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Opinión

10 de Noviembre de 2013

Carlos Peña sobre Bachelet: “Quienes abrigan en ella la esperanza de cambios radicales experimentarán una nueva desilusión”

En su habitual columna de El Mercurio, Carlos Peña se preguntó si realmente “cambiarán radicalmente las cosas luego de la próxima presidencial en la que, a juzgar por las encuestas, ganará Bachelet”, planteando que si bien según “las expectativas que se han sembrado, no cabe duda que sí; si se examina el programa de Bachelet, […]

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En su habitual columna de El Mercurio, Carlos Peña se preguntó si realmente “cambiarán radicalmente las cosas luego de la próxima presidencial en la que, a juzgar por las encuestas, ganará Bachelet”, planteando que si bien según “las expectativas que se han sembrado, no cabe duda que sí; si se examina el programa de Bachelet, no cabe duda que no”.

El abogado expresa que en la ex Presidenta, -como en todos los personajes carismáticos siguiendo a Weber-, “ninguna palabra o gesto son inocentes”.

“Cuando ella guarda silencio o formula generalidades, el efecto en la gente no es la duda, sino la certeza: las personas proyectan en ella todos sus anhelos y sus deseos e interpretan todos sus gestos como confirmando lo que ellas anhelan. Todo amor es un amor de transferencia, decía Freud cuando ya estaba viejo. Quería decir que cuando alguien ama, en alguna medida eso es porque ve en el objeto de su amor lo que habita en su propia subjetividad. En la política de masas, allí donde impera el carisma como en este caso, habrá que decir algo parecido: el amor por Bachelet es también el amor que la gente siente por sus propias expectativas. La adhesión política también es un amor de transferencia”, expresa en la publicación.

En la misma línea, el profesor de Derecho asegura que cuando se mide a alguien por las expectativas que desató en vez de por los compromisos que adquirió, “el resultado es fácilmente previsible: la desilusión lo inunda todo”.

Ante ello, Peña asegura que el principal peligro de Bachelet es que en “el amor de transferencia” que ha establecido con sus electores, más que tener un vínculo directo con ella, “aman las expectativas que fue capaz de desatar”.

“Allí donde la gente piensa que el gobierno de Bachelet dará gratuidad en la educación en todos los niveles, el programa ofrece un cambio gradual que, en el mejor de los casos, alcanzará esa meta luego de seis años. Allí donde la gente abriga la esperanza de una reforma tributaria que aminore rápidamente la desigualdad, sólo existirá una modificación al cabo de cuatro años (y ella no consistirá en incrementos radicales, sino en un cambio de la base imponible desde renta percibida a renta devengada). En fin, allí donde se espera exista una reforma consensuada (que impedirá que el catálogo de derechos sociales que se cree instaurará, prosperen)”, expone el abogado.

En suma, señala el columnista, un eventual nuevo Gobierno de Bachelet “no alterará el tranco histórico que hasta ahora ha traído Chile: una modernización capitalista, corregida poco a poco, dando un paso o dos a la vez, de manera gradual. Progresismo sí; pero gradual. La historia concebida no como avanzando de un salto a otro, sino como una escalera en que puede subirse al tercer escalón sólo después de haber estado en el segundo. Y así”.

Por ello, Peña indica que todo hace pensar que quienes “abrigan la esperanza de cambios radicales (todos quienes creyeron que desde 2011 en adelante se había desatado, por fin, una nueva epifanía en nuestra historia) experimentarán una nueva desilusión y Bachelet tendrá entonces que gobernar con quienes, una vez que estalle la pompa de jabón de sus expectativas, sentirán que ella no estuvo a la altura”.

Sin embargo, para el abogado, lo anterior “en vez de asegurar el fracaso de Bachelet podría asegurar su éxito en el largo plazo”.

“Y es que la verdadera estatua de un político o política (y Bachelet lo es, sin el menor asomo de duda) no se prueba en su capacidad para inflamar a la gente de poesía, sino para navegar, y avanzar, casi siempre poco a poco, en la dura prosa de la vida”, concluye.

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