le pusiera en contra. Entonces -dicen-, le enchufó un laxante para caballos que lo tuvo hecho un retortijón y lo dejó internado durante todo el mundial. Pero sin duda alguna, la artimaña más famosa del Dr. Bilardo es la del bidón, cuando en octavos de final de Italia 90 los brasileños nos tenían de hijos y nos cascoteaban el rancho como querían. Todos nos acordamos de la maravilla que hizo el Diego cuando frotó la lámpara y dejó solo a Caniggia para que desparramara a Taffarel y convirtiera el único gol del partido.

Pero los brasileños se acuerdan de otra cosa.

Resulta que al costado de la cancha había un bidón de agua para que los jugadores se refrescaran porque los partidos se jugaban en el horario criminal de las tres de la tarde. En verano. Bilardo le había encargado a sus asistentes de campo que lo plantaran donde siempre, cerca de la línea de juego. Es una práctica común. Sin embargo les había pedido a sus jugadores que, si tenían sed, usaran los sachets: nunca el bidón.

A Branco, el lateral izquierdo de Brasil, el bidón le quedaba a mano. Por lo que cada dos por tres se tomaba unos traguitos de agua. Lo que Branco no sabía era que en el agua del bidón -dicen- venía disuelta una buena cantidad de somníferos. Si se toman la molestia de ver el video, comprobarán que Branco no marcó muy bien aquella tarde.
Aquí estamos en el terreno de la munición gruesa, donde los escrúpulos directamente se entierran como berberechos asustados. De este calibre podemos mencionar un puñado de bilardismos dignos de la Historia universal de la infamia electoral.

En 1977, en plena pugna por la alcaldía de la ciudad de Nueva York, los “partidarios” de Mario Cuomo salieron con el hoy anacrónico eslogan “Vote for Cuomo, not the homo”, intentando, en abyecta maniobra, poner en duda la sexualidad de su adversario Ed Koch.

Pero los bilardismos también se pueden usar para vendettas reivindicativas. En el 2003, Rick Santorum, entonces senador por Pensylvania, apareció en declaraciones que realizó a la Associated Press, comparando la homosexualidad con la zoofilia y la pedofilia. La comunidad gay, pacientemente, tomó su revancha. Cuando Santorum decidió postularse en las primarias presidenciales del partido Republicano, Dan Savage, un columnista sobre temas sexuales y activista de los derechos igualitarios, creó una página en Wikipedia donde describía al término “Santorum” como una práctica sexual que involucraba diversos juegos de penetración anal profunda. Savage conocía cómo funcionaban los algoritmos googlianos y se las ingenió para que cada persona que buscara “Santorum” se encontrara con esta página como primera opción de links relacionados. Por estas cosas es que te amamos, Wikipedia.
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